La semana pasada estuvo en Córdoba -concretamente en Bélmez- la periodista afgana Khadija Amin, presentadora de los informativos de la televisión, que tuvo que huir tras la llegada de nuevo de los talibanes al poder en su país. Separada de sus hijos, amenazada de muerte, el titular de la entrevista que concede a la prensa local es toda una muestra de coraje: “mi sueño es volver a Afganistán y llegar a ser presidenta”. Quiere cambiar las cosas, y por encima de todo, incluso del apego a su propia vida, quiere dar otra oportunidad a las castigadas y olvidadas mujeres de su país.

Khadija Amin no ha venido a Málaga, que se ha convertido en la ciudad de la eterna sonrisa, incapaz de promover actividades que permitan cuestionar los desórdenes del mundo. A Málaga uno viene a divertirse, a pasarlo bien, a beber cerveza y pasear en chanclas, así que la oferta cultural parece cada vez más orientada a los aplausos fáciles que al pensamiento crítico, a la complacencia colectiva que a la reflexión incómoda.

Hace unos años, muchos, intenté sin éxito que en algún programa electoral municipal se incluyera la candidatura de Málaga a formar parte de la Red Internacional de Ciudades Refugio (ICORN), de la que forma parte destacada Barcelona desde hace aún más años. Gracias a esta bendita red, numerosos escritores, periodistas e intelectuales perseguidos en sus países han logrado encontrar un sitio en el que vivir con seguridad, lejos de las amenazas de muerte, condenas de cárcel, humillaciones públicas o advertencias como las que describía nuestro Francisco de Quevedo (ya saben: no he de callar por más que con el dedo / ya tocando la boca, ya la frente / silencio avises o amenaces miedo).

La situación de los intelectuales críticos y de la prensa libre en el mundo debería preocuparnos a todos. La Federación Internacional de Prensa dio a conocer hace un par de semanas su informe sobre periodistas asesinados en 2024: 122 en todo el mundo, el 58% en la Franja de Gaza, pero también en Asia, África, América e incluso Europa. De hecho, Reporteros Sin Fronteras también promueve una iniciativa llamada Espacio Seguro, “destinada a brindar apoyo a periodistas que se enfrentan a una situación de exilio y/o amenazas o persecuciones en sus países de origen”.

Uno de los países que más está persiguiendo, de nuevo, la prensa libre y la disidencia política es Cuba, para sorpresa de nadie, debido a la entrada en vigor en octubre de 2024 de la nueva Ley de Comunicación Social, una excusa más para perseguir a los informadores independientes y acusarlos, para variar, de mercenarios. Se calcula que más del 20% de la población cubana ya vive en el exilio, una práctica habitual de las dictaduras comunistas latinoamericanas -la expulsión de quienes desean vivir en libertad y condiciones políticas democráticas- que ha encontrado en Venezuela otro alumno aventajado: más de 8 millones de venezolanos han tenido que abandonar su país, incompatibles con el régimen bolivariano.

Volvamos a ICORN. En Barcelona, es el PEN Club local quien sostiene la pertenencia de la ciudad a esta red salvadora, pero en otras ciudades escandinavas es el propio ayuntamiento. Incluso hay bibliotecas públicas que son las que representan a sus ciudades, con el deseo manifiesto de brindar una nueva oportunidad a quienes han entregado su trabajo y casi su vida a la tarea imprescindible de fiscalizar al poder y denunciar sus excesos. Así que para Málaga sería fácil dar ese paso adelante: bastaría con enviar un correo electrónico, mostrar interés, hacer unas llamadas, reservar algo de dinero en los presupuestos multimillonarios de una ciudad entusiasmada y ensimismada con las noticias de su propio éxito. No parece tan difícil, es cuestión de voluntad política y, quizás, de algún empuje ciudadano.

Incluso en el caso de que no se quiera incomodar a potencias inversoras, como China, que condenó al escritor de pasaporte australiano Yang Hengjun a la pena de muerte, suspendida por la prisión permanente, a pesar de su delicado estado de salud; o a los Emiratos Árabes, que el año pasado en un juicio sin garantías decidieron castigar con la cadena perpetua a nada menos que 43 activistas y defensores de los derechos humanos, siempre habrá causas mucho más inocuas para los grandes intereses económicos de la ciudad que se podrían defender desde la condición de Ciudad Refugio: periodistas latinoamericanos perseguidos por las mafias de la droga y de las explotaciones medioambientales, intelectuales procedentes de países africanos, periodistas sirios y libaneses. Puestos a ello, se podría elegir sin asustar ni incomodar a los sacrosantos inversores extranjeros. Demasiada gente necesita ayuda por hacer su trabajo y contar la verdad con valentía y rigor.

Se mire donde se mire hay escritores y periodistas perseguidos. Málaga suele presumir de una de las divisas de su escudo: “la primera en el peligro de la libertad”, concedida en 1843 por su apoyo a la caída del general Espartero, regente en ese momento, en la permanente guerra civil del siglo XIX español. La situación en el mundo invita a reivindicar esa divisa con hechos y con presupuesto, dando un paso adelante para proteger en estas calles soleadas de la ciudad llamada del paraíso a quienes merecen un espacio seguro por el que pasear sin mirar atrás, a quienes necesitan una ciudad hospitalaria, leal, noble y tranquila desde la que mirar el presente y el futuro con un aliento de esperanza.

Muchos de esos escritores e intelectuales perseguidos no han callado, como no lo hizo Salman Rushdie a pesar de la fatua infame de Jomeini, de la persecución perpetua, del cuchillazo que le arrebató un ojo. Pensemos en la dignidad de todas estas personas, en su ejemplo, e imaginemos por un instante todo lo que podrían aportar a una ciudad entregada a la complacencia y al espectáculo: además de salvar sus vidas, nos haría mucho bien escuchar sus testimonios serenos, en barrios y bibliotecas, para volver a recordar qué significa el compromiso y qué consecuencias tienen la búsqueda de la verdad y la denuncia de los abusos del poder en el mundo de hoy.