La generación de mi abuelo emigró a Cuba, mientras que la de mi padre lo hizo a Venezuela. En Canarias era lo más común, una tradición que viene de lejos, pues ya en el siglo XIX, América recibió a unos sesenta millones de inmigrantes, la mayoría provenientes de la Vieja Europa. Obviamente, esos movimientos se dan, principalmente, por la búsqueda de mejorar la calidad de vida para uno y su familia. Y ahora, somos nosotros los que recibimos ese flujo, al haber mejorado nuestro contexto económico.
La presión migratoria hacia los países ricos es inevitable, no solo por razones demográficas, sino también por factores clave como las desigualdades económicas, los conflictos, la inestabilidad política y los desastres climáticos. Decenas de millones de personas se verán obligadas a desplazarse a nivel mundial debido a estas causas en los próximos años. Contra lo que se piensa, en su mayoría, los que más migran son los jóvenes de las clases medias emergentes (los que se pueden costear el viaje).
Sin embargo, un reciente estudio publicado por el CIS en septiembre reveló que la inmigración ha pasado a ser la principal preocupación de los españoles, escalando del noveno al primer lugar en tan solo unos meses. Este cambio coincide con un aumento del debate público sobre la distribución de menores migrantes entre las comunidades autónomas y con la discusión política en torno a los inmigrantes, quienes son vistos por algunos como una amenaza para las oportunidades de empleo de los trabajadores menos cualificados e incluso para la preservación de nuestra cultura e identidad nacional.
Eso, en un país, donde la población envejecida y la baja tasa de natalidad son dos factores demográficos que pueden tener un impacto significativo en la economía, al disminuir la fuerza laboral y aumentar la demanda de servicios de atención médica.
Para 2050 se espera que haya cinco personas mayores de 64 años por cada diez en edad de trabajar, es decir, un pensionista por cada dos trabajadores. Además, en 2022 nacieron solo 329.251 niños, un 2,4% menos que en 2021, y muy por debajo de los 454.648 nacimientos de 2012. Aunque los movimientos migratorios pueden mitigar parcialmente estos efectos, no serán suficientes para resolver el problema.
A pesar de ello, la población española ha crecido en las últimas décadas gracias a la inmigración, que no solo ha rejuvenecido la base demográfica, sino que también ha impulsado el crecimiento económico y ayudado a sostener el sistema de pensiones, aunque casi todos los economistas coinciden en su inviabilidad a corto y medio plazo, tras la última reforma. Este impacto positivo no solo se manifiesta en el sector servicios, sino igualmente en la industria, la agricultura y la construcción.
De los 48,6 millones de habitantes de España, más de seis millones son de origen extranjero, en su mayoría llegados a través de aeropuertos y medios de transporte terrestres. Este hecho se refleja en el deporte, en la selección de atletismo casi el 25% de sus integrantes no nacieron en España o tienen al menos uno de sus progenitores de origen extranjero, en el Ejército, el 43% de los militares fallecidos en Afganistán y Líbano eran de origen latinoamericano, entre otros ejemplos.
Por lo tanto, dado que es un fenómeno inevitable y necesario, lo que corresponde es gestionarlo adecuadamente e integrar a quienes llegan. Además de seguir promoviendo la migración circular, que facilita la contratación de trabajadores en sus países de origen para realizar tareas específicas en España de manera temporal, y de continuar con la lucha incansable contra las mafias que explotan a los migrantes, será crucial avanzar hacia un modelo de migración regulada.
Igualmente, será necesario fomentar una comunicación basada en datos reales que reflejen la situación frente a la percepción errónea que se tiene. Por ejemplo, el porcentaje de inmigrantes (16%), su tasa de desempleo (16%) y las ayudas que reciben (11%) son muy diferentes a lo que comúnmente se percibe (28%, 40% y 48%, respectivamente). Esto contribuirá a combatir la desinformación sobre la inmigración y su manipulación con fines políticos, tanto por parte de unos como de otros.
Es fundamental implementar políticas eficaces que generen un impacto positivo y duradero, promoviendo la solidaridad tanto entre las comunidades autónomas como entre los países de la UE. Esto requiere coordinar la gestión migratoria a nivel nacional y europeo para evitar desigualdades en la distribución de responsabilidades. Estas políticas deben incluir medidas de integración, como la educación, la inclusión cultural y lingüística, y estrategias para prevenir la formación de "guetos".
Asimismo, es necesario gestionar adecuadamente los flujos migratorios, teniendo en cuenta las habilidades de los migrantes y las demandas del mercado laboral. También se debe facilitar la llegada de inmigrantes a España de manera legal, reduciendo los períodos de irregularidad administrativa.
Es cierto que no será fácil, pero nada lo es en el terreno de la gestión migratoria. Será fundamental contar con gestores capacitados y comprometidos, porque como bien señaló Leonardo da Vinci, “los hombres geniales empiezan grandes obras, los hombres trabajadores las terminan”.