El reciente estreno en Netflix de La sociedad de la nieve, la aclamada película escrita y dirigida por Juan Antonio Bayona sobre la tragedia de los Andes, me ha hecho recordar la ocasión en la que conocí a Gustavo Zerbino, uno de sus supervivientes.
En el momento del accidente, en octubre de 1972, Gustavo era un estudiante de primer año de medicina de tan solo 19 años. Sus incipientes conocimientos clínicos fueron de gran ayuda para el grupo y una de sus recordadas tareas fue la de preservar los recuerdos de todos los pasajeros, para devolverlos a sus familias. Este hecho queda reflejado al final de la película de Bayona, cuando se niega a subir al helicóptero sin llevar consigo su maleta.
Gustavo continuó con sus estudios de medicina, carrera que nunca terminó y desde 1980 dirige una importante empresa farmacéutica. Esta actividad la complementa con sus intervenciones como coach empresarial, dando charlas de motivación en todo el mundo.
Tuve la suerte de acudir a una de sus intervenciones, dentro de las jornadas del Congreso Anual de la Asociación Andaluza de la Empresa Familiar, celebrado en 2008 en Baeza. Su discurso me impactó muchísimo, aquel hombre abordaba la muerte desde la mayor de las esperanzas, honrando a la vida.
En aquella charla no hubo sensacionalismo, se habló de amistad, de equipo y del poder de la mente en situaciones extremas, cómo sobrevivieron sigue siendo tabú entre ellos y no se mencionó, ni en la ponencia, ni en la cena que posteriormente compartimos.
En los meses posteriores a conocerlo, no podía dejar de pensar en sus palabras, que aún hoy me siguen acompañando. Como ideas principales que he incorporado a mi vida, quedaron las siguientes:
El valor del equipo por encima de todo. Está científicamente probado que el ser humano no puede sobrevivir más de 24 horas a temperaturas inferiores a 40ª bajo cero, ellos sobrevivieron 72 días. Todos los supervivientes eran integrantes de un equipo de rugby, el alineamiento en objetivos y los valores en común fueron cruciales para la supervivencia.
Compartir la carga entre todos los miembros de un equipo hace mayores los logros y menores las derrotas. Siempre es el equipo lo que sobrevive en la empresa.
Gustavo trasladaba cada una de sus conclusiones al mundo empresarial y transmitió con maestría cómo fomentar los valores comunes puede llevar a una empresa a escalar la mayor de las montañas.
Lo conseguimos porque no sabíamos que era imposible. Cuando ocurrió el accidente, volaban desde Uruguay a Santiago de Chile, para acudir a un torneo. Abandonados en la grandiosidad de los Andes, los primeros en desfallecer fueron los chilenos, conscientes de que era imposible escapar a su destino. Los uruguayos, hijos de un país que se extiende en la planicie, cuyo punto más alto es el Cerro Catedral, que alcanza 523 metros sobre el nivel del mar, nunca fueron conscientes de donde estaban. Su mente no asimiló que era imposible salir de su encierro helado, y es por ello por lo que lo lograron.
En el mundo empresarial, es la inocencia el motor que a menudo lleva a emprender grandes proyectos. Los empresarios tienen ese punto de locura necesaria para alcanzar lo imposible. Ningún plan de viabilidad hubiera previsto el éxito de Amazon hace 20 años y, sin embargo, su fundador no desfalleció en el camino. En el emprendedor hay mucho de corazón, quizás más que de mente.
La mente es una barrera inescrutable cuando asume la derrota y nuestro principal enemigo en muchas ocasiones, pues busca la zona de confort y huye del riesgo. Aprender a superar y controlar los pensamientos negativos es un aprendizaje que todo emprendedor debe realizar.
La peor de las noticias es, a veces, justo lo que necesitas. Gustavo compartió el momento en el que encontraron la radio, la conectaron y escucharon con pánico que cesaban las actividades de búsqueda del avión de los Andes. Se vivieron momentos horribles en la montaña y lo recordaba como el peor día en el hielo. Sin embargo, ese fue el día en el que fueron conscientes de que nadie iría a buscarlos, que eran ellos los que tendrían que salir por sus propios medios. A partir de ese día comenzaron las expediciones que los llevarían a reencontrarse con sus familias.
Ser despedido de tu trabajo, no ser aceptado en la carrera universitaria que querías, son momentos críticos que quizás están definiendo el principio del resto de tu vida, para bien. Abrazar el cambio y rendirse a la vida como camino a la felicidad es una de las mayores enseñanzas que aprendimos ese día.
Cuando se encendieron las luces, un profundo silencio reinaba en el auditorio, un público en lágrimas sintió el frío del hielo en su interior y, por un momento, el tiempo se paró. Habíamos estado una hora escuchando a la muerte y, sin embargo, nunca nos habíamos sentido tan vivos.
Por la noche, los asistentes al congreso tuvimos la oportunidad de cenar y departir en un ambiente más relajado con Gustavo Zerbino. Encontramos un hombre cercano y divertido, su proximidad al abismo le permitió vivir el resto de su vida consciente de la inmensidad de la naturaleza, la vulnerabilidad de la existencia y la frugalidad del presente, feliz. Con ganas de divertirse, disfrutó de la noche en el maravilloso Castillo de Canena y nosotros con él.