Hay quien todavía vive en el 14 de marzo de 2020. Como en el cataclísmico efecto 2000, ejemplo temprano de la exageración hasta el absurdo de los terrores que nos traería el nuevo milenio, hay personas cuyos relojes se pararon en el momento en que se decretó el primer estado de alarma y de ahí no han salido desde entonces. Un punto Jonbar alrededor del cual pivotará el resto de su existencia y que, ojalá no, les impedirá disfrutar de la vida: de salir, de entrar, de la compañía de los demás, de llenar los pulmones de aire, de regresar a una normalidad más normal.
Estas personas, lamentablemente, no saldrán a recorrer las rutas que discurren entres los paisajes de la provincia de Málaga, ni siquiera visitarán aquellos lugares insospechadamente cercanos. El miedo es el mayor inhibidor conocido. Pero siempre que se mantengan las medidas de seguridad básica anti-Covid, que ya tenemos interiorizadas de manera automática, la vida se puede seguir viviendo.
Así que, venga, demos un pasito fuera del 14 de marzo del año pasado y vamos a atrevernos a visitar el entorno del monte Gibralfaro de Málaga, que está bien cerca para los vecinos de la capital y para los que vienen de fuera supone un lugar que ni pintado para conocer la ciudad.
Éste es un planazo que aglutina todas las preferencias: se puede hacer en familia, para que los niños pasen una mañana para arriba y para abajo en un entorno que conjuga naturaleza e historia; o se puede ir a lo lobo solitario, solo como los locos; también se puede recorrer en grupo, con amigos que en el fondo son grupo burbuja (o grupo botellón), y en estos entra cualquiera: del amigo hiperfeliz, apretado y espídico al que quieres derribar con un dardo tranquilizante a los cinco minutos de veros, al amigo vinagre que nunca está contento con nada porque siempre le pasa algo y que, a pesar de que ha fastidiado todos y cada uno de los viajes que habéis hecho con él (es el malo de los viajes: «tengo hambre», «ahí no como ni loco», «tengo frío», «volvamos al hotel ya», «tengo pipí»…), no se sabe muy bien por qué se le sigue avisando para quedar.
De rutas y hombres
El monte de Gibralfaro, y su entorno, se transformó en lugar de peregrinación durante las progresivas desescaladas por miles de malagueños que encontraron, de esta forma, una excusa para girar sus miradas hacia la propia ciudad y visitar lugares que nunca antes habían echado en cuenta.
Un momento ideal para descubrir, o redescubrir, un rincón elevado, más conocido en ocasiones por los turistas que por los propios boquerones, al que acceder desde el propio centro, lo que crea una sensación de transición entre urbe y naturaleza muy propia del antropoceno.
Vislumbrar la capital malagueña desde este mirador que se localiza junto al castillo de Gibralfaro y la Alcazaba es una experiencia, si no inolvidable, bastante agradable para pasar una mañana diferente. Una atalaya urbana que ofrece una vista panorámica situada a 130 metros de altura desde donde contemplar el puerto, la plaza de toros de la Malagueta, el Paseo del Parque, la Casona, la Manquita y el resto de la ciudad.
Naturaleza e historia
La subida al monte Gibralfaro se puede plantear como una ruta circular que parta, o bien desde el paseo Don Juan Temboury, o bien por la antigua Coracha desde la calle Mundo Nuevo, frente a la plaza de la Merced; de este modo la meta de una será el comienzo de la otra. Eso sí, lo más duro de esta minúscula red de caminos es la subida; debemos tener en cuenta esto. Porque aunque la senda es sencilla y corta, lo mejor es que vayamos con zapato cómodo, nada de chanclas ni complementos por el estilo.
Por ello, si lo nuestro es ascender poco a poco, de manera relajada y tranquila, lo mejor es que partamos desde Mundo Nuevo. La vegetación frondosa nos proporciona sombra y a lo largo del trazado localizamos áreas de descanso donde no descansar y hacer ejercicio con sus máquinas de calistenia, o donde tomar un pequeño refrigerio que hayamos llevado hasta allí.
Se escoja la opción que se escoja, esta etapa tiene como punto central el castillo, al tiempo que se pasea junto a la Alcazaba y el Parador de Málaga, aunando, como hemos comentado ya, tanto el patrimonio histórico como el natural, mientras paseamos por las diversas sendas que recorren el enclave.
Y ahora unas leves notas históricas: el castillo de Gibralfaro se edificó durante el siglo XIV por Yusuf I de Granada para albergar a las tropas y proteger la Alcazaba. Construido sobre un antiguo recinto fenicio, la fortaleza primigenia también poseía un faro, que es precisamente lo que da nombre al monte de Gibralfaro (Jbel-Faro, Jabal-Faruk o monte del faro).
Su mayor fama proviene del hecho de que los Reyes Católicos realizaron sobre él un fuerte asedio en 1487. Tras romper el bloqueo, Fernando de Aragón lo tomó como segunda residencia, mientras que Isabel I de Castilla, más campechana ella, se quedó a vivir en la ciudad.
Cuidar lo nuestro
Antes de acabar diremos que esta ruta es un claro ejemplo de que para pasear por un camino agradable no hay que ir muy lejos ni hacer grandes esfuerzos. Tampoco hay que comprar ropa deportiva cara para respirar aire filtrado por eucaliptos, contemplar hermosas vistas, desconectar un rato o tan sólo andar en paz, sin prisas por llegar a ninguna parte.
Una red de sendas que bien conocen los turistas, pero que se debería apreciar un poco más, como tantas y tantas cosas de la ciudad. Y es que el cuidado de los miradores que jalonan el camino deja muchísimo que desear: están sucios, llenos de pintadas y descuidados. Alguien debería ponerse manos a la obra y realizar un estudio psicológico sobre esos energúmenos que encuentran placer en pintarrajear cada resquicio pintarrajeable a su paso.
En resumen, la visita al monte Gibralfaro puede ser el primer paso de muchos para dejar atrás de una vez por todas el maldito 14 de marzo de 2020 y regresar a la vida que conocíamos y que no sabíamos que echaríamos tanto de menos.