Si hay dos olores relacionados con la Semana Santa, son el incienso y las torrijas. Pero no cualquier torrija. Si son de Confitería Aparicio, las mejores de Málaga para muchos, mejor. Más de 80 años después, la pastelería más antigua y único obrador del centro sigue vendiendo este dulce tan cofrade, que empiezan a preparar el Miércoles de Ceniza. Llegan a vender hasta 80.000 unidades en Cuaresma.
Francisco Aparicio, segunda generación de Confitería Aparicio, que cumple ahora 89 años, cuenta para EL ESPAÑOL de Málaga que el secreto es la bollería y el vino moscatel de los montes de Málaga. Paquito, como se le conoce, dejó a un lado la receta tradicional y tuvo la brillante idea de sustituir el pan por bollería, para hacer de este manjar una auténtica delicia.
Estas famosas torrijas cuentan, además, con hasta 17 ingredientes. La harina, azúcar, huevo, mantequilla, levadura, sal, esencia de azahar y naranja, maizena, leche, vainilla, miel, vino... hacen que quien las pruebe, quiera repetir.
En Semana Santa también son muy típicos los hornazos, que son la misma bollería, con un huevo cocido en medio y dos tiras de bollería bronceadas con huevo. Luego se pela el huevo y se va comiendo junto al trozo de bollería. Otro de los éxitos es el Roscón de Reyes. La cola llega hasta la mitad de la Alameda Capuchinos y se venden unos 20.000 en Navidad.
Pero... ¿cómo empezó este negocio? El fundador, Ildefonso Aparicio, era el maestro de una confitería muy importante llamada La Imperial, situada en Calle Nueva. Su mujer tenía una tienda de comestibles y, entre ambos, con azúcar y harina de estraperlo, como le dice Paquito, se dieron cuenta de que vendiendo tortas por su cuenta ganaban más. En 1941 decidió montar Confitería Aparicio, en la Plaza de Capuchinos.
Al principio, era un despacho de unos 30 metros cuadrados y un horno moruno muy antiguo. Paquito se define como un todoterreno. Ha hecho fontanería, sabe soldar, hizo un curso de electricista, es muy aficionado de la radio y le gustan las macetas, los huertos y escribir. Pero su verdadera pasión era estar en el obrador, donde empezó a trabajar a los 12 años.
Cuando tenía 14, a su padre le diagnosticaron una úlcera en el estómago, que acabó con final feliz. "Eso me dio mucha fuerza para aprender. Cuando acababa, me quedaba solo en el obrador decorando con los cartuchos de crema y me apunté a una academia para la ortografía y caligrafía. Me encantaba, y cuando uno trabaja en algo que le gusta, no es trabajo", cuenta.
Con 19 años empezó la famosa 'mili', en aviación. Pero no dejó de hacer lo que le apasionaba. Llegaba por las tardes y lo primero que hacía era irse al obrador. Cuando acabó con 21 años, en 1956, montó la segunda confitería en los Mártires, que luego se cambió de local. Actualmente, además de la original, hay una en calle Calderería y otra en el Paseo de Reading.
El obrador no es lo único que le gustaba a Paquito. Él y su mujer tuvieron la suerte de que les tocaron 6 millones de pesetas en la lotería. Con ese dinero, decidió comprar un local en la calle Alderete y montar una escuela de confitería. "Duró ocho años. Me levantaba a las 6:30 de la mañana, bajaba al obrador a preparar el trabajo y me iba a la escuela. Luego a decorar tartas, porque mis hijos todavía no sabían. Cuando terminaba, subía a almorzar y volvía a dar clase. Lo último era recoger el dinero y hacer la lista de existencias de las confiterías", narra.
La confitería va ya por la tercera generación. A día de hoy, la llevan Miguel Ángel y Paco, dos de sus cuatro hijos. Para Paquito, la clave es la calidad, el sabor antiguo, el "utilizar aceite de oliva, la mejor manteca ibérica que haya, canela en rama". Sin embargo, cuando se jubilen, el negocio no va a continuar, ya que, según explica, nadie se va a hacer cargo de él.
Una máquina con historia
La batidora que se sigue usando en el obrador de Capuchinos tiene una historia muy curiosa. La compró Ildefonso Aparicio en 1941 cuando montó el obrador y, a plazos, pagó las 14.000 pesetas que costaba. "Hace tres años me llamó mi hijo Miguel Ángel y me dijo que la máquina había muerto, que no tenía arreglo. Le dije que me la trajese. No merecía ese final, mi padre tiene el alma dentro. Era Semana Santa, e hice el milagro de que resurgiera", cuenta Paquito, muy emocionado en la misma terraza en la que la arregló.
Tanto tiempo trabajando en el obrador, le ha otorgado muchas vivencias a Paquito. Desde encargarse de la enorme tarta para celebrar los 100 años de la calle Larios hasta otras muy graciosas. "Un día, llegó un hombre a pedirme una tarta para 80 personas. La hice rellena de crema de turrón y cubierta por crema tostada. Luego me dijo que era para celebrar un divorcio, y tuve que ponerle «Se acabó» arriba", relata entre risas.
En la terraza de su casa, Paquito tiene una batidora y un horno, en los que, a día de hoy, sigue haciendo pasteles. Porque, como dice, cuando uno trabaja en algo que le gusta, nunca trabaja.