Con motivo de la elaboración del nuevo Plan de Ordenación del Territorio de Andalucía, un compañero arquitecto me preguntaba cómo veía Andalucía en 2050. Una pregunta interesante a la cual contesté un poco mareada, justo después de participar en unas jornadas sobre urbanismo y género organizadas por el Gobierno Canario, que concluyeron con una fantástica cata de cervezas artesanales de una empresa local de Lanzarote. Muy buenas, por cierto.

Cervezas Malpeis es el proyecto de una enóloga local entusiasta, innovadora y con una idea muy clara de lo que quiere para su territorio: poder seguir viviendo y emprendiendo en él. Yo, al igual que ella, desearía que Andalucía fuese un territorio en el que podamos seguir desarrollando nuestros proyectos vitales y profesionales, y no a pesar de las carencias, sino gracias a las posibilidades que nos ofrezca la ordenación del territorio en el 2050.

Para eso debemos entendernos en 2024. En poco más de un siglo, Andalucía ha aumentado dos veces y media su población, lo cual exige una posición existencial para gestionar las distorsiones entre los espacios que crecen más rápido y los que se van vaciando de personas y contenidos.

Financiar organizaciones, asociaciones y pequeñas empresas rurales, así como construir infraestructuras de conexión con los núcleos principales, no es un gasto alto para una demanda escasa, como alguna vez me han argumentado. Es una inversión.

La custodia del territorio implica destinar recursos al cuidado del campo, de los espacios forestales y de la cultura, ya que el proceso de adquisición de suelo agrícola por fondos de inversión puede distorsionar las dinámicas tradicionales entre explotación, modos de vida y cultura.

O nos planteamos sacar miles de plazas de funcionarios que se ocupen de estas tareas para que los que vivimos en las ciudades podamos seguir desentendiéndonos de ellas, o reconocemos la necesidad de invertir en el territorio. Con estas inversiones no solo conseguiremos servicios ecosistémicos y culturales gratis, sino que se fomentarán dinámicas que no podemos prever, como el caso de la enóloga que creó una fábrica de cervezas en una pequeña isla canaria, generando empleo y aportando identidad a un territorio que se ha desdibujado por la intensidad de su actividad turística.

El reto demográfico en Andalucía exige pensar de manera estratégica. La pirámide poblacional está invertida, y pronto saltará por los aires. Seremos muchas las personas que necesitaremos ser cuidadas, y serán muchas las personas que deban asumir la tarea de cuidarnos. Una tarea que, por cierto, nunca está suficientemente reconocida ni tampoco pagada por el rol tradicional que han desempeñado las mujeres como cuidadoras, ya sea dentro del ámbito familiar o porque son contratadas para ello.

A pesar de profesionalizarse, las tareas sanitarias, sociales, educativas o asistenciales, están muy feminizadas. Pero en el ámbito personal, estas mujeres y las que trabajan en áreas más masculinizadas como la ingeniería o las finanzas, no están dispuestas a perder oportunidades profesionales. Han aprendido que los que triunfan no piden excedencias para cuidar niños. No debería extrañarnos que la natalidad caiga en picado. Hemos obviado que la vida se sustenta sobre la base de los cuidados desde que el sapiens es sapiens.

Para que podamos tener una vida plena cuando nuestras fuerzas empiecen a flaquear, necesitamos transformar nuestro territorio y nuestra mentalidad, para afrontar el reto demográfico que se nos viene encima.

Necesitamos adaptar nuestras ciudades a un modelo de movilidad activa que nos permita ser autónomos el mayor tiempo posible. Esto pasa por revisar urgentemente el modelo urbano, priorizando el transporte colectivo, y creando espacios públicos de calidad con sombra, bancos y fuentes.

Necesitamos renaturalizar las ciudades y crear infraestructuras basadas en la naturaleza que nos permitan salir sin riesgo de sufrir un golpe de calor. También debemos adaptar las viviendas para que no se conviertan en cárceles cuando no podamos salir.

Pensemos en lo que nos gustaría ver y oír desde nuestra ventana cuando tengamos que estar convalecientes en nuestras casas. Pensemos en lo que tendremos que gastar en la factura de la luz si lo que hay a nuestro alrededor es un mar de asfalto lleno de coches, actuando como isla de calor durante la noche.

Nuestras pensiones serán pequeñas, así que todo gasto innecesario será una renuncia en nuestros últimos años. Parece inteligente empezar a pensar que la inversión en renaturalización urbana es algo que deberíamos exigir a nuestros gobernantes. Recuerden que las cosas de palacio van despacio, y que los árboles tienen la mala costumbre de crecer despacito.

Para que Andalucía no sea un territorio fallido ante el reto demográfico, será necesario que haya un transporte público de calidad que conecte los núcleos metropolitanos, con frecuencias y rutas suficientes. Así, las personas mayores que vivan allí podrán ir a los lugares donde se provea de servicios sanitarios, sociales y culturales. Ese mismo transporte público será el que permita a los cuidadores, llegar a nuestros barrios y urbanizaciones periféricas. Estas personas serán en muchos casos mujeres migrantes que necesitarán conciliar su vida familiar con su vida profesional: es decir, nosotros los que necesitaremos ser cuidados.

Quienes se están viendo desplazados a vivir en las áreas metropolitanas como respuesta a la tensión de precios que supone el turismo y la inmigración cualificada en las ciudades económicamente más atractivas, tendrán más problemas para acceder a los servicios de cuidado en el futuro. ¿Se deben crear infraestructuras para el turismo y las empresas globales? Definitivamente sí. Pero al mismo ritmo que se deben crear infraestructuras para la conexión del territorio atendiendo al reto demográfico.

Un reto que exige pensar que la demanda de personas que se ocupen de los cuidados será tal, que en el futuro serán ellas las que elijan a sus empleadores en función de su localización, las conexiones en transporte público, o la cercanía a centros deportivos y escolares para sus hijos. Sería inteligente empezar a proyectar cómo las vamos a acoger y cuáles serán los procesos de ocupación del territorio considerando las necesidades laborales en el agro, los cuidados o la hostelería, ya que muy probablemente habrá familias que se dediquen a varias de estas actividades económicas.

Pero también tendremos que empezar a pensar en cómo se va a producir el encuentro entre personas que en muchos casos vendrán de otros países, con otras culturas, otras costumbres y sus propios prejuicios, y una sociedad que hasta ahora los está ignorando o incluso criminalizando. No dejo de sorprenderme de la miopía de una sociedad, la nuestra, que no mira más allá de sus narices. A los inmigrantes los necesitamos, y los necesitaremos cada vez más. Aunque solo sea por puro egoísmo, deberíamos empezar a cuidarlos.

Pero no seamos doblemente miopes. Los inmigrantes no solo vendrán a cuidar de nosotros, o de nuestros campos. Hay muchos profesionales cualificados que llegan de forma irregular a Europa, y que desearían aportar sus conocimientos y su entusiasmo a nuestro territorio. Y habrá hijos de inmigrantes capaces de inventar la cura del cáncer o descubrir la partícula que nos permita tener energía infinita a partir del agua. Las empresas no hacen más que decirlo por activa y por pasiva: el talento es lo más importante en una compañía. El talento es también lo más importante en la construcción de una sociedad y un territorio, que es el proyecto de todos.

No sé cómo me gustaría que fuese Andalucía en el 2050, pero sé que el reto que debemos afrontar pasa por ordenar los crecimientos irregulares, las extensiones residenciales, las áreas logísticas y las infraestructuras de movilidad para las mercancías.

Sé que tendremos que repensar la forma de gestionar los recursos hídricos para el agro y el turismo, y que la tecnología y la energía no son etéreas y exigen su espacialización en el territorio. Pero también sé que el reto demográfico exige empatía y anticipación. Urge identificar, proyectar e invertir en las infraestructuras y dotaciones que favorezcan un crecimiento económico equilibrado y capaz de integrar las necesidades de todas las personas que habitan y habitarán Andalucía en el 2050.