No hay mal que por bien no venga: el resurgir de los barrios. Que el centro de Málaga sufre el mal de la turistificación, es más que evidente: pérdida de población autóctona, declive de los comercios básicos tradicionales, carestía del alquiler, etc. Pero a fuerza de ser positivos, los barrios, incluso los más excéntricos, enriquecen su propia vida. La gente de los barrios realizan más actividad interna y la actividad comercial se acrecienta gracias a esa peculiar fuerza centrífuga. Ya no hay que ir al centro a ver lo que nos frecen los escaparates, a gozar de una buena comida o algo tan básico y necesario, para sentirse de un lugar, como es el juego social de saludar a conocidos y amistades, mientras paseas a pasito lento.

Mal de muchos, consuelo de tontos: la búsqueda de un pisito. Todos se aterran al oír como asciende el precio de la vivienda en Málaga. Incluso sonríen aquellos que poseen tan necesario tesoro, pensando que su patrimonio también sube. Frágil memoria que olvida que hace sólo unos años se produjo el reventón de una gran burbuja, que dejó por los suelos el hasta entonces suculento valor de las casas. Pero hay una juventud que llora, porque no le da para un alquiler en cien kilómetros a la redonda. Cómo advierte nuestro sabio refranero, así anda este mundo loco, llorando unos para que rían otros

No hay mal que cien años dure: el futuro despoblamiento. No son voces de sirena. Demasiados son los indicios de que nuestra urbe puede despoblarse a mitad de siglo. Hasta la NASA lo afirma, y tal vez sea la hora de ir creyéndonoslo. Además del planeta, nuestra tierra en especial, la que pisamos cada día, se calienta en exceso y con rapidez. Será una tierra inhóspita, dicen. Entonces ¿qué será de un centro sin turistas? ¿sin comercios? ¿sin vecinos?

Entre las diferentes soluciones para un mal complejo, elige siempre la más chusca: la navaja de Ockham en versión de un osado urbanista. Aquel que conocí, inspirado en los dibujos animados de Bob Esponja, tuvo una de esas estrambóticas ocurrencias, que en más de una ocasión le compraron. Si nos faltan viviendas baratas y sobre la tierra será difícil vivir, construyamos viviendas bajo el mar y, por qué no, con formas de piña. Andaba aquel indómito genio visitando los posibles terrenos, cuando se le acercó la esponja para preguntarle qué hacía: Estoy construyendo el parque de viviendas no por los jóvenes. ¡No me interesan los jóvenes, sino el dinero de sus papás! Era la misma respuesta que le había dado su jefe, Don Cangrejo, al preguntarle por un parque de atracciones.