Hay un sitio donde la vida no para nunca, donde el bullicio es como una banda sonora y los adoquines son testigos mudos de historias infinitas. Estoy hablando de nuestras queridas calles del sur, esas que se llenan de gente, de risas, de prisas y de sueños, día tras día.

El otro día, caminando por la Calle Fresca en Málaga, una de mis calles, por cierto, me detuve un momento, me paré a mirar. A veces, uno necesita pisar el freno un poco y observar. ¿Cuántas vidas habrán pasado por aquí hoy me dije? ¿Cien? ¿Mil? ¿Más? Cada persona que cruza estas baldosas/piedras lleva consigo una historia única, un universo grande en su mente y su corazón.

Una señora mayor se cruza con mi mirada, arrastraba su carrito de la compra, seguramente a su regreso del mercado central, se detiene a charlar con una amiga que aparece y que no ve desde la última feria. Sus vidas entrelazadas en recuerdos de juventud, en anécdotas de cuando esta calle era casi un camino de tierra. ¿Te acuerdas de cuando nos colábamos en el cine?, me parece escuchar. La risa de ellas es cómplice y contagiosa, un eco del pasado que se funde con el presente. Imagino la de historias como estas dos mujeres han resonado entre los muros estrechos de los bares y los cafés, cada palabra como una nota de música sobre un telón urbano, al final el teatro que recorre mis venas siempre sale a relucir.

Sigo caminando y un grupo de adolescentes ríen como si no hubiese un mañana, probablemente discutiendo sobre la última serie de moda o planeando la próxima escapada de concierto. Sus pasos ligeros y despreocupados dejan una huella invisible, me recuerdan que la juventud es fugaz, pero intensa. Sus ojos desprenden la chispa de la curiosidad y el entusiasmo por lo que está por venir, y me pregunto cómo serán sus vidas dentro de unos años. ¿Seguirán siendo amigos? ¿Recordarán este momento con la misma claridad con la que ahora ríen y yo les veo?

Un hombre con traje y corbata camina deprisa en dirección Calle Larios, hablando por el móvil. Su cabeza parece estar en mil sitios a la vez (como suelo estar yo), quizás pensando en la próxima reunión o en cómo sorprender a su chica digo yo. ¿Quién sabe las batallas internas que lleva? Pero la calle lo aguanta todo, igual que el papel soporta un texto de teatro que después tienes que poner en pie e interpretarlo, la calle es como una vieja amiga que siempre está ahí. Su paso firme y decidido contrasta con la ligereza de los adolescentes, mostrando otra cara de la vida en la ciudad, una donde el tiempo parece ir más rápido y las responsabilidades pesan más.

Las calles han sido testigos de muchas cosas: manifestaciones, celebraciones, encuentros furtivos, ferias, epidemias y despedidas amargas. Han visto el cambio de modas, de coches, de luces y de gentes. Y ahí siguen, incansables, recibiendo el paso de millones de historias entrelazadas. Las piedras, gastadas y pulidas por los años, podrían contar más de lo que imaginamos. Si pudieran hablar, ¿qué nos dirían? Quizás nos hablarían de noches de verano llenas de risas y canciones, o de mañanas frías de invierno donde el silencio se rompe o de la penitencia de la Semana Santa y la cruz de cada uno.

Lo curioso es que, casi nunca, nos paramos a pensar en esto. Vamos con prisa, sumergidos en nuestras preocupaciones, y olvidamos que estamos caminando sobre una alfombra de recuerdos, de vidas que, aunque distintas, se parecen mucho a la nuestra. Nos olvidamos de mirar hacia abajo, qué curioso, de apreciar la historia que reposa bajo nuestros pies. Cada grieta, cada desgaste, es testigo mudo de los momentos que han pasado, de las vidas que han tocado este suelo.

En la época de mi abuelo paterno, al que no conocí, posiblemente en esta misma calle el pregonaba su pescado ya que era cenachero, y seguro que era muy diferente. Siempre pienso en el cuándo a pocos metros, en la Plaza de la Marina, veo la escultura del Cenachero icono de Málaga del artista Jaime Fernández Pimentel. Y es que, aunque el paisaje cambie, la esencia de la vida urbana permanece.

Como bien dijo Antonio Machado: "Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar". Y nosotros, aquí, haciendo caminos sobre adoquines, sobre asfaltos, dejando huellas que algún día también se perderán, pero que, por un momento, formaron parte de este gran teatro urbano. Hay que caminar dejando nuestra marca, y luego ya nos vamos, pero las calles recuerdan, y mantienen una huella de nosotros en su memoria de piedra. Por eso me gusta el centro de Málaga, por el peso de emociones que hay en él.

Imaginemos por un momento que cada adoquín pudiera registrar una historia, flipante ¿verdad? Desde el primer beso de una joven pareja, nerviosa y emocionada, hasta la despedida de alguien que deja la ciudad en busca de nuevos horizontes como hice yo un día de enero, en el año 1987. ¿Cuántas promesas habrán sido hechas en estas calles? ¿Cuántas lágrimas habrán caído en sus silencios? Las calles no juzgan, solo acogen y abrazan.

Otro día, mientras esperaba a que el semáforo cambiara en la esquina de Calle Larios, vi a un artista callejero tocando la guitarra. Su música era una melodía algo nostálgica que parecía resonar con la historia misma de la calle. Cada acorde, cada nota, parecía contar una historia. La gente pasaba, algunos se detenían unos segundos, otros dejaban caer una moneda, y la mayoría simplemente seguía su camino. Pero en ese breve instante, la música del artista conectaba con el alma de esa calle, creando un momento único y también efímero.

Nuestras calles del sur o de cualquier parte, con sus adoquines irregulares y sus esquinas llenas de vida, en el fondo son un reflejo de nosotros mismos. Cada rincón es una página en ese libro de la vida urbana.

He visto parejas de ancianos caminar de la mano, con una ternura que solo los años pueden dar. Sus pasos lentos y cuidadosos, me hacen pensar que el amor continúa a pesar del tiempo. Ellos también han dejado su huella en estas calles, como una especie de sello de su viaje juntos. Siempre que me cruzo con algunos vuelvo la cara con una sonrisa.

Luego están los turistas, los “guiris” como decimos nosotros, fascinados por la belleza y el encanto de nuestras calles. Con sus cámaras o sus smartphone, buscan capturar un pedazo de la historia, llevarse un trocito de nuestra esencia o simplemente captar un momento feliz.

Las calles han visto revoluciones y cambios, pero también momentos de paz y alegría. Han sido el escenario de eventos históricos y cotidianos. Cada piedra, cada rincón, nos cuentan una historia. Y aunque no las escuchemos, ahí siguen, esperando a que alguien se detenga y preste atención.

Así que la próxima vez que pasees por tu calle favorita, párate un segundo. Mira a tu alrededor. Siente la vibra de las historias que te rodean. Porque, al final, todos somos parte de esta gran obra de teatro, y nuestras calles son el escenario donde se desarrolla día tras día, esa “ronda infinita” de la vida como diría Gabriela Mistral.

En cada paso que damos, en cada esquina que doblamos, estamos dejando nuestra huella en el tapiz urbano. Somos y seremos parte de una historia mayor, una que se construye a diario con las pequeñas y grandes experiencias. Y aunque nuestras vidas sean efímeras, las calles perduran, llevando consigo la entidad de cada alma que ha caminado por ellas.

Como esa Carmen que Antonio Banderas nombraba en su magnífico pregón de Semana Santa y que decía; “tenía un saco lleno de razones para salir de promesa en la noche del Lunes Santo”. Cuanta historia en estos suelos y adoquines de nuestras calles.

Así que, querido usuario/lector, te invito a que la próxima vez que andes por esas queridas calles no solo del sur, sino de cualquier lugar, te pares un momento y a lo mejor tienes esa misma sensación que de vez en cuando tengo yo.