Son muchas las emociones que recorren mi cuerpo contemplando las imágenes de desolación que ha dejado la última Dana en nuestro país, siendo testigo del dolor de tantas personas y de los centenares de fallecidos que todavía ocupan morgues, sótanos y barrancos.
Los medios de comunicación nos presentan estos días a expertos en emergencias y a meteorólogos y científicos medioambientales. Y la expresión "cambio climático" resuena una y otra vez, alzándose como un enemigo del que protegerse, al que hay que aprender a adaptarse.
Todos invitan a generar sociedades más resilientes, a promover reflexiones sobre cómo debemos actuar, a partir de ahora, en materia urbanística o qué pasos dar para mejorar nuestros sistemas de alerta, o cómo formar a la ciudadanía para afrontar los riesgos catastróficos, o qué cambiar en los protocolos para ser más rápidos y expeditivos en las tareas de salvamento y ayuda a la población.
"Siempre ha habido gotas frías pero debemos acostumbrarnos a que nos azoten con mayor frecuencia y virulencia por culpa del cambio climático". Una de las frases más repetidas estos días.
Sin embargo, presentarnos el cambio climático simplemente como un nuevo enemigo que aparece como un jinete apocalíptico no es la mejor receta. El cambio climático ha llegado para quedarse como las guerras, el terrorismo o la epidemias. Y parece que queremos enfrentamos a él como lo hacemos con los demás: luchando cuando nos ataca. Mirando a otro lado cuando la macabra lotería le toca a los demás.
Porque eso hacíamos cuando, a pesar de los constantes avisos de la ciencia y de organismos internacionales, veíamos, sin inmutarnos, inundaciones en el sudeste asiático o en Alemania, megaincendios en California, sequías permanentes en África o islas sumergidas bajo el mar en Oceanía. Mirábamos a otro lado. Ahora, lo peor del cambio climático ha llamado a nuestra puerta. Hay un vecino nuevo en la comunidad.
Hay que aprender, por supuesto, a protegerse de los efectos del cambio climático y mejorar nuestros sistemas públicos de reacción ante emergencias catastróficas. Pero no debemos simplemente dar por hecho que tenemos un nuevo vecino en la comunidad y verlo crecer cada día.
Debemos redoblar esfuerzos en todos los ámbitos para limitar el calentamiento global, para que la temperatura del planeta no continúe subiendo. Y en momentos tan trágicos como el que estamos viviendo es en los que debemos hacer llegar a la población, de forma sosegada y realista, información y formación sobre la importancia de que todos exijamos a los poderes públicos y a las empresas, grandes y pequeñas, un mayor esfuerzo en la transición hacia modelos más sostenibles en todos los ámbitos. Y hacer ver a la sociedad que es posible cambiando patrones de comportamiento y de consumo y siendo, cada día, un poquito activistas.
Es ingente la tarea para evitar que siga subiendo la temperatura del planeta, pero también somos muchos los que tenemos en nuestras manos el poder introducir cambios en nuestra vida. Porque, lo hemos visto estos días, no siempre vendrán a tiempo para solucionar nuestros problemas y el cambio climático, por desgracia, es un problema nuestro, no un vecino recién llegado.
Transformemos la maravillosa solidaridad mostrada estos días con las víctimas de la Dana, por tantos y tantos de nosotros, en una corriente permanente de solidaridad con nuestro planeta.