Cada día son más los artículos científicos que ponen de manifiesto cómo se ciernen sobre nuestra salud los efectos del cambio climático y del desapego de los urbanitas de la sostenible y equilibrada naturaleza. De entre los que he recibido reclaman mi atención dos relacionados con ese sentido tan esencial como es el de la vista.

Si bien es el olfato el órgano receptor que más información nos provee sobre nuestro entorno, la percepción de luz y de formas estuvo presente desde el origen de la vida. Incluso algunos seres unicelulares presentan manchas oculares que ya desde la más remota antigüedad les ayudaban a saber dónde ubicarse en los ecosistemas.

Sin embargo, ese sentido no se manifiesta de igual forma en todas las especies. La imagen mental que desarrollamos es muy distinta a la de un calamar, a la de una araña, o a la de una libélula, o a la de un animal tan cercano como el perro. En verdad lo que percibimos es una realidad muy particular, pero no la verdadera realidad. Incluso en muchos casos la configuración de una imagen la hacemos a través de otros sentidos. Quien no ha visto sin ver esos trigales, en plena canícula estival, repletos de sonoras cigarras a través del Verano de las Cuatro Estaciones de Vivaldi, o ha recreado un patio andaluz a través de la ‘Danza andaluza’ de Granados.

El primero de aquellos artículos, a los que hacía alusión, publicado en la prestigiosa revista ‘Environments’, está firmado entre otros por los investigadores malagueños Lucía Echevarría y José María Senciales. La investigación centrada en la Axarquía, punto caliente del calentamiento global, ha analizado la relación entre el Cambio Climático y la evolución de esa enfermedad ocular tan frecuente que es la catarata. El artículo concluye indicando unas tendencias tan interesantes como que este mal está favorecido por las altas temperaturas en hombres y por la sequedad ambiental en mujeres. Conclusiones que abren todo un camino a considerar desde todos los ámbitos sociales.

El segundo artículo publicado en ‘Nature’ tiene por espeluznante título ‘Una epidemia de miopía está arrasando el mundo’. Y es que demuestra que, a menos que haya un gran cambio en nuestras conductas, antes de mitad de siglo más de la mitad de la humanidad sufrirá esta afección, y una cuarta parte de ellas será severa. Los investigadores a nivel global se han percatado que una consecuencia más de la pandemia fue la aparición de un hábito, tan asentado ya, como es el de sentir máximo apego por las pantallas de ordenadores, móviles y táblets. La población infantil fue la más sometida a esta nueva tiranía y serán los que más la sufran.

En ambos casos la terapia, además de aquellas tan adecuadas de la oftalmología, está en la Naturaleza, y en especial en ese verde, que con su amplísima gama, supone tanta amabilidad. Este Día Mundial del Medio Ambiente, en el que escribo esta columna, tiene por lema ‘Nuestras tierras, nuestro futuro’, pero no olvidemos nunca que el primer ecosistema que debemos cuidar es nuestro propio cuerpo, de ahí que extienda aquel lema a ‘Nuestros cuerpos, nuestro futuro’.