Aquel pintor deseaba demostrar que no hay naturaleza muerta en un bodegón. En el mercado compró aquellas frutas frescas que, por su color, mejor encajarían en su idea de vivacidad. Tardó horas en disponer en el frutero cada pieza a su gusto según tamaño, forma y coloración. En el centro de la imagen colocó un tomate de rojo punzó, como la amapola. El fondo de puro verde bosque lo darían unos aguacates de piel rugosa, mientras que la escena la rebordearían unas uvas moradas, que caerían desparramadas hacia el borde inferior del lienzo.

La magnificencia de un gran bodegón siempre la pone la transparencia del vidrio, algo tan refinado que tan sólo los grandes maestros logran alcanzar. Así que colocó una copa alta que contendría frutos rojos, arándanos bermellones, rosadas grosellas y moras de pálido cárdeno. Unas manzanas galas, unas bananas macho y unas naranjas navel ocuparían aquellos vacíos necesitados de oscuridad o de luz.

Preparó el lienzo con una imprimación violeta, sobre el que esbozó con trazos rápidos de lápiz el encuadre de la escena. Se recostó, mientras reposaba la tela, imaginando su obra ultimada. De repente una algarabía le despertó. Las piezas estaban alborotadas porque el tomate empujaba a cualquier otra al abismo de la mesa.

El pintor lo contuvo intentando oír la razón de la revuelta. El tomate huevo de toro, originario de Coín, decía que todas las demás eran unas advenedizas y, en consecuencia, no debían presentarse al mundo como un producto de cercanía, como sabor de nuestra tierra.

Mira pintor, le dijo, las uvas son chilenas, las manzana francesas, las naranjas son italianas, los frutos rojos marroquíes, las bananas son ecuatorianas y, lo peor, los aguacates son peruanos, cuando tanta agua se consume en producir unos cuantos aquí.

Con paciencia el artista, le replicó con sorna a la exquisita solanácea que la globalización era buena para todos los agricultores del mundo. El sabio tomate le contó entonces que ahora los señoritos de antes tienen nombre de fondos de inversión o son urbanitas con pasta, que operan en cualquier país del mundo, que cobran sin pisar la tierra. A la vez hay menos jornaleros, están peor pagados, y los pocos vienen de fuera.

El pequeño agricultor está en vía de extinción. Entonces le cuestionó la razón de esos pocos miles de tractores que están cortando las carreteras. Mire pintor, el hombre del campo sabe bien que el clima está cambiando y que con los pesticidas nos estamos quedando sin polinizadores, aquellos que lo niegan es que son señoritos que sólo piensan que los árboles y la tierra deben producir beneficios en exclusividad para ellos y sus intermediarios.