Cada vez son menos los anaqueles, de esos que aún guardan libros, que conservan una edición de Veinte mil leguas de viaje submarino. Una de aquellas ilustradas con dibujos a plumilla y que a tantos le hicieron sumergir su imaginación en las abismales profundidades del mar. Cuantos soñaron unirse a la tripulación del temerario Capitán Nemo en su portentoso Nautilus.
No menos deliraron nuestras neuronas participando en un viaje de la Tierra a la Luna que duraría 97 horas, tantas como las que producían deleite al contemplar aquellos paisajes de nuestro satelital acompañante. El mismo cuerpo celeste, aunque tan negro como el carbón, que hoy languidece en sus misterios, incluso para los enamorados.
Y qué decir de cuanto se aprendió sobre geografía y de culturas lejanas gracias a La vuelta al mundo en 80 días. Incluso nos hubiésemos encarnado en Picaporte con tal de vivir todas las peripecias junto a Sir Phileas Fogg. Parece obvio que buena parte de los avances científicos y tecnológicos del siglo XX germinaron en cabezas que en su infancia fueron subyugadas por los relatos de Julio Verne, a quien tanto debemos por haber alimentado algo tan importante como la imaginación.
Si para algunos ya era imposible dar dos veces la vuelta al mundo en un submarino, hacerlo en globo en 80 días aun resultaba más increíble, entre otras razones porque la convicción de que la Tierra es plana no se ha esfumado todavía. Aun más incredulidad generaba que se pudiera llegar a la Luna, se atisbaba como un reto imposible. Incluso hace 55 años, cuando la tele nos mostraba el pequeño paso selenita de aquel astronauta, eran más los creyentes de que era un montaje, que los que lo aceptaban como la realidad de un gran salto para la humanidad.
Pero de todos aquellos relatos, el que no se sostenía era el Viaje al centro de la Tierra. Era habitual en clase, cuando se explicaban las distintas capas de nuestro planeta, preguntar por qué era imposible aquel sueño de Verne. Entonces el listillo de la clase levantaba su mano para sentenciar que el núcleo de la Tierra tiene una temperatura superior a 5.000 oC.
Hace ahora un año que aquel inimaginable sueño de Verne, empezó a hacerse realidad. A unos 3.000 Km de Málaga, en dirección al Caribe, se encuentra la Ciudad Perdida en pleno Macizo de la Atlántida. Y en tan singular lugar y con tan vernianos nombres, se perforó por primera vez el manto terrestre. Parecía impensable pero se ha logrado, una vez más un sueño de Verne empieza a cumplirse.
Una de las observaciones que más han llamado la atención de los científicos es la aparición de estratos de serpentinas, ese mineral de color verdoso del que tan buena representación tenemos en muchas serranías de nuestra provincia. Pero sobre todo deslumbra la cantidad de vida primigenia que aparece en su entorno, y que puede dar luz a como se originó la vida en el planeta.
Amigos lectores si visitan los Reales de Genalguacil, la Sierra de Aguas de Carratraca o la Sierra Palmitera de Igualeja, y se tropiezan con esas hermosas rocas verdosas, eche a volar su mente e imagine qué ocurría en aquel lugar hace cinco mil millones de años. Entonces recuerde que, como decía Don Julio, cualquier cosa que un hombre pueda imaginar, otro hombre la puede hacer realidad. Defendamos la imaginación sobre todas las cosas.