Por qué Onlyfans, la red social de sexo con la que ganas 5.000 euros al mes, no es feminista
Esta plataforma de sexo de pago no es "emancipadora", aunque así lo defienda parte de la izquierda y del feminismo: hablamos con la filósofa Ana de Miguel sobre lo "rancio" y "patriarcal" de esta nueva moda.
11 junio, 2020 02:16Noticias relacionadas
A muchos ya les sonaba el nombre de Onlyfans, pero parece que esta cuarentena -por motivos obvios: confinamiento y hastío sexual por parte de ellos, precariedad y paro por parte de ellas- se ha vuelto aún más presente en nuestras redes sociales. Se comenta en Whatsapp, se cotillea en Forocoches, aparece constantemente linkada en Twitter o Instagram y cobra relieve en la conversación hasta en programas de televisión, como La Resistencia de Broncano.
Aquí está: Onlyfans es una plataforma social británica, fundada en 2016, que cada vez adquiere más protagonismo en España -ha crecido un 75% en los últimos meses- y que ya cuenta con casi 30 millones de usuarios, de los cuales un 1% son “creadores de contenido”, como ellos acostumbran a llamarse. Mejor dicho, son “trabajadores sexuales”, porque aunque esta web pueda albergar todo tipo de temáticas, se centra en la pornográfica: desnudos, masturbación, sexo online… sin censura de ningún tipo y mediante un muro de pago.
Pero, además, tiene un componente personalizado que la acerca a la cultura de la prostitución: permite que el usuario interactúe en un chat privado o videollamada con el ‘influencer’ -en la mayoría de los casos, ‘la’- y le pida “lo que desee que haga” con el cheque en la mano, abonando un extra. Del dinero que a priori gana la dueña del perfil, el 20% va para Onlyfans. Es una comisión bastante alta teniendo en cuenta que la plataforma no promociona las cuentas -tienen que hacerlo las chicas mediante su Twitter o Instagram, donde suben fotos eróticas a medio gas e invitan a ver el “contenido completo” en esta web-, y, que, además, su competidor inmediato Patreon -que no permite el porno- cobra el 5%.
Sexo amateur
En Onlyfans no sólo tienen cuentas influencers reputadas, modelos con muchos seguidores o actrices porno que se han pasado a esta plataforma para conseguir más beneficios: lo más llamativo es que esta web está plagada de jóvenes “amateur”, que nunca se han dedicado al trabajo sexual y que lo hacen, según dicen, por necesidad -especialmente esta cuarentena, que ha dejado a tantas sin empleo- o por el placer de sacar dinero extra para “caprichos”.
La oferta, como acostumbran en este tipo de plataformas, es mayoritariamente femenina, aunque también hay algunos hombres heterosexuales y homosexuales que tienen cuenta. La cuota mensual la ponen ellas, lo que también ha generado debate y escozor entre las trabajadoras sexuales: hay quien se queja de que otras chicas suban contenido explícito sólo por 5 dólares, “devaluando a las demás y malacostumbrando a los suscriptores”. Descacharrante.
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Este artículo no se centrará, como ya lo han hecho otros, en las bondades de esta plataforma para conseguir (mucho) dinero rápido -hay “sueldos” de todo tipo, desde los 1.000 euros al mes, si no se cuida mucho la cuenta o no se tiene mucho público, a los 5.000, con casos excepcionales donde la cifra se multiplica-, sino en la falacia de que estas prácticas corresponden a la “libertad sexual” de la mujer y que pueden defenderse desde el feminismo.
Los argumentos a favor los conocemos ya: “no seáis mojigatas”, “cómo vas a decirle a una mujer que algo que está haciendo no es feminista”, “ella decide libremente”, o el genial “¿qué tiene de especial la genitalidad? Todos vendemos partes de nuestro cuerpo cuando trabajamos, estás haciendo un juicio moral, ¿en qué se diferencia una vagina de las manos de una fisioterapeuta?”. Vamos con los contrarios.
Censura e hipersexualización de la mujer española
Primero, un poco de contexto histórico: tras cuarenta años de dictadura franquista en los que el cuerpo de la mujer era considerado pecaminoso e impuro -cuarenta años oprimiendo la sexualidad femenina, sus expresiones y sus deseos- es lógico que, en los albores de la democracia, existiese un momento donde desnudarse y sexualizarse tuviese un componente reivindicativo desde la perspectiva feminista. Era una forma de desafiar la moral imperante y de sacudirse las cáscaras del nacionalcatolicismo. Era un modo de rebeldía -si se hacía por voluntad propia, claro, no por la de los hombres y empresarios que nos han tutelado hasta hace tan poco-.
Sin embargo, rápidamente, el rodillo neoliberal detectó el nicho de mercado y actuó en él -a veces de formas muy burdas, como comprobamos en las películas del llamado “destape”-. En pocos años, el cuerpo de la mujer pasó de ocultarse por completo a ser mostrado como reclamo e hipersexualizado para rentabilizarse. Qué curioso: qué velozmente esa “liberación” sexual pasó a ser un negocio. Nunca una libertad le fue tan útil al mercado.
Ese es el relato que hoy sobrevive y del que el feminismo, durante tanto tiempo, ha intentado escapar: las mujeres no somos un cuerpo, no sólo un cuerpo. Ya peleamos por nuestro voto y ahora seguimos peleando por nuestra voz en el discurso público. ¿Cuál es el problema? Que, en cuanto nos desnudamos, nadie nos escucha. Cómo va a importarle a alguien lo que estemos diciendo mientras enseñamos los pechos: no debería ser incompatible, pero prevalece la carne.
Estamos hablando del mundo que es, no del que nos gustaría que fuera: y, en esta sociedad aún machista y misógina, nada como un cuerpo femenino desnudo para diluir cualquier discurso que se escuche por encima de él. La sexualidad es siempre el foco de atención, el márketing más brutal, y, además, el que más feliz hace a la mayoría de los hombres: muchos de ellos nos prefieren desnudas y sexualizadas, a disposición de su billetera, y no vestidas y sentadas en un congreso defendiendo cualquier cuestión acerca de nuestros derechos. Porque en cuanto tomamos la palabra, corremos el riesgo de molestarles. Ahí ya no les reímos tanto las gracias. Ahí ya no respondemos a sus deseos: disentimos. Chirriamos. Ahí ya no les ponemos cachondos.
Violencia contra el cuerpo femenino
El cuerpo de la mujer no es una hoja en blanco: históricamente ha sido un espacio de violencias. A las mujeres se nos mata, se nos viola, se nos acosa, se nos reduce a un canon físico y se nos cosifica constantemente sólo por el hecho de ser mujeres. Y ahora, en una última vuelta de tuerca de la perversión, se nos “premia” económicamente si explotamos por nosotras mismas lo que antes explotaban otros: nuestra sexualidad. El truco de la modernidad consiste en decirnos: “Ahora puedes tener tu propio dinero vendiendo tu cuerpo en una plataforma como Onlyfans, nadie lo gana por ti”. Tampoco es del todo cierto, porque aquí la web ejerce de “proxeneta” o de “chulo” cuando se lleva el 20% de los ingresos de las chicas.
En este artículo, por supuesto, no nos referimos a las víctimas de la trata y la explotación -un drama mucho más oscuro que atenta directamente contra los derechos humanos-, sino de las mujeres que cuentan que lo hacen “libremente” y que, por si fuera poco, se sienten “empoderadas” haciéndolo. Es más: lo hacen blandiendo la bandera del feminismo, el movimiento que les dio la “libertad sexual”. Porque la cultura de la imagen, del like y del mercado de la carne ha conseguido vendernos que “molamos” más cuanto más sexys seamos. Que valemos lo que vale nuestro cuerpo -ahora incluso lo estimamos en dólares en Onlyfans-. Que nuestra juventud, nuestra belleza y nuestra intimidad es lo mejor que tenemos que ofrecer: total, ¿qué más hay? Ah, sí, nuestro vientre de alquiler también cotiza al alza. Nuestra fertilidad.
Es una extraña dicotomía: los consumidores de pornografía y prostitución online desean esos cuerpos, pero a la vez, profundamente, los desprecian. Los asumen como productos de usar y tirar. Es la retorcida misoginia que subraya su placer: la de tener sexo con una “zorra”, con una “puta”, con una “tragaleche”, la de “reventarla” y humillarla, como bien nos recuerdan, a sólo un click de distancia, los títulos de los servidores porno -¿qué opinan de esto sus defensoras?-. Lo resumía muy bien Wilde en esa cita que repicó House of Cards: “Todo va sobre sexo; excepto el sexo, que va sobre poder”.
Habla la filósofa Ana de Miguel
Claro que las mujeres han de tener libertad sexual, pero en esa libertad caben reflexiones más profundas que las de “me visto como quiero” y “me acuesto con quien quiero”. ¿Y si nuestra libertad sexual está condicionada por los deseos de los otros o por el mercado, y si está perpetuando estereotipos, y si nos lleva a la autoexplotación o al consentimiento de que nos denigren? Para ahondar en un tema tan espinoso, acudí a la Doctora en Filosofía Ana de Miguel, que desde hace años estudia teorías feministas y que publicó un libro indispensable, Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección (Cátedra), precisamente sobre estas cuestiones que tratamos.
“Onlyfans nos hace una radiografía del mundo como es y hacia dónde se dirige, y es la misma radiografía que tenemos desde hace cien, trescientos, quinientos años: ha cambiado la forma, pero el contenido sigue siendo el más rancio, patriarcal y desigualitario desde la perspectiva de género que nos podamos imaginar”, cuenta al teléfono la experta. “Mujeres viviendo de exhibir su cuerpo, y los hombres no -o en un porcentaje ínfimo-. ¿Por qué? Porque ellos son los que tienen el dinero y encuentran interesante gastarlo en eso, en ver a chicas desnudas o en que hagan lo que quieran a través de sus mandatos”.
“Es una desigualdad de comportamiento bestial: ellos son los que compran porque tienen el dinero, ellas las que se venden. ¿Qué hacen esos hombres con el dinero? Acceder a cuerpos, aunque sea virtualmente: es lo mismo que sucedía en un burdel de la Grecia o de la Roma de hace 2.400 años. Ellas putas, o similares, y ellos con el dinero”, explica. “Lo peor son esos que se llaman de izquierdas y que son unos viejunos absolutos, siguen reproduciendo la cultura de la prostitución de la Roma del siglo I, por mucho que lo vistan de modernidad y ellas lo vistan de ‘lo elijo libremente’. ¿Qué te crees, que no lo elegían las prostitutas del siglo XIII?”.
Y continúa: “Cualquiera puede desnudar su cuerpo durante un tiempo limitado, pero obviamente, tendrán que saber que se acaba. Los hombres no quieren el cuerpo de las mujeres: quieren el cuerpo de las mujeres jóvenes. A nosotras, sin embargo, por lo general, no nos interesa gastar nuestro dinero en acceder al cuerpo desnudo de chicos de 20 años. ¿Por qué? ¿Qué revela esto de los hombres y mujeres de la actualidad? Que hay un desencuentro enorme entre nosotros. Las chicas entienden que tienen que mercantilizar su cuerpo porque ese es su mejor recurso, y eso es una falsedad absoluta”, relata.
La izquierda neoliberal y 'modernita'
“La mujer que llega a tener una vida buena no lo hace a través de la mercantilización de su cuerpo, eso es un engaño. Y eso perpetúa esta escuela de la desigualdad. Nos lo han vendido como modernidad y como emancipación, pero es falta de conciencia crítica: es lo más carcamal”. Critica De Miguel que la izquierda y cierto sector del feminismo “se alinee con el neoliberalismo individualista y patriarcal más rancio en este tema”: “Te dicen: vive de esto si eres joven y guapa, mercantilista tu cuerpo, que vas a encontrar un montón de hombres dispuestos a pagar por él”.
Se refiere al “infierno de la izquierda rancia” de Cataluña: “Todo apoyado desde el Ayuntamiento de Ada Colau, que subvenciona a asociaciones que defienden la prostitución, ¡que dan clases de prostitución y de pornografía!, y las venden como si fuera una propaganda cualquiera. En última instancia, las feministas estamos tratando de demostrar que, efectivamente, el sexo no es una actividad como otra cualquiera”.
Un ejemplo esclarecedor, por lo desagradable: “¿Por qué un padre no le dice a su hija ‘tócame los huevos, hazme un masaje ahí’, y sí le dice ‘dame un poco en el cuello, que me duele? O, mejor: imagina a una madre que le diga a su hija ‘hija, hazme un cunnilingus, que como eres chica, sabes hacerlo, y a tu padre no le gusta, él va todo el día con trabajadoras sexuales’. Es impensable, claro, es irreal”, dispara. “Si el sexo es una actividad como otra cualquiera, ¿por qué existen delitos de acoso sexual y de violación? Porque no lo es”.
Mujeres puteras
Le cuento a Ana de Miguel que, entre las respuestas que me llegaron el otro día a un tuit donde acusaba al Onlyfans de ser “cultura de la prostitución”, me encontré con la de varias mujeres ofendidas. Una me decía “yo soy bisexual y entro a consumir porno de chicas, ¿soy putera?”. La respuesta de la filósofa es: “Sí. Porque aquí la palabra ‘bisexual’ funciona como un ‘soy guay y no puedes decirme nada’. Si vieras lo que nos importa... Da igual que seas bisexual, o lesbiana, o trans, o hetero, si reproduces esos comportamientos patriarcales, efectivamente, eres una putera”.
El mito de la libre elección
En su ensayo, Ana de Miguel cuestiona el llamado “mito de la libre elección”: “Cuando vemos que en un comportamiento sólo hay mujeres a un lado -o en un 90%-, y, al otro, hombres como compradores, podemos postular que esa libre elección cae por su propia base. No es la libre elección la que está operando, sino los comportamientos marcados por el género”, explica.
La filósofa defiende que “cuando todo vale, nada vale”, y que no todo lo que elija una mujer va a ser feminista -imaginen que una mujer abre una empresa donde explota a sus trabajadores, por ejemplo-. Uno más claro aún: la polémica recurrente de Cristina Pedroche y su vestido transparente de fin de año. “Ella podrá decir que nunca se ha sentido más libre que cuando enseña su cuerpo, pero ese acto no se puede calificar de feminista. Esa minoría de mujeres mediáticas que ganan mucho dinero por ello -un dinero que estas chicas de Onlyfans no van a ver- están legitimando que las jóvenes que no tienen otra cosa para vender más que su cuerpo, lo hagan. Como las inmigrantes. A estas mujeres mediáticas se les paga tanto porque legitiman el orden patriarcal de toda la vida. Gracias a ellas, muchas estudiantes sin trabajo venden su cuerpo en la red”, lamenta.
Libertad para prostituirse
“Los empresarios les dicen: haz como Pedroche, véndenos tu cuerpo, que fíjate cómo ella ha demostrado su libertad… evidentemente, con eso no tendrán ninguna excusa para no vivir de vender su sexualidad y su cuerpo, más ahora, que no hay empleo”. Hay un argumento más para rebatir al de “¿y a ti qué más te da que ella haga con su cuerpo lo que quiera?”. Nos da, dice De Miguel, porque “sin pretenderlo, puede tener otro tipo de consecuencias como que un empresario diga a sus camareras: ‘Vosotras vais a venir a poner las copas medio desnudas, pero, ojo, solo las que quieran. Las que no, pueden marcharse, tengo a otras tantas esperando en la calle que sí querrán’”. Ahí queda eso.
Una última reflexión brillante: “Cada día más, la libertad para las jóvenes significa la libertad para prostituirse, para desnudarse o para vivir de su cuerpo. Esa es la libertad que ellas defienden y que, sospechosamente, también defienden los hombres para ellas. Pero la libertad es un concepto más amplio y más complejo: ¿qué hay de la libertad de encontrar un empleo que se ajuste a mi vocación, por ejemplo? ¿Qué hay de la libertad de ser tratada como a un ser humano? ¿Por qué todas las “libertades” ahora son relativas al cuerpo y a si vives de él o no? Es un curioso deslizamiento que nos debería hacer pensar. Hay que pelear contra esos hombres que van de izquierdas y esas mujeres que van de feministas y que identifican la libertad con la prostitución… sólo en el caso de las mujeres, claro. ¿Por qué no invitan a los chicos jóvenes a prostituirse?”.