Uno se acostumbra muy rápida y fácilmente a lo bueno. Por eso, que Málaga este verano se haya convertido en el lugar en el que por lo visto las grandes estrellas de la música se dan tortas por venir a actuar, no nos parece extraño. Pero lo cierto es que hubo un tiempo en el que la visita de unas leyendas del rock como son los Rolling Stones pusieron la provincia patas arribas.
Ahora que están inmersos en Sixty, la que prometen será la última gira de sus vidas (más no pueden estirar la cosa, los pobres; y además sin Charlie Watts), es de recibo recordar este concierto que tuvo lugar el 16 de julio de 1998, hace casi la friolera de 24 años. Es justo porque quienes asistieron a este evento, y todavía hoy viven, no pueden dejar de recordar un momento de aquella magnitud, en la que sus satánicas majestades ya tenían más años que la luna.
Y es que las verdaderas estrellas, Mick Jagger y Keith Richards, contaban en su haber con 54 primaveras (algo que, visto con perspectiva, no es tanto; aunque puede que esa perspectiva nos la dé nuestra propia senectud…), y aunque hicieran suyo el lema de que "la arruga es bella", lograron reunir en en la explanada de San Andrés del puerto a más de 55.000 personas, sin contar todas las que se quedaron fuera y que no quisieron perderse escuchar en riguroso directo a los cantos rodados.
Nuestros pensionistas del rock aseguran que Sixty es la última, pero algo así ya se rumoreaba con la gira que inauguraban en Málaga en aquel año premilenio: el tour Bridges to Babylon. En un mundo que todavía no se había vuelto aún más loco por culpa de las malditas redes sociales, el recital se transformó en el evento musical más importante de la capital malagueña, poniendo el foco justo en la célebre Costa del Sol.
Algo que el solista aprovechó para, como buen británico, pasear por los rincones más señeros de la provincia, como Mijas y Ronda, donde tuvo sus más y sus menos con la prensa, que, con razón, no dejaron de perseguirlo en ningún momento. Por su parte, el resto de la banda se quedó resguardada en formol en el hotel Byblos.
Un espectáculo hecho a la medida del mito
Richards será un borrachuzo y el padre intelectual del querido pirata Jack Sparrow (¡enhorabuena, Depp!), pero Jagger es un abuelete al que le gusta estar en forma para darlo todo en el escenario. Y fue algo que cumplió con creces: más de dos horas de concierto sin tregua disfrutaron los malagueños de entonces.
Sobre un escenario que se montó durante días y días, la música y la figura de las estrellas británicas se crecieron gracias al decorado realizado por el arquitecto Mark Fisher imitando un gran teatro. Y para que nadie perdiera detalle, una bestial pantalla circular en la que los primeros planos no dejaron de sucederse.
El concierto fue el clímax de unas jornadas de infarto. Desde el mismo momento en que se anunció que Rolling Stones visitarían Málaga el delirio se hizo con la provincia, sino con toda la comunidad andaluza: a nadie se le escapaba que este concierto sería un hecho histórico que se recordaría por siempre. De hecho, si nos atenemos a lo meramente económico (algo que en Málaga es el pan nuestro de cada día), según un balance publicado más tarde por el Patronato de Turismo de la Costa del Sol, el recital generó un beneficio de 7.000 millones de las antiguas pesetas (6.500 lereles de las de entonces que costaba cada entrada...). No está nada mal para cuatro vejestorios.
Un concierto junto al Mediterráneo
La estela que arrastra esta visita es bien alargada y extensa: como hemos escrito, quienes estuvieron allí guardan el recuerdo con gran cariño. Testigos presenciales recuerdan que "fue un gran concierto, muy profesionales los cuatro, y, además, estaban en muy buen momento". También destacan que "el sitio era muy cutre, y pasamos muchas horas esperando sentados en el asfalto". Algo que también llama la atención es que "no recuerdo que hubieran grandes medidas de seguridad". Lo que no sorprende en un mundo previo al 11S, pero sí en una España donde ETA hacía de las suyas.
Un recuerdo glorioso de esos que se conservan para siempre, pero es que no es para menos: según las crónicas de la época (el que esto escribe es viejo, pero no tanto como para que le hubieran dejado asistir), los primeros compases fueron apoteosis, la liberación de la tensión acumulada y la espera que desbordó en satisfacción, tras la digna actuación de la banda irlandesa Hothouse Flowers que hicieron de teloneros en un claro símbolo de dominación británica.
Como hemos escrito, Jagger hizo su trabajo a la perfección: un rockero de vieja escuela multimillonario que simula ser un rebelde iconoclasta, un auténtico profesional que se toma su labor muy en serio. Respaldado por un Keith Richards (suponemos) sobrio, por un serio y vivo Charlie Watts y por un despeinado Ronnie Wood, el cantante se meneó como el sólo sabe, dando sus pasitos de gallina clueca y poniendo la provincia entera de pie, con cada una de la veintena de canciones que interpretaron y en la que, claro, Sympathy for the Devil fue la megabomba final.
Un reportaje de Antena 3 con gracia
Para cerrar, tenemos que destacar este reportaje que enlazados que se hizo en la época y que bien podría ser el abuelo de los Cachitos de hierro y cromo, pero con gracia.
Nosotros veníamos preparados para hacer bromas de geriátricos, pasas, cataplasmas y linimentos, pero esta pieza de Antena 3 nos ha desarmado completamente: no hay manera de superarlo, así que ¿para qué vamos a tratar de escribir algo gracioso si sólo hay que darle al PLAY y disfrutar de esta maravilla? No se la pierdan.