La educación en España es pública, no gratuita y aquí en Málaga es de los lugares donde más caro sale estudiar”, titula Elías, nombre ficticio del estudiante que prefiere preservar su identidad, ante la situación de desesperación que sufren muchos universitarios como él.

La inflación en el precio del alquiler está convirtiendo a la provincia en una de las más inaccesibles para los estudiantes que vienen de fuera. La nota de corte ya no es el principal problema, son los pisos.

El precio medio mensual de una habitación en Málaga capital en junio estaba en 400 euros, un 5% más alto que el año pasado, según los datos que la plataforma inmobiliaria Idealista publicó este pasado martes. Esto coloca a Málaga en el quinto puesto en el ranquin de habitaciones más caras del país, solo por detrás Barcelona, Madrid, Palma de Mallorca y San Sebastián.

Esto es un problema endémico que sufre toda la población malagueña, sin paliativos. No obstante, el fenómeno afecta a un grupo especialmente vulnerable, los jóvenes que se ven en la necesidad de alquilar para cursar grados universitarios.

Jesús (22 años) es un estudiante de Ingeniería Eléctrica que se vino de Cádiz para estudiar en Málaga. Comparte piso en Teatinos, una de las zonas más cotizadas de la ciudad, con dos compañeros y paga 400 euros por su habitación, gastos aparte. Aunque afronta esta situación con estoicismo y asimila que “es esto o nada”, Jesús compagina sus estudios con un trabajo a media jornada en una cafetería para poder hacer frente al alquiler. 

Jesús, estudiante de ingeniería procedente de Cádiz

La becas, tanto de movilidad como generales, son muchas veces insuficientes para mantenerse en una ciudad con estos precios y las condiciones para obtenerlas por parte de los estudiantes de ciencias a veces se les hacen cuesta arriba. Para algunas carreras como las ingenierías, tienes que aprobar anualmente el 60% de los créditos para mantenerlas, situación “que se hace muy difícil si compaginas el trabajo y un grado tan complejo como este”, comenta Jesús.

Por su lado, María Isabel (25 años), que estudió Pedagogía en la UMA, actualmente se encuentra cursando un máster de Psicopedagogía. Ya cuando se vino de Huelma (Jaén) hace 4 años a estudiar a Málaga las condiciones eran duras, sin embargo, ahora “es casi imposible pillar algo a buen precio”.

A pesar de esto, la estudiante jienense paga unos 250 euros, sin gastos incluidos, muy razonables por una habitación en un piso compartido con tres compañeras más. “El piso no es gran cosa, y el barrio donde vivimos, La Unión, es muy humilde, pero al menos es bastante más barato que los 450 que nos pedían otros en esta zona”, manifiesta María Isabel.

Los pisos de estudiantes normalmente suelen ser inmuebles que los caseros cuidan lo justo y necesario para que sean habitables. Espacios donde se busca meter el mayor número posible de gente para sacar un buen rédito de cada habitación. “Nuestro piso está hecho una porquería”, cuenta con vehemencia y muy firme Elías a EL ESPAÑOL de Málaga.

Campus de Teatinos Jorge Zapata

Según relata el estudiante de Ingeniería de la Energía procedente de Ronda, el piso que comparte con tres compañeros más y por el que paga 300 euros con facturas, tiene defectos por todos lados. La luz se va cuando enchufan la lavadora y cocinas al mismo tiempo, la puerta del balcón lleva rota tres años, entra frío por las ventanas y la cama donde duerme se mueve tanto que “parece un barco”. A pesar de todo ello, la casera no hace nada por poner remedio a estos desperfectos.

Precisamente los arrendatarios parecen ser el mal endémico que la mayoría de los estudiantes culpan como los grandes culpables de estas situaciones. En numerosos hilos de X puedes ver historias para no dormir que la gente ha pasado con sus caseros, como es el caso de Cristian (23 años), estudiante de magisterio, al que el propietario quiso meter un quinto inquilino en el piso haciendo una habitación improvisada en el salón común de la casa. “Se puso a levantar un muro sin consultarnos y nos encontramos con el percal a mitad de la obra. Cuando vimos aquello rompimos el contrato y buscamos otro piso, no nos merecía la pena a pesar de ser algo ilegal”.

Este tipo de situaciones se transmiten boca a boca y también generan muchas inseguridades entre los jóvenes estudiantes a la hora de alquilar un piso y tener que afrontar situaciones que no dominan mucho. “Piensas todo el rato, me van a timar, la inmobiliaria va a intentar meterme en cualquier momento una cláusula para cobrarme más, tengo que revisar al dedo el contrato etc. Te sientes en un terreno muy hostil donde tú eres el blanco”, admite con pesar Cristian.

Debido a esto, en los últimos años se ha generado, paralelamente al mercado ordinario de alquileres dominado por los portales inmobiliarios, un entramado de alquileres de pisos para estudiantes que se mueve en las redes sociales. Perfiles como @cotilleosuma cuelgan continuamente ofertas de plazas que se quedan libres en pisos, grupos que están buscando alquilar en determinadas zonas o perfiles de estudiantes que ponen sus datos buscando un hueco en cualquier sitio. “Es una forma mucho más cercana y confiable de alquilar. Hablas con los estudiantes que ya están en el piso, te cuentan el estado real y las condiciones y puedes tener un feedback auténtico. Eso cuando hablas con un casero o una inmobiliaria no pasa, tienes la sensación de que te quieren sacar el dinero continuamente”, declara María Isabel que encontró su piso por una de estas vías.

María Isabel, estudiante del master de psicopedagogía

Los métodos de toda la vida también han vuelto, y es que muchos estudiantes encuentran su parcela de habitabilidad en carteles colgados por las calles. En los meses de verano las farolas de Teatinos se llenan de pequeñas tiras con números de teléfono que anuncian “Piso para estudiantes, X metros cuadrados, X euros al mes”. Jesús encontró su piso así. “Uno cree que esos métodos están en desuso, pero cuando el mercado es tan agresivo con la gente, las cosas antiguas parecen ser las que mejor funcionan”.

Estudiar en la universidad se está convirtiendo en un lujo que no todos pueden permitirse. Los estudiantes que no viven en las capitales son los que pagan el pato, viéndose en la obligación de mudarse si quieren afrontar los cuatrimestres marcados. El alquiler es la primera valla que saltar, pero dentro de esta carrera de obstáculos entran las pruebas de gastos de mantenimiento, comida, internet y hacer una vida que “en Málaga es cada vez más inaccesible”, matiza Elías.

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