Los motores turboalimentados se han convertido en absoluta mayoría en nuestras carreteras. Este sistema de sobrealimentación cuenta con décadas y décadas de historia, pero no todo el mundo conoce cómo es posible mantener en perfecto estado, con unos sencillos consejos, este caro y complejo elemento de nuestro automóvil.
Un turbo no es más que una pequeña turbina que, girando a altísimas revoluciones, es capaz de introducir grandes cantidades de gases en el colector de admisión con el fin de aumentar el rendimiento del propulsor. Como cualquier otro elemento móvil, está sujeto a cierto desgaste, un desgaste que se puede minimizar si seguimos unas pequeñas recomendaciones.
Dejar calentar el motor antes de exigirle las máximas prestaciones es una buena idea sea cual sea la naturaleza de nuestro propulsor, pero especialmente si se trata de un motor turbo. Unos pocos segundos de espera servirán para que el aceite engrase de forma óptima cualquier elemento del motor, incluido por supuesto el turbo, que empezará a coger también una temperatura más adecuada para su funcionamiento.
De la misma manera que es recomendable dejar calentar el motor a la hora del arranque, más aún lo es dejarlo enfriar tras cualquier trayecto, por mínima que sea la exigencia de mismo. Y es que, para su correcto funcionamiento, la turbina del turbo está refrigerada por aceite, que a su vez está impulsado por la bomba de aceite, movida por el motor. Si apagamos el motor de forma abrupta, el aceite dejará de fluir de forma brusca, con el riesgo tanto de recalentamiento como de formación de carbonilla en el eje de turbo.
Este problema se puede dar, en menor medida, en los vehículos equipados con un sistema Start&Stop, que puede detener el motor, por ejemplo, en un peaje, tras decenas o cientos de kilómetros con el turbo girando. No obstante, es cada vez más habitual la implementación de bombas auxiliares eléctricas, que funcionan aunque el motor no esté girando.
De ningún modo es aconsejable desconectar el motor sin estar a ralentí. Si, por ejemplo, el motor está funcionando a 2.500 revoluciones, con el turbo girando a pleno rendimiento, y lo desconectamos de golpe, dejaremos al turbo sin engrase ni refrigeración de forma abrupta, estando éste aún girando. Las consecuencias de ello pueden ser catastróficas para la salud tanto de nuestro motor como de nuestra cartera.
Una conducción responsable es también altamente influyente en el estado ya no del turbo, sino del motor en general. Diseñado para trabajar en un rango determinado de revoluciones, nuestro motor -y, por ende, el turbo- puede sufrir desgastes prematuros y averías por una conducción demasiado conservadora.
Este hecho es especialmente importante en los motores turbodiésel, que por su propia naturaleza generan una mayor cantidad de carbonilla y partículas. Si conducimos de forma habitual a unas revoluciones excesivamente bajas, se generarán grandes cantidades de carbonilla que, al no generarse la presión adecuada, no podrán expulsarse correctamente, adheriéndose a elementos como el colector de admisión o la geometría variable del turbo en caso de equiparla, haciendo que no funcione correctamente.
Un correcto mantenimiento hará que nuestro turbo se mantenga siempre en buena forma. Como hay hemos mencionado, el turbo está refrigerado y engrasado con aceite, por lo que utilizar aceites de buena calidad y, lo que es más importante, preconizados por el fabricante, hará que la probabilidad de averías sea menor. Es muy importante prestar atención a algo tan sencillo como el nivel del lubricante, ya una incorrecta cantidad -tanto por exceso como por defecto- puede ser fatal para el turbo.