La imagen se repite todos los años. Cada noche del 5 de enero, los escaparates de tiendas y comercios de todas las ciudades comienzan a retirar los adornos navideños. Las luces dejan paso a los carteles de rebajas, a los descuentos enmarcados entre exclamaciones y con colores chillones, y los copos de nieve se deshacen hasta convertirse en letreros llamativos.
Con nocturnidad (y casi alevosía), la Navidad se desvanece en unas pocas horas, despareciendo hasta dentro de 11 meses todo lo que ha marcado el ambiente y el espíritu de las últimas semanas. Sin embargo, este proceso de transición se produce de una manera más suave en las casas. El árbol y el Belén permanecen durante unos días, esperando a que el reloj vuelve a girar al ritmo que permita volver a la normalidad. Pero ¿Cuándo llega esa vuelta a la rutina? O mejor dicho, ¿cuándo es el momento adecuado para quitar estos símbolos navideños?
El teólogo Andrés García explica que hay que diferenciar dos tipos de Navidades. Por un lado, la consumista, que es la que comienza cuando los grandes almacenes y, en el caso de Málaga, calle Larios, se ilumina. Con este gesto, arranca un alegato a favor de las compras y los comercios que aprovecha la fiesta como "excusa" para ampliar la actividad de los comercios. Por otro, la Navidad litúrgica, que comprende desde la víspera de la Natividad hasta la fiesta del Bautismo. Es decir, el primer domingo tras la Epifanía, en este año, el 9 de enero.
Sin embargo, el Vaticano no retira estos adornos hasta Candelaria, cuarenta días después de la Navidad. Por lo tanto, todos aquellos que viajen a Roma y quieran acercarse a la Ciudad del Vaticano, podrán ver el árbol y el Belén en la plaza de San Pedro hasta el 2 de febrero. "Nosotros podemos quitarlos tras el Bautismo del Señor, que es cuando se da por concluida la Navidad", sostiene García.
¿Qué significado tiene esta fiesta para los cristianos? "Marca un punto de inflexión en el Evangelio porque es la preparación inmediata del Señor para su ministerio público. Jesús aparece como un Dios solidario con nuestra condición pecadora. Por eso, se sitúa en la fila que está formada por los pecadores que se preparan para recibir el bautismo de Juan. O lo que es lo mismo, la conversión", explica.
Relata que, cuando Jesús sale del agua, el Espíritu Santo en forma de paloma desciende sobre él, escuchándose una voz que dice: "Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco". "Es una acreditación de la condición mesiánica y divina de Jesús", subraya el teólogo.
Esta escena del Bautismo no ha de entenderse con los cánones contemporáneos de este sacramento. De hecho, Jesús lo recibe ya de adulto, y no siendo un recién nacido como suele ser costumbre. "En los Evangelios de la infancia, la última escena es la del Niño perdido y hallado en el templo, que acaba dando a entender que crecerá. La siguiente etapa que conocemos forma parte de su vida adulta, que arranca con Juan el Bautista y las tentaciones en el desierto".