Sarah Jiménez vivió en Torrox hasta los 18 años. Desde entonces, ha pasado por Cádiz, Canarias y EE. UU.. Ahora, con 27 años, acaba de mudarse a Arenas, una localidad de poco más de 1.200 vecinos enclavada en la comarca malagueña de La Axarquía. Aunque pueda parecer extraño, tomó la decisión de establecerse allí, principalmente, para encontrar una salida laboral.
Después de estudiar el grado en Ciencias Ambientales y un máster en Energías Renovables, mientras intentaba hallar un camino para comenzar a desarrollarse profesionalmente, llegó a ella Metapueblos, un proyecto de la Diputación de Málaga que busca reactivar municipios en riesgo de despoblación.
“Me cayó del cielo”, comenta a EL ESPAÑOL de Málaga de este programa que ofrecerá, durante los próximos seis meses, prácticas en empresas vinculadas con sectores pujantes como las energías renovables, la bioconstrucción, la agroecología y la economía sénior a una veintena de personas bajo la estricta condición de que se muden a los pueblos donde estas tienen su actividad.
Sarah llegó el pasado lunes a Arenas después de dos semanas de formación junto a los demás participantes en las que les han animado a testar la vida en sus localidades de destino para identificar sus necesidades y ver en ellas nichos a partir de los cuales generar empleo, porque “siempre hay oportunidades”.
De hecho, aunque no ha comenzado sus prácticas, que hará junto a un equipo de ingenieros ambientales, en su cabeza ya vuela la posibilidad de embarcarse en una aventura empresarial en el pueblo. “A lo mejor acabo creando un taller para personas mayores”, conjetura entre risas.
Por el momento, la idea de vivir durante los próximos meses en un pueblo no le genera malestar. “Tengo la opción de trabajar en lo mío y viviendo en un lugar relajado, que no me obliga a soportar cada mañana los atascos de la autovía”, asegura la joven, a quien tampoco le da miedo las dinámicas que fluctúan en un lugar con una población casi 20 veces menor que la de su lugar de origen. “Llevaba mucho tiempo de un lado para otro, cambiado de ciudad, trabajando en chiringuitos llenos de turistas. Ahora necesitaba parar”, reflexiona.
Donde sí emergieron las dudas cuando apareció la oportunidad de participar en esta experiencia fue en su entorno más cercano. “Muchos me preguntaron qué iba a hacer yo aquí”, reconoce esta malagueña, que asegura que por el momento deja la puerta abierta a todo, a quedarse o irse después de estos próximos meses.
“Quién sabe. Quizá me gusta y decido montar mi propia empresa. Si tienes una idea y un mercado, da igual donde lo hagas, sea Madrid o Arenas. De hecho, creo que aquí hay muchas más facilidades, por ejemplo, a la hora de encontrar un local o pagar el alquiler”, razona, aunque subraya que algunos compañeros han tenido serios problemas para encontrar casa en algunas de las localidades de La Axarquía. “Solo encontraban viviendas de alquiler vacacional por más de 1.000 euros al mes”, cuenta sorprendida.
Ella no ha tenido obstáculos en este sentido. Ha encontrado una vivienda muy cerca de un colegio, desde donde escucha a los niños cada mañana y los ve corretear por las tardes con sus bicicletas. “Hay mucha gente en los patios, jóvenes”, apunta, aunque reconoce que sobre su cabeza sobrevuela el tópico de que la gente en el pueblo es más cerrada.
“Me asusta un poco que haya pocas tiendas o pocos bares, pero las primeras sensaciones son muy positivas. Al final muchas veces en la ciudad estás más sola que en un pueblo. Sales tarde del trabajo, te metes en un atasco de vuelta a casa y tienes menos tiempo libre”, asegura.
21 repobladores
Metapueblos ha repartido a 21 repobladores por diferentes localidades de las comarcas malagueñas de La Axarquía y la Serranía de Ronda. Algunos de ellos, ha hecho sus maletas acompañados de sus parejas e hijos y, según Sarah, todos tienen una cosa en común, “las ganas de hacer cosas y probar”.
“Muchos estamos en un momento de nuestras vidas en el que nos vemos asentados o en un lugar o situación que no acaba de encajar con lo que queremos y, ¿por qué no probar?”, explica.
El proyecto de itinerarios formativos incentivados por la inmersión rural logró congregar más de un centenar de personas interesadas, sobre todo, de jóvenes. De hecho, la media de edad de las solicitudes presentadas fue de 32 años.
El 71% de las inscripciones que se recogieron eran de personas que querían aprovechar para dar un giro profesional mientras que el 29% restante buscaban una oportunidad de mejorar su empleo en un pueblo acompañados de sus parejas.
Por sexos, había prácticamente paridad y, en cuanto a nivel formativo, había desde aspirantes con el bachillerato hasta otros con grados y másteres como Sarah. Uno de cada cinco eran extranjeros residentes en la provincia, aunque la mayor parte, el 38,15%, vivían en Málaga capital.