Por sus instalaciones han pasado, a lo largo de su historia, miles de malagueños. Muchos de ellos, atraídos por sus siempre tan económicos precios. Sus paredes alicatadas, que le aportaban ese toque tradicional y castizo, ese que solo tienen los establecimientos de toda la vida, han visto crecer a niños que han acabado visitando la hamburguesería de la mano de sus primeros amores, e incluso de sus propios hijos.
El pasado viernes, 28 de abril, el barrio de El Torcal se despedía de la histórica hamburguesería Joan, que nació en 1990. El local echa a andar después de que sus propietarios, Antonio Pérez y María Soledad Santiago, pusieran en marcha un pequeño supermercado de autoservicio. Según explica su hijo Marcos, a finales de los años 80, las grandes superficies, como son Mercadona o Día en la actualidad, no tenían prácticamente presencia. De hecho, la mayoría no existían. "Las tiendas de barrio funcionaban muy bien y tuvieron mucho tirón", manifiesta.
Pese a que la pareja es natural de Sedella, la familia de Antonio contaba en aquel entonces con un restaurante en la avenida de Manuel Torres, también en El Torcal, La Alegría de Sedella, que sigue abierto. El abuelo paterno de Marcos lo compró a fin de que la familia pudiera explotarlo con el paso de los años. Antonio, de hecho, estuvo un tiempo trabajando en el bar, pero el local donde luego se ubicó la Joan se quedó disponible y decidió dar el paso de emprender su propio negocio. Conocía de sobra la zona y sus opciones de clientela, así que decidió arriesgarse.
La Joan siempre ha sido conocida por sus baratos, pero muy sabrosos camperos y platos combinados. Las opciones más caras de la carta, pese a que sus propietarios se vieron obligados a subir levemente los precios en su recta final, por culpa de la pandemia y la inflación, costaban tan solo 5 euros.
Familias que no podían permitirse una cena con sus hijos en la calle, o la chavalería que no tenía nada más que los diez euros que le daban sus padres a la semana a modo de paga, siempre acudían al bar de Antonio y María, ubicado en el número 7 de la calle Niño de Gloria de Málaga capital. Sabían que allí, con lo poco que tenían, iban a poder comer muy bien.
No es sencillo mantener unos precios económicos cuando los costes no paran de aumentar. "Eso me enorgullece de mi padre. Él visitaba cada día todos los supermercados mayoristas de Málaga y comparaba precios. Tiene una memoria brutal y recordaba si en uno de ellos una lata de refresco estaba un céntimo arriba o un céntimo abajo. Se movía mucho. Solo así se pueden mantener los precios", cuenta Marcos.
Siempre discretos, Antonio y María no han anunciado el cierre del bar a bombo y platillo a través de las redes sociales u otras vías. Ni siquiera han querido hablar con este periódico, dicen que odian "los protagonismos". Se han ido en silencio, pero los más fieles sabían que el pasado domingo tenían la última oportunidad para degustar uno de sus platos. Tanto es así, que sobre las diez y media de la noche ya no tenían ni siquiera pan de campero. Hubo un auténtico tsunami de clientes, pero también de emociones. Fue complicado para ellos darse cuenta de que era la última vez que veían el salón lleno de clientes.
"Ellos han notado que tras la pandemia, quizá por la necesidad de la gente o por la subida de precios de la competencia, ha sido una locura. Prácticamente todos los días se quedaban sin pan. Siempre había gente esperando... Yo les digo que se han ido por la puerta grande, con el negocio en su mejor momento", dice Marcos.
El motivo del cierre es la jubilación de Antonio y María, que ahora inicia una nueva etapa de su vida tras años trabajando sin apenas descanso. "Tienen un sabor agridulce. Felices porque ahora les toca descansar, estar con sus hijos y con sus nietos; pero mi padre, por ejemplo, este jueves no se creía que no tenía que irse a trabajar. Le va a costar procesarlo, son muchos años dedicados a un negocio", relata.
Aunque son varios hermanos, Marcos asegura que todos tienen sus oficios muy asentados y que ninguno se ha planteado tomar el testigo de sus padres, al menos de momento, para seguir escribiendo páginas en la historia de la Joan. "A mi padre creo que le da un poco de pena. Ha dedicado toda la vida a esto. Le he dicho que ahora desconecte un par de meses y que ya pensaremos qué hacer con el local", reconoce.
Este cierre provoca que la zona de Carretera de Cádiz pierda otro negocio tradicional, de toda la vida, algo que apena a los vecinos de la zona, que aseguran que aunque la persiana de la Joan baje, dentro se quedan miles de recuerdos que no olvidarán en la vida.