Empecé a ver esta nueva serie tan afamada de los Bridgerton buscando algo que ver con mi novia, algo que fuese fácil y poner el encefalograma plano. Y la verdad es que la serie es un buen formato para ello pero, de pronto, al ver los actores metidos como inclusión, me empezó a dar qué pensar.

Por si no sabes de qué va la serie, es un culebrón de amoríos en la época victoriana en Londres. A pesar de la excelente recreación de los decorados, vestidos y toda la movida, hay una cosa que se me clavaba como alfileres en las retinas cada vez que aparecía: Un duque negro, un sirviente con levita asiático o una alta dama latina. Precisamente en Inglaterra, una de las culturas que menos ha permitido el mestizaje, que ha hecho de la segregación una máxima en todas sus colonias y que, desde luego en esa época, era abiertamente racista.

El argumento a favor de este tipo de prácticas en la industria del cine, el de incluir cuotas de representación de las diversas razas, es el de dar visibilidad y que lo blanco y heteropatriarcal no sean siempre los protagonistas, ofrece una realidad diversa para que todo el mundo se sienta representado y pueda tener referentes. La verdad es que, dicho así, es algo con lo que creo que casi nadie puede estar en contra. ¿Entonces, por qué hay tanta polémica?

Y es que, si lo analizamos, el problema no es que de pronto aparezca un personaje de raza negra en la corte victoriana, el problema es que hacer esto es profundamente narcisista por parte de los occidentales.

La personalidad narcisista tiene diferentes características. Una de ellas es creerse el centro del mundo, dar una excesiva importancia a sus logros y grandeza o subestimar los logros e importancia de otros. Con el tema de la inclusión, desde luego lo hacemos, pues parece que tenemos que seguir contando la historia occidental, que es la importante e interesante, y que, por tanto, sólo podemos ser “tan buenos” que le demos acceso a nuestras historias a las personas de otras razas.

Lo que me planteo es si existiendo la posibilidad de crear tramas o contar hechos históricos donde las personas de otras razas sean protagonistas (que desde luego hay episodios fascinantes en culturas no occidentales como la Azteca, Sokoto, Benín, Cherokee y tantas otras, con personajes increíbles y escenarios que quedarían guapísimos recreados en producciones con medios como los de Netflix), por qué forzar y mentir creando situaciones absurdas e históricamente falsas.

Es seguir poniendo la historia occidental, la cultura y nuestra cosmovisión del mundo como la interesante, como la única que merece la pena contar.

Otro aspecto importante de quien padece un trastorno narcisista es el de explotar a otros para lograr sus propios objetivos y, quizás de forma muy sutil, los occidentales metemos cuotas raciales de forma forzada y absurda en nuestras propias historias sólo para sentirnos más justos, buenos y puros. Así, además, seguimos siendo el centro del mundo, porque seguimos siendo los blancos, los únicos que podemos solucionar el problema del racismo.

Aprender historia de otras culturas no sólo ayudaría a la inclusión y visibilidad racial, sino también a tener más empatía con otras formas de entender la vida a través de la vivencia de sus personajes con su propia cosmovisión y cultura. Y quizás, llamadme loco, sería más eficaz al evitar el rechazo de quienes vemos todo esto forzado, de quienes no queremos que se nos obligue a cambiar nuestras historias y mitos (lo cual no tiene nada que ver con no querer ser inclusivos) y sobre todo quitaría el debate de lo absurdo para centrarnos en lo importante: tener una visión no sesgada por una única cultura, empatía con las diferentes realidades y disfrutar, que es el objetivo básico del cine lejos de moralismos y adoctrinamientos mojigatos, de historias fascinantes.