No hace mucho me invitaron a hablar a jóvenes sobre la gestión empresarial. Dado que ya existen cientos de libros que abordan el tema, así como sobre las principales competencias y habilidades necesarias, tras recomendarles algunos, decidí enfocarme en aspectos menos académicos pero que influyen profundamente en múltiples áreas de la vida.
Les dije que, para que las cosas sucedan, es necesario moverse. Las oportunidades no suelen aparecer de la nada; hay que buscarlas y estar dispuestos a trabajar arduamente para alcanzarlas. Que no se empeñen en decir que están preparados, sino que demuestren que lo están.
Les aconsejé que se comparen menos con los demás y que, en su lugar, se reten a sí mismos, porque esto les beneficiará mucho más en el largo plazo. Lo lógico es que los resultados lleguen, pero puede que tampoco sea suficiente, de ahí la importancia de ser resilientes. Es esencial caminar hacia el objetivo con constancia y paciencia.
También destaqué que hay expresiones que reflejan una mentalidad resistente al cambio, a la colaboración y a la innovación, lo que puede ser muy negativo para cualquier organización que aspire a ser competitiva y dinámica en un entorno empresarial tan cambiante como el actual. Por ello, advertí sobre el peligro de que se encuentren con dos frases comunes: "siempre se ha hecho así" y "yo soy así".
El "siempre se ha hecho así" refleja, lo que hasta cierto punto es lógico, nuestra necesidad de rutinas y la dificultad de estar en constante cambio. Sin embargo, puede esconder una falta de disposición a cuestionar y mejorar los métodos existentes. La gestión exige una revisión y mejora continua de las prácticas, y aferrarse a lo antiguo es un camino probable hacia la obsolescencia.
Más grave aún, por lo que representa de rendición y soberbia, son las personas que usan el “yo soy así”, como justificación de sus comportamientos, por ser una forma de autorrendición que, además de limitarles, traslada la responsabilidad de sus acciones a los demás. Este enfoque les impide crecer y mejorar, ya que se encierran en una visión estática de sí mismos, evitando la autocrítica y el cambio.
Por todo esto, les recomendé evitar esos entornos y jefes que promueven o usan esas expresiones. Reconocer nuestras áreas de mejora, en lugar de justificarlas con excusas, es un acto de humildad que nos abre las puertas al desarrollo personal.
Al aceptar que siempre hay espacio para evolucionar y aprender, nos volvemos más receptivos a las críticas constructivas y a las oportunidades de crecimiento. Este proceso no solo nos beneficia a nosotros mismos, sino que también mejora nuestras relaciones con los demás, ya que demuestra un compromiso auténtico con el progreso y la superación personal. Ser conscientes de nuestras imperfecciones y trabajar activamente en ellas es un signo de madurez que nos ayuda a construir una vida más equilibrada y significativa.
Finalicé la sesión con una frase de Martín Luther King, “puede que no seas responsable de la situación en la que estás, pero lo serás si no haces nada para cambiarla”. Porque, aunque el universo no está en tu contra, tampoco tiene la intención de facilitarte las cosas. Además, subrayé que la manera más efectiva de crecer es rodearte de personas que ya encarnan lo que uno aspira a ser y ser consciente de que para trabajar bien con otros, no hay que tener las mismas ideas, basta con tener el mismo respeto.