Comienzan las clases de un nuevo semestre. He recibido, con la incertidumbre propia del momento, a mi primer alumnado de la generación z. Aspiran a ser ambientólogas y ambientólogos. Está claro que el medio ambiente en el futuro también hablará en femenino. Es obvio que inquiete a los que piensan que en el ecofeminismo está el enemigo de la sociedad. Qué equivocado están. En las primeras preguntas que formulo se atisba en sus respuestas una proximidad a los problemas más cercanos de la sociedad que les acoge. En cualquier caso, por igual, empiezan a pergeñar fórmulas para esa reconversión sostenible que nos sobreviene, y en la que serán los artífices de la misma.

A diferencia de las otras cuatro generaciones a las que enseñé, en esta aprecio a primer golpe de vista la inquietud y frescura, de una irreverencia que surge de una rebeldía solidaria y gratificante. Virtudes y valores que hay que agradecer a los que previamente los formaron en escuelas, colegios e institutos. Su labor, a veces degradada, en un sistema cambiante, de excesiva burocracia y de adaptación permanente a las nuevas tecnologías, tiene su justa recompensa en la elevada cualificación de estos soñadores. Al verlos recuerdo las palabras del rondeño Fernando de los Ríos, que en su presentación para la Institución Libre de Enseñanza, teniendo como referencia a la avispa, elogió la importancia de la inquietud.

Mi reto es que lleguen a entender la importancia que las plantas tienen para la supervivencia de la vida en el planeta y, más cercanamente, para la vigilancia de la calidad ambiental de nuestro entorno y en especial de nuestras ciudades. Son ya conscientes de todo lo que nos jugamos a lo largo de este siglo.

Les enseño que la botánica, una de las ciencias más antiguas, está en un proceso de reconversión en la que a diario se suceden grandes avances científicos. Les recuerdo para ello aquel pasaje de los cuentos de Narnia, en el que Lewis le recrimina a un grupo de doctos científicos que eran capaces de imbuirse en discutir sobre las esporas de los helechos, pero incapaces de ver al elefante que tenían delante. El proboscídeo es hoy esa amenazante crisis climática, y la ciencia dirige todas sus miradas hacía ella.

Más de cuatro décadas subiéndome a la palestra. Ellos y ellas son siempre jóvenes con diferentes inquietudes en cada generación, determinadas por distintas coordenadas sociales. Desde la altura, me reconocen como un boomer, que tiene la obligación de adaptarse a ellos, y nunca a la inversa.