Ando estos días enredada en la lectura del ensayo ‘El psicópata integrado en la familia, la empresa y la política’, del catedrático de Educación y Criminología de la Universidad de Valencia, Vicente Garrido.
La obra, publicada por Ariel, busca mostrar los principales y aterradores aspectos de una personalidad psicopática, al tiempo que analiza las consecuencias de su manifestación en los tres ámbitos destacados para aterrizar en un capítulo final donde desarrolla la pedagogía preventiva frente al psicópata y en el que elabora una hoja de ruta que permite identificar al psicópata integrado para impedir que colonice las vidas personales, las organizaciones empresariales y las instituciones públicas.
Y, sobre todo, es mano tendida para quien ha sido víctima de una relación con un psicópata integrado ayudando, así, a paliar la estela de culpa que dejan.
Este tiempo de multitud de texturas, de muchas vidas que se suceden en una misma jornada y en una única vida, actúa como catalizador para los psicópatas.
Ese frenesí por la celeridad, la competencia individualista y la cultura del éxito, pilares fundacionales del tecnocapitalismo, han creado un paisaje humano en el que el psicópata corrompe fácilmente la sociedad y a quienes la componen.
Ellos se encuentran en su medio natural, caen bien, son encantadores, divertidos, pero carecen de toda medida moral y espiritual, es decir, tienen una habilidad inusual para sembrar infelicidad y miseria allá donde estén, siendo, especialmente, implacables en el ámbito de las relaciones personales.
Y es que, como bien se detalla en la respiración de este ensayo, no se trata exclusivamente del dolor que causan mientras existe la relación, sino también del daño que infieren a posteriori por la huella que dejan.
No es agradable despertarse un día dándote cuenta de que no ha sido una mala ruptura o una relación complicada, que la cosa no chutara por más que se insistiera, no, la cuestión va mucho más allá; en realidad, se trata de una historia de amor con un psicópata, tal como refleja Garrido, por ejemplo, en las últimas páginas de esta obra.
O en palabras de la propia protagonista de uno de los testimonios compartidos: "ahora me doy cuenta de que eso no fue una historia de amor: todo lo bonito que viví lo creé yo; cuando estaba a gusto en el hogar que había creado, el hogar era yo. No hay amor posible en una imagen que no es real".
Quien aparta y cancela el necesario entramado de valores que todo ser humano solicita para lograr una idea de vida con otros, y lo sustituye por la lógica de la mentira – pensemos, por ejemplo, tal como cita Garrido Genovés, en esos maridos que de manera reiterada mienten a sus mujeres y familias-; por la coartada que toda cobardía ofrece y se mueve, exclusivamente, por los intereses propios, tiene barra libre para destruir a toda persona que tenga peso en su vida, toda persona que acabe formando parte de su círculo de proximidad.
Quizá por eso, por el presente inmediato y por el futuro sobre el que ya tenemos una responsabilidad debamos comenzar a tomarnos muy en serio el cómo nos estamos relacionando entre nosotros en este tiempo que cabalga entre un mundo físico y un mundo no tangible A todas luces pareciera que es más fácil relacionarse a través del daño que a través del afecto.
Inventamos un sinfín de expresiones y términos que nos permiten definir el abuso y violencia en las relaciones personales y profesionales. Y con ello normalizamos lo que es aterrador, renunciamos a atender la complejidad de un contexto muy dinámico, al tiempo que blanqueamos conductas inapropiadas para lo humano de tanto manosearlas con el lenguaje, de tanto GIF y de tanto cenutrio dando chapas en Instagram y TikTok.
El terror sabe de la perversión del lenguaje y de lo frágil de la memoria. Cada palabra que utilizamos para llegar al otro, cada gesto en el trabajo, cada decisión que se emprende en el espacio público dice lo que somos y cómo estamos en el mundo.
Si basas tu completo matrimonio en el adulterio, no es confusión, es psicopatía. Si tu manera de estar en el trabajo es abusando, no se trata de exigencia, es psicopatía. Si inviertes cuarenta millones de dólares en la campaña de Trump, no es ideología, es psicopatía.
Esa toma de tierra hacia la que señalo nos ayudará a construir una sociedad más justa en la que las personas importen, horizonte que ayudará a dificultar la pervivencia de psicópatas.
Así que, tal como indica Vicente Garrido, es el momento de la revolución de la conciencia, vincularnos a la vida con los ojos bondadosos de la vida y su dimensión moral.