Si tengo que resumir este año, ¿cómo sería? Es una pregunta sencilla, pero encierra todo un ejercicio de meditación. Han sido meses de reflexionar mucho en este espacio que me brinda El Español de Málaga sobre las vidas cotidianas que nos rodean, los retos a los que todos nos enfrentamos y las pequeñas grandes decisiones que marcan nuestras historias. Cada artículo de este balcón que también es vuestro, ha sido un ventanal abierto a momentos de alegría, incertidumbre, aprendizaje y, sobre todo, conexión con lo que de verdad importa: las personas, nuestras emociones y la vida misma.
Os he hablado desde este mirador del valor de las palabras, ese hilo invisible que teje nuestras relaciones. Cada vez que levantamos la voz para inspirar, motivar o cuestionar, estamos dejando nuestra huella. Reflexionamos sobre cómo nuestras palabras pueden ser esas “farolas” que iluminan o, por el contrario, nubes que oscurecen. En una sociedad saturada de información, elegir cómo hablamos y qué decimos es más importante que nunca.
Hemos aprendido también que el silencio tiene su propio lenguaje. Hay momentos en los que callar es una declaración de intenciones. Las pausas entre palabras nos permiten reflexionar, escuchar y conectar con nuestra esencia y con los demás. A mí particularmente, las que yo llamo “pausas dramáticas”, en según que momentos son fundamentales. Si os dais cuenta, el Teatro siempre lo tengo presente ;) ¿Cuántas veces no hemos sentido que en el silencio hay una respuesta que las palabras no logran expresar?
Este año también nos llevó a pasear por adoquines llenos de historias, a escuchar la banda sonora del bullicio de nuestras calles de Málaga y a mirar el alma de las ciudades como máquinas vivas. Málaga y Valencia brillaron en estas páginas, no solo como ciudades hermanas, sino como reflejos de resiliencia y comunidad. Desde el carácter vibrante de sus gentes hasta las heridas del tiempo, como las riadas en Valencia que lo devastaron todo, pero no pudieron apagar la llama de la solidaridad. "En los momentos de prueba, la humanidad saca lo mejor de sí misma", decía Blasco Ibáñez, y cuánta razón tenía.
Las calles también son testigos de pequeños gestos diarios: la sonrisa de un desconocido, el café compartido en una terraza o el abrazo de quien regresa a casa tras un día largo. Detalles que, aunque pequeños, construyen una realidad más humana. Hemos visto cómo estas pequeñas acciones nos conectan, como piezas de un gran rompecabezas.
Hablamos de las emociones en su estado más puro, desde el miedo a esperar demasiado hasta el coraje de lanzarse sin paracaídas. Vivimos atrapados en la espera de “el momento perfecto”, cuando la verdadera magia está en crear oportunidades donde parecen no existir. Cada día es una página en blanco esperando que la llenemos bolígrafo en mano con valentía.
¿Cómo olvidar las lecciones que nos dejaron las luchas compartidas? Este año, #LaMquefalta nos unió para visibilizar a quienes enfrentan el cáncer de mama metastásico. Fue una demostración de que la fuerza colectiva puede transformar silencios en gritos de esperanza. En la esquina de Cortina del Muelle, Málaga puso su corazón para recordar que ningún camino es imposible si se recorre acompañado. Los mensajes escritos en esa enorme “M”, las historias compartidas y la fuerza del apoyo de todos resonaron como un eco que trasciende las palabras.
Y, por supuesto, exploramos la suerte, esa amiga caprichosa que a veces sentimos tan lejana. Reconocimos que, más allá del azar, la verdadera suerte está en el esfuerzo constante, en la actitud positiva y en la capacidad de aprender de los errores. Esas pequeñas victorias que construyen nuestras vidas, ladrillo a ladrillo. En cada fracaso también hay un poco de suerte, un aprendizaje que nos impulsa hacia adelante, incluso cuando todo parece estar en contra.
Este año no ha sido perfecto, ni mucho menos, que me lo digan a mí. Pero en su imperfección nos ha regalado historias llenas de sentido. Cada palabra escrita, cada idea compartida ha sido un intento por conectar, por mirar más allá de lo evidente y encontrar ese hilo común que nos une. Porque, al final, la vida no se trata de esperar a que pase la tormenta, sino de aprender a bailar bajo la lluvia.
Si tuviera que cerrar con algo, sería con una invitación. Que el próximo año sigamos compartiendo, aprendiendo y creciendo juntos. Porque cada historia importa, cada persona suma, y cada acción, por pequeña que parezca, tiene el poder de cambiar el mundo. Andemos juntos. Porque el camino no solo se recorre, también se construye, con cada paso, cada palabra y cada acto de esperanza.
Feliz Navidad y mejor año para todos.