A pesar de parecer casi idénticas, con tan solo un baile de letras, la casualidad se transforma en causalidad. Lo casual no tiene pretendidas segundas derivadas, mientras que lo causal nos aboca a efectos deseados o indeseables, pero tantas veces con consecuencias poco imaginables.

Acaso es una casualidad que el gobierno de Moreno Bonilla se haya percatado ahora de que la Universitas Malacitana, en la que se formó académica y políticamente, necesita un rescate económico.

Aun lo recuerdo antes de entrar a un Claustro caliente, en la puerta del Rectorado en El Ejido, con treinta años menos, debatiendo los dos, junto a Nacho Román y José Luis Sánchez Ollero. Él por entonces, como portavoz de la asociación popular de estudiantes, y yo como Secretario General de la UMA.

Comentábamos con serenidad si era imprescindible incorporar las titulaciones de Arquitectura y Bellas Artes en las enseñanzas de la UMA. Todos coincidíamos en que la institución debía dar respuesta a las demandas de los malagueños, la discrepancia era que mientras unos apoyaban esas demandas tan concretas, otros defendíamos un mapa andaluz de universidades en los que la UMA estaba llamada a ser la Universidad tecnológica de Andalucía.

Años más tarde vencieron aquellas propuestas, quebrando el mapa de universidades especializadas. Si la UMA podía tener todas las titulaciones, porqué no la de Sevilla, la de Granada o todas las demás. Pero más allá del reparto del botín de ingenierías y licenciaturas, subyacía un debate que ahora se reabre. El modelo de Universidad de todo y para todos, la universidad de masas y de guardería para una juventud que por entonces era un polvorín social, frente al modelo de universidad pública exigente acompañada en paralelo de una formación profesional, también pública, de calidad.

La vida es un árbol cargado de racimos de paradojas, y hoy desde el gobierno autonómico se favorece, a hurtadillas, la privatización de aquellos frutos de la contradicción. Es más que evidente la causalidad, que a la vez que nuestra UMA se pone en entredicho por una deuda, para algunos valoradas como injustificable, un debate similar está abierto en las Universidades de la Comunidad de Madrid ante la clara apuesta por reforzar la privatización de la enseñanza superior.

El discurso neoliberal obliga a ello, ya que en la conciencia de las élites poderosas pesa el supuesto derecho a perpetuarse a través de cuadros de dirigentes. Llama la atención que la comparación se centre en la flexibilidad de los modelos, mayor en la privada que en la rigidez de las públicas.

La segunda derivada de este tipo de premisas es fomentar una competencia tan innecesaria como nociva. Debilitar el modelo público por inanición tiene consecuencias no solo en el avance de la investigación pública sino, como ocurre en los regímenes autoritarios, para adocenar a las clases obreras y aun más a la temida clase media.

Varias universidades privadas sobrevuelan por Málaga, pretendiendo instalarse en suelos privilegiados, ofrecidos gentilmente desde la mismísima municipalidad. Y es curiosa casualidad que en algunos casos se arrimen tanto a los centros públicos que parece como invitar a la comunidad de la UMA a integrarse en ellos. Deben pasar muchos años para que estos advenedizos dispongan de esos laboratorios que sirven para prestigiar las universidades. Así viene ocurriendo en el modelo madrileño.

Es casualidad que el gobierno liderado por Moreno Bonilla, tras cinco años de gestión, se haya percatado ahora del estado de las cuentas de la UMA, justo cuando ha habido un cambio de gobierno rectoral. Despilfarro no, necesidad sí. Las necesidades de infraestructuras básicas y de equipamientos cada vez más sofisticados en líneas de investigación punteras a nivel internacional pueden justificar la forma de proceder del gobierno universitario anterior, sucumbido en una pandemia que trastocó todas las coordenadas de cómo llevar a cabo una actividad docente e investigadora en condiciones excepcionales.

Fue necesario un esfuerzo ímprobo de toda la comunidad para que aquellos dos cursos no dejaran huella en nuestro ecosistema universitario, y por extensión a toda la sociedad malagueña. Tal vez sea la casualidad de mandar el manido mensaje, empoderado en su momento por Jesús Gil o Mario Conde, de que desde lo privado se gestiona mejor y esto con ellos no hubiese ocurrido. Las evidencias demuestran que este predicado es rotundamente falso.

Al equipo de gobierno actual de la UMA no le han puesto una hoja de ruta fácil. Es un examen muy difícil y obligado a aprobar en primera convocatoria. Requerirá de la mayor comprensión y el solidario sosiego de toda la comunidad universitaria, y sobre todo del aliento de la sociedad malagueña, de aquella misma que hace medio siglo se lanzó a la calle para reclamar su Universitas Malacitana, incluso de los líderes políticos que por entonces encabezaron aquella manifestación. Seguro que habitarán en sus conciencias.