Comienza el curso de 2030 y, como los anteriores, llega con sorpresa. En la mesa de mi despacho me encuentro con un pequeño cubo negro. No me da tiempo a preguntar de qué se trata. Ella misma me lo pasa a contar, con una voz que es idéntica a la mía, incluso con los mismos latiguillos y muletillas que uso siempre.

Por gentileza de la Junta de Andalucía seré desde hoy tu asesor personal, te llevaré la agenda, te programaré las reuniones, y llevaré el control de tu docencia, de tus investigaciones y de las tutorías.

El dichoso aparatito iba a ser apodado como BlackboxIA, pero era un apelativo demasiado negativo, por lo que lo redujeron apelando a que podrían ser tachados de negrofobia ¡Mira qué bien! exclamo, y ¿hasta dónde me controlarás? le pregunto con retintín. Bueno pues, diariamente enviaré un informe de seguimiento real, desde tu llegada hasta tu salida, de las veces que hayas podido salirte fuera del temario de la asignatura, valorar las reflexiones libres que hagas en voz alta, tu relación con alumnos y compañeros, etc.

Qué tenga que estar oyendo todo esto, después de medio siglo de docente, me irrita y me entristece. La BoxIA se apiada e intenta compadecerme: se trata de gestionar mejor el servicio público que tanto defiendes ¿Qué quieres decir, que en las Universidades privadas no se implantará? Pues claro que no, me responde con el mismo grado de irritabilidad que puedo tener en algunos momentos, ellos establecerán sus propios mecanismos de control.

Qué miedo me das BoxIA. Entonces me argumenta que cuando se descubrió el fuego por la humanidad se tardaron siglos en considerarlo un invento de extrema importancia, qué la rueda se vio como un retraso durante decenas de años ya que en una cuesta en vez de ayudar a subir se desprendía para atrás por las cuestas, que la Tierra es una esfera aún hay quien no lo cree, y así te puedo relatar miles de avances que tardaron en aceptarse socialmente, como todo lo que supone un cambio.

Pues ahora igual con la IA, concluye, acabaréis admitiendo pese a vuestros miedos que somos un instrumento muy útil. Es hora de que me alimentes, me grita. ¿Cómo? le apelo con rabia. Aunque tengo casi toda la información que requiero, necesito que me des algunos datos más sobre tus gustos, aficiones, proyectos, amistades, enemigos, etc. Me paro un buen rato imaginando que respuesta darle. Entonces, me acuerdo de aquellos soliloquios incomprensibles de Antonio Ozores. Hago el ejercicio de frases inconexas, concluyendo con su famoso colofón adaptado para la ocasión: No, BoxIA no. Ahora la que me enmudece es la cajita negra, mientras un pilotito rojo se enciende en su lateral antes de fundirse.