Leí una reflexión de Steve Jobs, al final de su vida, que me llamó la atención: “Recordar que voy a morir pronto es la herramienta más importante que he encontrado para ayudarme a tomar las grandes decisiones en la vida. Debido a que casi todo, las expectativas externas, el orgullo, el temor a la vergüenza o al fracaso; todo eso desaparece frente a la muerte, dejando sólo lo que es verdaderamente importante".
Y esa certeza de la incertidumbre es maestra en hacernos distinguir lo esencial. Es increíble cómo una noticia como ésta, que parece devastadora, puede otorgarnos una claridad que antes nos era esquiva. Nos obliga a mirar el mundo con otros ojos, a valorar lo que realmente importa: el amor, la familia, las conexiones profundas y los momentos pequeños pero significativos. El tiempo se vuelve un bien preciado y nos invita a vivir de manera más auténtica, consciente de que cada segundo que pasa no volverá. Nuestra existencia no se mide por lo que acumulamos, sino por lo que compartimos y lo que somos capaces de ofrecer a los demás.
Pero luego, por lo general, solemos volver a nuestras rutinas, porque “así son las cosas”, aunque no hay nadie tan sano que no pueda morir hoy mismo. Como escribió Milan Kundera, “la muerte no tiene ni ojos ni oídos y a ella no hay por qué gustarle; puede hacer y hablar lo que le apetezca”.
¿Qué haríamos si supiéramos el "trozo de vida" que nos queda? Probablemente miraríamos el mundo de una manera diferente, habría menos espacio para las preocupaciones triviales, para las rutinas automáticas o para los conflictos innecesarios. Tal vez seríamos más agradecidos, más espontáneos y conscientes del impacto que tenemos en los demás.
Además, esos pequeños o grandes conflictos no resueltos, que son como un veneno que corroe lentamente las relaciones, dejarían de ser una carga emocional si nos preocupáramos por afrontarlos. Las rencillas se alimentan del egoísmo, el miedo y el orgullo, por lo que es esencial enfrentarlas, ya sea para reconstruir o liberar la relación. El “ya encontraré el momento” dejaría de ser válido; el momento para resolverlo sería ahora.
Seguramente dedicaríamos tiempo a pensar y recordar a quienes nos brindaron confianza y nos ofrecieron un lugar seguro donde mostrarnos tal como somos, reconociendo la profunda influencia positiva que marcaron en nuestra vida. Porque lo que realmente importa es intocable e inmaterial. Si por un instante pudiéramos ver nuestra vida con la claridad de quienes están a punto de despedirse de ella, sin duda comprenderíamos la trascendencia de esos pequeños momentos que a menudo damos por sentados: el abrazo, la sonrisa, la conversación sin prisas. Probablemente buscaríamos más tiempo para soñar, para hacer realidad esas ideas que nos rondan la cabeza, esas pequeñas metas que hemos ido posponiendo. No esperaríamos a mañana para decir “te quiero”, “lo siento” o “gracias”.
Nuestra existencia es breve y su duración es incierta, pero sí tenemos el poder de hacer que cada día cuente. Vivir como si nos quedara poco nos impulsa a dar lo mejor de nosotros mismos y a valorar lo que realmente importa. Schopenhauer afirmó: "El azar reparte las cartas, pero nosotros las jugamos". Por eso, tal vez sea recomendable actuar como si nos quedara poco, jugando nuestras cartas de la mejor manera posible.