A menudo bailo pegado con la muerte. Creo que hasta he llegado a enamorarla. Tantas veces he regresado con el cuello de la camisa manchado de carmín. En el portón de casa he logrado convencerle para que no pasara y se marchara hasta el próximo vals. Luego la sorprendo en las habitaciones de mis niños susurrándole al oído. Conozco tanto a la muerte que hace ya tiempo que dejé de temerle. La muerte es mi pareja de baile.

Nos aferramos a la vida como si fuera lo único que existe, probablemente porque la luz del sol brilla más que la luna. A toda costa tratamos de no pensar en la muerte, pero el subconsciente nos juega malas pasadas y no podemos evitar acordarnos de ella.

Quizás porque le tenemos miedo, quizás porque no siempre viste de negro, quizás porque desconocemos que la muerte no existe como tal: solo muere lo físico, el sentir del alma es para siempre. Si aprendemos a abrazarla como parte de la evolución, el tránsito a la otra vida sería precioso: cerramos los ojos, dormimos profundamente mientras nuestra alma viaja a un lugar tan bonito y especial; allí nos reencontramos con aquellos que partieron en su día, nos dan la bienvenida y nos abrazan como nosotros abrazamos cada día a las familias que llegan a la cuarta planta de oncología.

Los pacientes que están al borde de la muerte dicen que han descubierto una increíble felicidad al comprender que no hay nada que temer, nada que perder.

Elisabeth Kübler-Ross

El problema no es la muerte en sí, el problema es el miedo. El miedo es el culpable de que exista tanta desdicha en la vida; el miedo a perder las cosas que creemos que nos pertenecen. Un miedo que se disfraza de ira, protección, autosuficiencia...

El ser humano vive en dos emociones fundamentalmente: el temor o el amor. Del temor se puede pasar al amor con el simplemente hecho de aceptar y abrazar con el corazón cada circunstancia que el camino nos pone por delante. Creemos que en la vida solo pasan cosas buenas o malas, y no es así, en la vida nada es bueno ni nada es malo, la vida simplemente «es». La decisión de que sea bueno o malo la toma la mente, no el alma; porque el alma lo percibe como algo que «es»; desde la muerte de un niño hasta que nos toque la lotería, todo absolutamente en la vida «es» lo correcto que tiene que pasar para el proceso de crecimiento del ser humano. Debemos convertir el miedo en sabiduría.

Sabiduría es descubrir que la felicidad es inherente a cada uno de nosotros, que ésta nace y perdura para siempre. Sabiduría es ser conscientes de que no necesitamos factores externos para ser felices porque la felicidad está dentro de uno mismo. Las despedidas, los apegos, los recuerdos, los «qué felices fuimos mientras estuvimos juntos y ahora mira…» También fuimos felices antes, cuando no nos conocíamos. Ahí tienes la respuesta.

Este es el lema que prioriza por encima de todo en mis sentires del alma: «La felicidad es la ausencia del deseo». El ser humano se pasa toda la vida deseando ser feliz. Normalmente, los propósitos del hombre son: casarse con la mujer de sus sueños, tener un buen trabajo y un buen coche, tener muchos hijos y que estos crezcan sanos, disfrutar de sus hobbies… «No necesito nada más para ser feliz».

Pero qué pasa cuando por circunstancias de la vida no encontramos a la mujer soñada, o el trabajo que tanto deseábamos no nos da ni para llenar el depósito de gasolina o pagar el alquiler de la casa. ¿Ya no podemos ser felices?

Convivo cada día con familias humildes que en algunos casos no tienen ni donde dormir, familias que tienen sus hijos enfermos, familias a cuya puerta llama la muerte para entrar y salir a su antojo. Familias que se compadecen de nosotros cuando nos ven sufrir por haber pinchado el coche en la misma puerta del taller… Estas familias de las que nosotros también nos compadecemos por creer que son unas desgraciadas, en la mayoría de los casos son más felices que las nuestras.

Bailas?