Qué es el acoso sexual: "Supe que algo no iba bien cuando mi jefe me encerró en el baño con él"
Explicamos este concepto a través de la historia real de una becaria que rompió su silencio tras seis meses de violencia sexual en el trabajo.
1 octubre, 2022 03:55"Seis meses de tortura". Así de desgarradora es la historia de una becaria que asegura haber sufrido acoso sexual en el trabajo y que, por seguridad, prefiere dejar su nombre en el anonimato. Meses que, según cuenta, fueron los peores de su vida.
Según el artículo 184.1 del Código Penal se denomina acoso sexual al que solicitase favores de naturaleza sexual, para sí o para un tercero, en el ámbito de una relación laboral, docente o de prestación de servicios, continuada o habitual, y con tal comportamiento provocare a la víctima una situación objetiva y gravemente intimidatoria, hostil o humillante.
La joven, una mujer de 22 años, asegura que ni siquiera fue consciente de la situación que estaba viviendo hasta que terminó su contrato de prácticas universitarias. Cuenta que cuando empezó en la empresa tenía ganas de iniciarse en el mundo laboral, pero en su camino tuvo que enfrentarse a una situación que jamás se esperaría: el acoso sexual.
De actitudes verbales a otras de carácter físico. De bromas y comentarios sexistas hasta el contacto físico deliberado y no consentido. Incluso forzar situaciones como quedarse con la persona a solas de forma innecesaria. El acoso sexual en el trabajo se puede presentar de multitud de formas.
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La protagonista de esta historia explica, con todo lujo de detalles, como aun siendo consciente del término, no supo verlo cuando lo vivió en sus carnes. Confiesa, además, que pensaba que era lo que debía aguantar por las condiciones en las que estaba contratada.
6 meses de "tortura silenciosa"
Todo comienzó en el mes de febrero, cuando esta mujer se incorpora a una empresa en calidad de becaria con un contrato de beca hasta junio y no remunerado. Al cabo de unos días el jefe –que comparte la dirección con su esposa– de la asesoría inmobiliaria en la que trabaja empieza a acercarse a ella y a otorgarle más responsabilidades. Un día, se reúnen a solas y le da 150 euros de comisión "por su esfuerzo y trabajo realizado".
En aquel momento, explica, no vio "maldad alguna en el acto". El problema empezó cuando cada vez eran más las veces que su jefe decidía reunirse con ella a solas. Reuniones de las que ella, asegura, tenía prohibido dar cuenta y que cada vez le resultaban más incómodas. “En una ocasión me llevó a la cocina para despedirse de mí porque se iba de viaje y me intentó dar un beso”, confiesa la joven.
Se trataba de situaciones en las que ella estaba incómoda y que empezaba a percibir como inaceptables. La joven admite que, poco a poco, fue perdiendo el apetito, y cuenta que no desayunaba por los nervios de ir a trabajar y encontrarlo allí con una excusa nueva para hablar a solas.
Y no cenaba pensando en el día siguiente. Lo que parecía un trabajo que le aportaría experiencia resultaron ser unas prácticas que no la dejaban ni comer ni dormir.
Con esta situación, empezó el insomnio, el nerviosismo y la tensión constante. A esto se le unieron unos dolores musculares generados por la tensión que suponía estar en una oficina en la que él podía aparecer en cualquier momento.
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La joven explica que su antiguo jefe llegaba y le tocaba los hombros, le hacía masajes que no había pedido y le tocaba el pelo. La situación, cuenta esta becaria, empieza a resultar cada vez más y más incómoda. "No sabía a quién acudir", confiesa, y explica que intentó hablar con la otra directora, pero no se mostró receptiva. Sus compañeros, además, asociaron su malestar con la carga de trabajo. Así, siguió callando.
Cada día la consumía más que el anterior. Cada día su trabajo pesaba más hasta el punto en el que los temblores en las piernas le hicieron quedarse en casa por un ataque de ansiedad. Ella solo se sentía libre cuando él viajaba o no pasaba por la oficina.
Pero, sin duda, el día que más recuerda y con más tristeza relata, es aquel en el que tuvo que quedarse a solas con su jefe para decirle que rechazaba extender su contrato de prácticas. Acabar con ese contrato, explica, suponía decir adiós a una persona que le había hecho sentir incómoda durante meses.
Su jefe la llevó a uno de los pisos que tenían que enseñar. La joven cuenta que para hablar del tema del rechazo del contrato la llevó al baño. “Cerró la puerta y se sentó a mi lado, él en la bañera y yo en el váter y me dijo que cerrara los ojos”, explica la joven que, asegura, en ese momento se sentía indefensa: estaba en una casa a solas con una puerta cerrada y con una persona que la llevaba haciéndose sentir incómoda muchos meses atrás. "Supe que algo no iba bien cuando mi jefe me encerró allí con él", confiesa.
La joven reconoce que no sabía qué hacer, cómo reaccionar, a quién pedir ayuda o cómo frenar una situación con la que su jefe, decía él, la intentaba “relajar”. Eso sí, recuerda ella, siempre y cuando “eso quedara entre nosotros dos”.
Por ella, por todas
En sus últimos días de prácticas, la joven empezó a notar a su compañera incómoda y decidió preguntar. Ella le comentó a la protagonista que había vivido algo “raro” con el director de la empresa, pero que no sabía si debía o no decirlo por la condición de becaria en la que se encontraba.
Al verse reflejada y darse cuenta de que ya no era una situación aislada y personal, decidió dar cuenta de todo ello. “No lo hice por mí, lo hice porque no quería que pasara más”, admite.
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El contrato finalizó y en la memoria de prácticas que tuvo que presentar a su universidad contó su experiencia. Entonces, el centro educativo decidió rescindir el convenio con la empresa. Sin embargo, no hubo más medidas ni investigaciones, pues, alegó la universidad, “la becaria no lo dijo hasta finalizar sus prácticas”.
La unidad de prácticas del centro decidió borrar el convenio y penalizar a la joven por rescindir el contrato de prácticas extracurriculares. Según la normativa de la universidad en cuestión, siempre se penalizará al alumno si es quien las cancela, negándole la oportunidad de hacer otras.
Ahora, tras meses de recuperación, la joven asegura que quiere trabajar, pero no la pueden contratar como becaria al estar penalizada. Recuerda sus días en el trabajo y llora, cuenta.
"Cuando pienso en él y cómo me hizo sentir, recuerdo su olor y me siento igual de mal que cuando lo viví", concluye ella, que tiene miedo de que esta situación vuelva a darse en sus próximos trabajos.