Manuela Saborido Muñoz (Arcos de la Frontera, 1943), conocida artísticamente como Manolita Chen, parece haber vivido siete vidas en una. Esta artista "increíble y especial, a la que dios no le permitió nacer en el cuerpo de una mujer", en palabras de Alaska cuando la entrevistó en TVE, fue la primera persona trans española en adoptar niños. Además de cambiarse de nombre y sexo en el DNI hace medio siglo.
La vedette gaditana se ha convertido en todo un referente del colectivo LGTBI+. La escritora Valeria Vegas le dedicó un documental (Manolita, la Chen de Arcos) donde habla de aquel proceso cuando se convirtió a mediados de los años ochenta en la primera madre transexual española a la que se le reconoció el derecho a la adopción. La también empresaria y figura pionera para el colectivo se abrió paso a hostias.
A sus casi 80 años, Manolita nos atiende al teléfono muy lúcida desde su casa museo en Arcos de la Frontera. "Todo ha ido en contra mía siempre, pero nunca me han vencido. Debemos luchar para que nos respeten y tengamos trabajo. Somos muchas. La ultraderecha nos lo pone todavía regular. Ahora hay colectivos y asociaciones. Pero nos están matando todavía. Nosotras tenemos poder", señala orgullosa.
La cantante llegó a trabajar en El Gato Viudo de la Nogalera cuando su carrera aún no había despegado. Un empresario, vecino suyo de Arcos, le dio trabajo por dos pesetas fregando platos "como una loca". Su vida precaria no le daba para hacer muchas compras a la semana. A veces robaba comida de la cocina del restaurante. "Me hacía un bocadillo y me lo metía en las bragas", recuerda.
Saborido no dudó en plantarse en el municipio costero, una remanso libérrimo y festivo en la época. "A mí me decían que aquello no era España de la libertad que había para todos: bixesuales, transexuales, homosexuales, transformistas", cuenta entusiasmada. Estuvo al menos cinco años en aquel lugar donde la gente "no se fijaba si uno era homosexual, transexual o macha; era otro mundo".
La artista también conoció y visitó a menudo el Pasaje Begoña, un pequeño oasis de libertad identitaria y sexual durante el franquismo, durante su estancia en Málaga. La calle, reconocida con una medalla de honor de la ciudad de Torremolinos, fue durante años la cuna de los derechos LGTBI+ en España, hermanada con el Stonewall neoyorquino impulsor del primer Orgullo.
"No había visto eso en mi vida"
Manuela no vivió la Gran Redada que le puso fin en el año 1971 de milagro. "Allí había muchas redadas. Como era tan jovencita, un policía me invitó a irme aquel día y me dejaron. Allí me lo pasaba estupendamente. Cuando vi esa calle, ese pasaje, la gente en las terrazas sentadas, todo ese ambiente, esas luces, esas salas que había con mujeres arregladas tocando jazz al piano. No había visto eso en mi vida", rememora.
La infancia de Manolita, en plena posguerra, no fue nada fácil porque había mucha hambre y también muchos prejuicios. "A partir de los cuatro años se me notaba que yo traía una cosa en mi cuerpo que no me pertenecía. Quería una aguja e hilo para coser. Mi madre me dio un alpargatazo en la mano mientras me decía que era cosa de niñas", relata en varias entrevistas.
Desde su nacimiento sufrió la discriminación de quien se siente diferente y quiere ser libre. En el colegio la dejaban en un rincón. "Eso no se puede olvidar. Mi familia me fue comprendiendo pero muy a poco. Pensaban que dándome palizas me curaría", declara con la voz temblorosa mientras recuerda que nunca tuvo una muñeca aunque se sentía niña.
"Siempre me he sentido muy orgullosa de ella y siempre lo estaré", reconoció su hermana, María de los Nieves Saborido, en el programa Esta es tu noche en Canal Sur donde le dedicaron un sentido homenaje. Ella nunca la vio como un niño. "Nos pintábamos las dos juntas y nos poníamos los vestidos largos de mi madre para bailar y cantar", hizo memoria de aquellos tiempos "muy malos" para Manolita. "Me alegro de que la cosa haya cambiado", celebró.
Encarcelada por maricón
En aquellos tiempos, dice Manolita al teléfono, "ser diferente era muy desagradable". Cuando había fiesta en el pueblo (la Patrona, la feria, la Semana Santa) la metían en la cárcel o la enviaban al cementerio a sacar los muertos. "Teníamos que ayudarles a los sepultureros. Por la noche dormía donde se hacía la autopsias. El cabo de los municipales me pasaba todos los días un trapo por la cara por si tenía maquillaje puesto", señala.
En su pueblo ni siquiera podía ponerse un pantalón estrecho. Tras su paso por Málaga y la posterior vuelta a Arcos de la Frontera, la futura artista se tuvo que marchar. "Un hermano mío me dio tal paliza con una hebilla que me dejó la espalda llena de sangre. No podía vivir así y me fui", explica. Llenó una talega de tela con dos naranjas, un huevo duro, una tableta de chocolate, un chusco de pan y cien pesetas; y cogió un autobús dirección Jerez.
Allí se montó en un tren con destino incierto y el sueño de triunfar en el mundo del artisteo entre lentejuelas y boas. "Me encontré con unos vecinos del barrio que me preguntaron: ¿A dónde vas Manolo? "Me voy a trabajar", les respondí. Me ofrecieron trabajo de albañil en Villanueva y Geltrú. Ni sabía leer, ni escribir", recuerda.
"Trae un maó (ladrillo en catalán)", le decían. "¿Eso que es lo que es?", contestaba. La colocaron en la obra, pero al final la pusieron a limpiar pisos. Los dejaba inmaculados, como un "quirófano". La futura reina de los escenarios tenía muchas ganas de trabajar y hasta le mandaba dinero a su madre. Cuando juntó un poco, Manolita decidió probar fortuna en Barcelona. Quería bajar por unas escaleras vestida de plumas.
Aquella chica de pueblo espabilá
La artista se fue a vivir a la calle Conde del Asalto (actual Nou de la Rambla). Llegaba a fin de mes limpiando escaleras y recogiendo periódicos recién impresos de la rotativa de La Vanguardia. No tardo aquella chica de pueblo muy espabilá en irse a Madrid donde sus primeros trabajos fueron vaciar mejillones y limpiar casas. Su fortuna cambió al ganar un concurso de la sala La Fragata.
"Se podía presentar cualquiera y quien ganara se quedaba en la sala a trabajar. Fui al Rastro de Madrid y me compré una peluca rubia y un traje despampanante de segunda mano", recuerda entusiasmada esta intérprete que nunca imitó a nadie a la que primero apodaron Juan de Ronda (cantaba La morena de mi copla, El Porompompero y Mi carro) y después la bella Ellens.
En aquella época llegó a codearse con Juanito Navarro, Manolo de Vega, Bigote Arrocet y Bibiana Fernández. Paco España llegó a ir a su sala por un homenaje que le hicieron y alabó su talento. Iniciaba ahí su carrera artística como cantante de copla actuando en teatros internacionales. Tras consolidar su carrera, creó su propia compañía llamada Manolita Chen.
Con ella presentaba espectáculos divertidos y picarescos por todo España como el titulado Plumas del Paraíso acompañada de la orquesta Armónica. "La incógnita del sexo. ¿Es mujer? ¿Es hombre? Es vuestro problema", se anunciaba. "Estaba en la gloria. Podía estar con mis tacones de 16 centímetros, mis trajes de lentejuelas y mis pestañas postizas", relata.
La vedette ha llegado a trabajar en las Vegas y en París, de la que está enamorada y en la que pasó cuatro años increíbles. "Viví las mieles del éxito. Salía tan guapísima, altísima y con un cuerpazo. Las piernas me han ganado el dinero. Cuando enseñaba el rabo la gente se liaban a gritar. Nadie se lo esperaba", dice entre risas.
-¿Cambiaría algo de su vida?
-No. A mí me ha servido todo en la vida, tanto lo malo como lo bueno, para ser yo. Que cada cual me vea como quiera. He luchado por la libertad y la justicia. A mí me pelaban y me daban aceite de ricino. También he ido a manifestaciones y me han pegado. Siempre he luchado por la libertad y los sentimientos de cada persona.
La cantante incluso tuvo problemas con su nombre artístico y fue a juicio. En 1984, la gaditana y la reina del Teatro Chino se sentaron en el juzgado número 4 de Sevilla. "No me he adueñado de mi nombre. Yo me llamaba Elena y artísticamente la bella y dulce Ellens. Miguel Castro, un pintor famosísimo afincado en Arcos, me bautizó con ese nombre. Corrió como la pólvora", sostiene.
Manolita fue la primera mujer trans a la que le permitieron adoptar. Salió en las portadas de El Caso, Interviú y Hola. "Eso fue lo principal para mí. Tenía mucho amor que dar", reconoce muy tierna. Adoptó a tres niños con parálisis cerebral y a María con síndrome de Down, todos "maltratados" por sus familias. Los cuatro están enterrados en el cementerio de Arcos de la Frontera. Ella espera que le llegué la hora para descansar con ellos.
Cuando la artista volvió a su pueblo, ya con tablas y con su madre enferma, estaba en vigor la ley de peligrosidad social y rehabilitación. Aquello no fue obstáculo para que Manolita abriera una sala de travestis. "En el Camborio. Me costó la misma vida abrirlo. Tenía dos amigos curas de Jerez de la Frontera que me ayudaron a convencer al gobernador de Cádiz", hace memoria.
A sus empleadas les enseñó a hacer los números y a maquillarlas. "Uno de Sara Montiel, otro por Juana Reina y también uno dedicado a Marifé de Triana. Yo cantaba temas míos muy picarescos. El alcalde me lo cerraba de vez en cuando. Las enseñé a maquillarse. Le metía algodones dentro de la boca para hacerle pómulos. Nos divertíamos", cuenta.
La vedette también se metió a empresario una buena temporada. Entre sus negocios figuran El Camborio, Los Faroles, La Cuadra, un hostal en Bornos, Los tres caminos y Mi pueblo, la bodega La Viudad junto a su madre, y hasta casetas de feria como Las canastas.
-¿Hubo momentos felices?
-Lo pasé peor porque era joven. También me iba de fiesta. He sido y soy una mujer muy divertida. Me lo he pasado todo por el forro. No querían verme pintada, pues más rojo me ponía los labios, más altos los tacones y más cortos los vestidos. Minifalda siempre.
Este icono del espectáculo vive retirada en su casa museo de Arcos de la Frontera mientras prepara la creación de una fundación con su nombre para "recoger a todas las personas trans que se están muriendo solas". A partir de enero la pondrá en marcha. Una vida de lucha trans entre plumas y lentejuelas la de Manolita Chen que ahora es reconocida por colectivos, asociaciones y medios de comunicación.