Sus ganas de gritar al mundo "Qué bonita es la vida" la definen pese a que han sido mucho los obstáculos que ha tenido que sortear para no perderla. Manuela es una de esas valientes que ha tenido que mirar en varias ocasiones a la muerte cara a cara. En un uno contra uno. Llena de coraje, siempre se ha armado de fuerza y le ha pegado una patada diciéndole que ella podía más.
Es una de esas personas que sopla las velas dos veces al año. En su caso, cada 6 de abril, día de su cumpleaños, y el 9 de octubre, día de su "cumplevida". Hace casi cinco años recibió una llamada que le cambió su vida: había un corazón que podía ser compatible para ella. El 9 de octubre de 2017 fue trasplantada y volvió a nacer.
Manuela La Haba tiene 49 años y es de Alcaudete, un pueblo de Jaén, pero lleva 13 viviendo en Málaga. Escuchándola es difícil entender cómo alguien ha podido tener tanto ánimo para tirar hacia delante pese a tanto sufrimiento. Cuando tenía solo siete años, los médicos le diagnosticaron un sarcoma de Ewing en la mandíbula. Primer varapalo de su vida. "Le dijeron a mis padres claramente que no contaran conmigo", recuerda.
Pasó 16 meses recibiendo quimio y radioterapia en Granada, un proceso "que te puede curar, pero también dañarte". A Manuela le pasaron las dos cosas. Cuando en el hospital no confiaban en que saliera hacia delante, salió. Pero la quimioterapia le dañó mucho su corazón. A los doce años sufrió un fallo multiorgánico que le provocó una miocardía dilatada que no le permitía a su corazón bombear sangre de la misma manera que lo hace un corazón sano.
La ciencia le hizo poder mantener una vida medianamente normal gracias a un medicamento. Podía trabajar con normalidad, fue madre, e incluso se trasladó a Málaga a vivir. A los 42, el corazón comenzó a fallarle de nuevo.
Era consciente de que la enfermedad que sufría es crónica y que la situación podía ocurrir. Armada de valor, cuando vio que "todo volvía a ir mal", se puso en mano de los médicos. "Los cardiólogos de Málaga probaron con todo. Tuve un desfibrilador puesto, tuve unos sueros que me mantenían con fuerza... Siempre evitando el trasplante, que es la última opción siempre", relata Manuela.
No podían hacer mucho más por ella en Málaga. Su corazón cada vez estaba más débil, por lo que la derivaron a Sevilla. "Allí te van valorando para entrar o no en la lista de espera de trasplantes. Y finalmente tuve que entrar", cuenta, emocionada.
Los días pasaban y el teléfono no sonaba. Un día tras otro, Manuela, lejos de tener miedo a morir, estaba más triste por cómo su hijo y su marido veían que se iba apagando cada vez más. "Mi marido llegó a ponerme la mano en el pecho un día y no notaba mis latidos prácticamente. De vez en cuando se paraba".
Manuela pasaba los días en casa. No podía ir a casa de alguno de sus amigos, "aunque estuviera sentada". Para ella no era suficiente, tenía que estar tumbada. Cuando su hijo llegaba a casa trataba de incorporarse como podía para no preocuparle demasiado. "No podía sacar ni a mi perrita a la calle. Era un cansancio extremo. Solo lo entiende el que lo pasa, es algo muy extraño".
Cada mes iba a Sevilla, pero el resultado era el mismo. "Me decían que mi corazón iba cada vez a peor. Que necesitaba una operación, pero que no había órganos. Es algo muy duro", manifiesta.
Una llamada de vida
Tiene que tragar saliva para explicar lo que vivió el día que la llamaron, "un día agridulce". Fue un día repleto de nervios, pero nunca de miedo. "Jamás tuve miedo, yo solo sabía que iba a vivir y entré con una sonrisa. Iba a salir de ese quirófano viviendo. Era un día feliz, porque mi vida no era vida a los 44 años", dice.
No puede evitar emocionarse al recordar lo difícil que fue para ella entender que ese día tan esperado y feliz en su casa era un día de duelo en el hogar de otra familia que, probablemente, acababa de dar el permiso correspondiente para donar los órganos de un ser querido. "Mi madre, muy creyente, un día de esos ocho meses me dijo que rezaba por mi corazón, porque llegara cuanto antes. Pero se sentía muy mal porque no sabía si estaba pidiendo que alguien falleciera", relata, en un conflicto ético.
Manuela hace hincapié en que está viva gracias a su ángel de la guarda y destaca la importancia de concienciar en lo necesaria que es la donación de órganos. "La situación en la que yo estaba no la solucionaba un medicamento, la solucionaba la solidaridad", declara.
"La llamada del número largo" llegaba a las cinco de la tarde y, a las once y media de la noche, Manuela entraba en el quirófano. Antes de confirmarle que era compatible le hicieron muchísimas pruebas en la capital andaluza. "Había que hacerlo en horas. El corazón es el único órgano que solo se puede donar cuando la muerte cerebral está instaurada. Hay que mantenerlo latiendo hasta llegar al mío", explica La Haba.
Despertó dos días más tarde. Lo primero que pensó es que quería verse la cicatriz que tenía en el pecho después de tanto tiempo deseándola cada vez que se miraba al espejo. "Puede sonar raro, pero yo sabía que si la tenía volvía a estar viva. Dicen que se me nota muy poco, pero no me importaría que más se me notara", confiesa con una sonrisa.
Otra cosa que le impactó muchísimo fue lo rápido que iba su corazón. "No me dejaban dormir los latidos. Era algo impresionante y me hacía muy feliz", cuenta emocionada. Cada vez que habla sobre la intervención nota que se le acelera especialmente. "Yo a mi corazón le digo mi bebé. Cuando sabe que hablo de él se acelera muchísimo. Es algo muy especial. Los médicos me dicen que es mi corazón, pero yo digo que son sus latidos, que me hacen vivir", dice.
Manuela pasó un mes del hospital. Estuvo una semana en la UCI y el resto de días aislada. "Pasé más tiempo en el hospital porque me habían tocado un poquito la pleura del pulmón y entraba grasa. Era algo ajeno al corazón. Todo salió bien en la operación".
La familia
Manuela se quita méritos cuando echa un vistazo a su pasado. "Mi marido y mi hijo han sido los auténticos sufridores en esta batalla", reconoce con firmeza. Ambos le han reconocido que lo pasaron mal viendo cómo se apagaba antes de recibir el corazón. Le han confesado que veían cómo iba muriendo, pero no podían decírselo en ese momento. "Me han animado siempre muchísimo pese a que me iba apagando", cuenta.
La noche de la operación ambos se quedaron fuera, llorando. Eran conscientes de que podía ocurrir cualquier imprevisto, como en toda intervención. Lo que peor ha llevado Manuela en todos estos años es pensar en que podía faltarle en algún momento a su hijo, que ahora tiene 28 años. "Él había acabado ya la universidad cuando me trasplantaron. Él era grande, pero necesitaba a su madre. ¡Y me sigue necesitando!", dice.
Así, cree que la mentalidad de su hijo ha cambiado mucho a raíz de todo lo que ha pasado. Cree que valora más la vida tras haber visto cómo su madre había estado a punto de morir. "Es más protector, más familiar y mucho más maduro".
La propia Manuela concibe todo lo que ha vivido como "un aprendizaje que forma parte de mi carácter y valores". Trata de aplicarlo en su voluntariado en la Asociación SuperHéroes Un Niño Una Sonrisa, donde disfrazada de Catwoman, anima a los niños de la cuarta planta del Hospital Materno Infantil, dedicada a oncología. También visitan a los pequeños que están en diálisis. "Como sé lo que es vivir lo mismo en un tiempo donde no existía ni la pediatría oncológica, siento que puedo entenderles mucho a ellos y a sus papás", relata.
El deporte
Antes del trasplante, Manuela jamás se había interesado por el deporte. Nadie en su familia lo practica. Sin embargo, en la UCI algo en ella le decía que tenía que montar en bicicleta. Le dieron muchas ganas. "En cuanto pude me compré una bici y me di cuenta de que era lo mío", dice. Ahora es una de sus pasiones.
A veces piensa que el corazón que le trasplantaron era de algún ciclista. "Realmente no quiero saberlo. Pero no es normal, veo algo relacionado con el ciclismo y se me cae la baba", confiesa riendo.
Este domingo formó parte de la I Carrera para la Donación, el Trasplante y la Vida 'Memorial Vicente Granados', creada para sensibilizar a la población de la importancia de donar. Pese a ello, Manuela cree que "España es un país muy solidario" en este sentido y que lo más importante es seguir creando campañas de este tipo.
Acabó la carrera de la mano de otra compañera trasplantada. Manuela lanzó un beso al cielo cuando llegó a la meta mientras sonaba, casualmente, Eso que tú me das de Pau Donés. "Somos dos corazones que continúan latiendo gracias a la generosidad de los donantes", declara Manuela, cuyo testimonio es todo un canto a la vida.