Les confieso desde el principio mis dudas a dedicar esta columna a la disyuntiva entre sanidad pública y sanidad privada. En primer lugar, porque no sé si es un tema para “muy cafeteros”. Ustedes me entienden: para los muy iniciados o los muy implicados en temas de política sanitaria o en la provisión de servicios sanitarios. Y no es mi intención aburrirles, todo lo contrario.

En segundo lugar, porque conociendo mi dedicación profesional es fácil pensar «¡qué va a decir este!». No me gustaría tampoco resultarles previsible.

Pero la actualidad manda. Y es actualidad la reciente publicación del Proyecto de Ley de Gestión Pública e Integridad del Sistema Nacional de Salud. En concreto el pasado 13 de mayo. Por el título del proyecto de ley (quizás también conociendo quien lo promulga) pueden adivinar la orientación del mismo. Incluso se incluye de una manera más explícita en la justificación de oportunidad para su aprobación: prioridad absoluta de la gestión pública.

Se han publicado ya numerosos documentos y declaraciones posicionándose sobre el proyecto. En unas direcciones y en otras. De manera crítica o acrítica. De manera interesada y de manera rigurosa. Incluyendo propuestas para la mejora del texto o sin hacerlo. El Instituto para el Desarrollo e Integración de la Sanidad (IDIS) ha publicado una respuesta a la consulta pública sobre el proyecto de ley con un análisis pormenorizado que les evita que yo me dedique a ello. Me limitaré pues a poner el foco sobre la expresión (veremos si feliz o no) “integridad del Sistema Nacional de Salud”. Si me refiero a él como SNS les estaré ahorrando espacio.

Íntegro significa intacto, entero, no tocado o no alcanzado por el mal. A lo largo del proyecto de ley no se precisa qué mal no debe alcanzar al SNS. Dado el foco en la gestión preferentemente pública podría parecer (qué malpensado soy) que el mal es la gestión privada. La Sanidad Privada ha venido siendo desde hace mucho tiempo un colaborador necesario en el Sistema Público de Salud. En la innovación tecnológica, muchas veces más rápidamente introducida en la sanidad privada, en el control del gasto sanitario, en la cobertura sanitaria a colectivos como las mutualidades, en la atención de los accidentes del trabajo o de tráfico, en la gestión de listas de espera y últimamente en la gestión de la pandemia. Si la Sanidad Privada no es el mal, ¿por qué no es parte de la integridad del Sistema? Quizás sea o se considera un “mal necesario”.

Integridad como valor es la cualidad de hacer lo correcto. Ahí sí, ahí estaremos todos de acuerdo: deseamos que el SNS haga lo correcto. Eso es garantía de mejor salud, mejor uso de los impuestos con los que se sufraga, mayor satisfacción de los usuarios. Lo complejo es ponerse de acuerdo en qué es lo correcto. Dicho de otra forma, ¿qué medidas hay que adoptar para mejorar los indicadores de salud con una gestión eficiente de los recursos? No creo que las decisiones fundamentadas en la ideología sean más correctas que las que respondan a la evidencia. Dudo de las recetas ideológicas frente a las acciones discutidas y contrastadas.

Incluyo otro concepto: integralidad. Integralidad es la capacidad de resolver la mayoría de los problemas. Y aquí también estaremos de acuerdo: queremos un SNS capaz de atendernos en la salud y en la enfermedad, si mi problema es cardiaco o es mental, si mi problema es dental o de atención farmacéutica. ¿No es la salud dental imprescindible en un SNS completo? ¿No lo es la Salud Mental? ¿No lo es disponer del mejor acceso a tratamientos farmacológicos? La mayoría de la salud dental, mental y farmacéutica está atendida por la iniciativa privada. El SNS requiere pues de la sanidad privada para resultar integral.

Hago también una reflexión sobre la libertad. Uno de los atributos de la Sanidad Privada es la libertad. La de elección de modo de financiación (asegurándose o no), de centro sanitario, de profesional, incluso de tratamiento cuando cabe la elección entre distintas alternativas terapéuticas y disponemos de información suficiente. ¿Porqué tener miedo a la libertad? ¿No se nos considera capaces de saber elegir lo que mejor nos conviene? Creo obligado aportar los resultados de salud de las instituciones para poder comparar y orientar las decisiones evitando calificaciones no fundamentadas en datos que las amparen. Es la información la que permite elegir quién y cómo se debe atender nuestra salud. Ni los prejuicios, ni las opiniones (tampoco la mía), ni los clichés deformados.

En resumen, sí, reivindico un SNS integro (no tocado por el mal), con integridad (capaz de hacer lo correcto) e integral (capaz de resolver la mayoría de los problemas). En ese sistema estamos todos los proveedores de salud sin distinción por el modelo de gestión.