Gustavo Adolfo Bécquer decía: "la soledad es muy hermosa… cuando se tiene alguien a quien decírselo". Este es el problema de muchas personas mayores en estos tiempos. Por desgracia, se han dado situaciones en los que incluso han muerto solos, en sus casas, sin que nadie lo supiera hasta semanas después.
Hace unas semanas se dio el caso, en el barrio madrileño de Aluche, de una señora discapacitada de 87 años que murió de inanición al fallecer súbitamente su hijo y cuidador. El magistrado Joaquim Bosch Grau publicó en 2017 en su cuenta de X (antes Twitter) unas palabras muy comentadas en ese momento: "Cada vez me pasa más, como juez de guardia, encontrarme con cadáveres de ancianos que llevan muchos días muertos, en avanzado estado de descomposición. No sé si está fallando la intervención social o los lazos familiares. Pero indica el tipo de sociedad hacia el que nos dirigimos". La pregunta es: ¿ha cambiado algo desde entonces?
Según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), rotundamente no. De hecho, el último censo de población y viviendas que llevó a cabo en 2023 decía que, en la última década, la cifra de mayores de 65 años solos ha sufrido un incremento del 22%. De unos 4 millones de viviendas unipersonales, el 42% son habitadas por la tercera edad. Destacan especialmente las mujeres. Y es que en el 70% de estos hogares vive una mujer. Son 1,47 millones de domicilios en los que vive una mujer mayor de 65 años frente a la cifra de 1,27 millones de hace 10 años.
El problema añadido que encuentran los especialistas de este campo no es estar solo, sino sentirse solo. La Fundación La Caixa hizo en 2021 un estudio en el que entrevistó a 14.000 personas mayores que acudían a sus centros sociales para preguntarles por la soledad. El 64% respondió que experimentaban en alguna medida sentimientos de soledad no deseada.
Carmen no se siente sola
Carmen tiene 82 años. Queda todos los sábados a las diez de la mañana con Paula, una voluntaria de 25 años que pertenece a la organización Solidarios. Llevan juntas desde 2022. Su mañana empieza con un chocolate con churros en una chocolatería de su barrio, Puerta del Ángel, en Madrid. Luego dan una vuelta por un parque cercano. "Incluso a veces nos vamos de compras. Una vez me eligió la ropa para salir por la noche con mis amigas de fiesta", cuenta Paula.
Carmen estuvo ingresada recientemente y le cuesta un poco caminar; por eso aprovecha para hacer recados cuando la acompaña Paula. "El contacto con Paula ha sido muy bueno porque hemos conectado muy bien y me ha servido de mucha ayuda. Yo todo lo dejaba en manos de mi marido, ni sabía ni quería manejar el móvil, por ejemplo. Ahora para sacar dinero del banco viene Paula y me ayuda", comenta Carmen. Además, también tiene una asistencia a domicilio que va a ayudarla con la casa tres días por semana.
Explica que estuvo casada 57 años con su marido, pero hace 4 años falleció. No tuvieron hijos. Los dos eran deportistas. Ella practicaba gimnasia deportiva, lo que ahora se denomina gimnasia artística, aunque insiste en llamarlo por el primer nombre. "Mi marido hacía boxeo. Yo le conocí porque su entrenador le recomendó dejarlo cuando tuvo que decidir si quería dedicarse profesionalmente a ello. Se metió, entonces, a hacer gimnasia como la que hacía yo", relata. Juntos también tuvieron una imprenta en la que ella le ayudaba. "Al margen de la casa", matiza.
Ella incluso estuvo en los Juegos Olímpicos de Roma de 1960. Junto con diez compañeras formaron el grupo de las primeras mujeres españolas en ir a unas Olimpiadas. No llegaron al podio, pero Carmen guarda a día de hoy varios recuerdos que va sacando durante la conversación con este periódico. La medalla que llevaba en el traje es uno de sus más preciados tesoros, al igual que la camisa del uniforme olímpico que usó para el desfile. "Todavía me vale", asegura entusiasmada mientras busca la foto en su teléfono.
Por desgracia, un año después de los Juegos de Roma tuvo que dejar la gimnasia por una lesión de rodilla, concretamente en el menisco. "En aquel entonces me hicieron tres operaciones, pero no dieron resultado. He ido arrastrando la lesión hasta que hace unos meses me dijeron que, si no me operaban, tendría que pasarme el resto de mi vida en una silla de ruedas", cuenta Carmen. Es desde esta intervención que ella siente que no ha vuelto a ser la misma.
Aun así, ella explica que no se siente sola. A pesar de no tener más familia directa que un hermano tres años menor que ella, comenta que se siente "arropada".
Cusas: demografía y roles sociales
Vanessa Zorrilla, agente de innovación en el Instituto de Bioingeniería de la Universidad Miguel Hernández, ha trabajado en proyectos desde la perspectiva de género sobre el envejecimiento. Matiza que "tomar la decisión de vivir sola no significa que se esté en una situación de soledad no deseada". Bajo este punto explica que "envejecer en esta sociedad es un éxito en sí mismo vinculado a la innovación sanitaria, social y a la adopción de políticas públicas para y en pro de la vejez".
Lo que sí es cierto es que las personas que viven solas tienen un mayor riesgo de aislamiento social y sentimientos de soledad no deseada, según explica la investigadora. Sobre todo, en edades más avanzadas. Las causas son los factores sociodemográficos, como el nivel de estudios, un bajo nivel de ingresos personales o vivir en condiciones de baja habitabilidad. Peores condiciones de vida, en definitiva, son las que Zorrilla apunta como los motivos principales. "Estas personas cuentan con menos oportunidades de interacción social por tener una red social menos amplia".
Otro motivo principal es la capacidad funcional. Es decir, tener limitaciones o problemas de movilidad y necesitar ayuda diaria para las actividades cotidianas. En otros contextos, "la despoblación de las zonas rurales también ha afectado tanto hombres como a mujeres". En este aspecto la especialista señala el caso de las mujeres como más notorio. "Ellas han sido las que más cuidan y han soportado mayores cargas y presiones invisibles sobre los cuidados".
Los cuidados, de hecho, son uno de los principales motivos que apunta también Sara Porras, socióloga e investigadora de la Universidad Complutense de Madrid. Ella habla de los roles de género como un factor clave en el hecho de que haya más mujeres que hombres experimentando soledad no deseada. "El perfil de persona cuidadora, en el caso de hombre mayor de 65 años, principalmente es la mujer. En el caso de las mujeres, es principalmente la hija", analiza la experta. Por lo tanto, el rol de asunción de cuidados se da mayoritariamente por parte de las mujeres.
"Las mujeres asumimos más la cuestión de cuidados lo que hace que cuidemos más y seamos menos cuidadas", comenta. Esto se relaciona con el aspecto económico, otro factor señalado por las expertas como fundamental. "Las empresas tienen más recelo a la hora de contratar mujeres por la sospecha de que, en algún momento, tengan que dedicarse a los cuidados. Esto hace que cobremos menos y provoca una situación de vulnerabilidad que se arrastra a todas las etapas de la vida. En el caso de la vejez, donde las condiciones de precariedad se agudizan, se ve mucho más expuesto", explica la socióloga, Porras.
Para esta investigadora, "las mujeres son titulares de la mayoría de pensiones de viudedad que no superan los 800 euros". Esto influye a la hora de poder contratar una ayuda externa o poder pagar una residencia. "En el caso de los centros privados, el precio está en unos 2.000 euros y en los públicos, en más de 1.000", matiza.
Un dato importante se obtiene al detenernos en la cuestión demográfica. "El porcentaje de mujeres que en el momento de morir están viudas es de casi 60% frente al 20% de los hombres", analiza la socióloga. En ello influyen dos factores: primero, la esperanza de vida y, segundo, una tendencia, por parte de los hombres, a la búsqueda de un "reemplazo". Esto puede darse volviendo a casarse, por ejemplo.
"La esperanza de vida un hombre se encuentra en unos 82 años de media, mientras que la de las mujeres está en unos 87 años", explica Porras. Zorrilla habla del "fenómeno de feminización de la vejez" como el hecho de que, aunque nazcan más hombres, a partir de los 65 años las mujeres les superan en un 30% en número, según datos del INE.
En la cuestión de la búsqueda de un reemplazo también hay una explicación social. Esta tiene que ver con la generación del baby boom; es decir, las personas que actualmente tienen más de 65 años. "Muchos de ellos no han tenido que dedicarse en su vida a las tareas del hogar lo que da a lugar a un aumento de patologías relacionadas con malos hábitos, peor situación de limpieza en los hogares... Hay muchos hombres que ven que su vida empeora con la separación y buscan un reemplazo", asegura Porras.
Marisa sí se siente sola
La situación de Carmen, relatada al principio de este reportaje, supone todo lo contrario a la de Marisa (nombre ficticio). Con casi 98 años las palabras que más repite a lo largo del día son "qué triste ser la última" y "para vivir así, mejor morirse".
Ella sí tiene familia; dos hijos y dos nietas. Vive sola y pocas veces les ve. Según su nuera, ya no quiere ir a las reuniones familiares. Tampoco quiere comer ni salir desde hace cuatro años, cuando la pandemia de COVID-19 obligó al mundo a paralizarse por unos meses. "Antes del confinamiento sí que hacía cosas. Quedaba con una amiga, venía a pasar alguna tarde en casa... Pero desde entonces no hizo más que ir cuesta abajo".
La falta de contacto durante los años de temor por contagiarse de coronavirus y la pérdida de esta última amiga hace dos años han sido los principales causantes de su declive. Han intentado que vaya una persona a ayudarla con la limpieza, pero se niega. "La tiene a regañadientes porque hemos tenido que obligarla", explica su nuera. Sus días se resumen en pasarse las horas frente a la televisión sin moverse de su butaca.
En la mesa del comedor descansan fotografías de su infancia, de su juventud, de su madre, de sus hermanos y de los viajes que hacía con sus amigas hace 20 años. "Ya no tiene ninguna motivación", comenta su nuera con pena. "Siempre está recordando el pasado. A todos sus familiares y amigos que ya murieron".
Programas contra la soledad
Organizaciones como Solidarios o Nadie solo cuentan con programas para los casos como los de Carmen o Marisa. En ellas, voluntarios y trabajadores sociales hacen una labor común para intentar mejorar la vida de personas mayores. El objetivo es hacer que se sientan "arropados", como han hecho con Carmen.
Desde Solidarios explican que su actividad es la de crear "un vínculo afectivo" entre voluntario y mayor. "Hace que puedan tener tiempo de calidad. Salir a tomarse un chocolate, charlar, ir a una tienda de ropa… Hacer cosas que afectivamente le reporten un momento bonito a la semana, hacer algo distinto".
"Ahora mismo hay una alta demanda por parte de mayores. La respuesta tarda porque falta gente que se comprometa", anuncia la responsable de comunicación de la organización. En el caso de Carmen pasó un año desde que se puso en contacto con la ONG, hasta que le asignaron a su voluntaria.
Paula, la voluntaria de Carmen, cuenta que esta es la primera actividad de voluntariado en la que participa. Estudió periodismo, hizo prácticas en una radio local de su pueblo, en Málaga, y ahora está implicada en su doctorado. Solo estuvo acompañando a otra mujer antes que Carmen, unos cuatro meses.
Para ella este voluntariado es un espacio de participación ciudadana en el que aportar su "granito de arena". "Yo perdí a tres abuelos y me vine a Madrid. Pensé que necesitaba ayudar a alguien que esté solo, porque mis abuelos me tenían a mí, pero hay muchas personas mayores que no tienen a nadie", narra. Aclara que el ser voluntario es un papel que se reconoce, pero que "necesita más" porque "hace falta". "Cada vez hay menos personas dispuestas a participar de esto y más mayores que viven solos".
En los últimos datos de la ONG, de 2022, se recogen unas 354 personas mayores adheridas al programa. De las cuales, el 85% son mujeres. Según la organización, en esto también tiene que ver el factor de la masculinidad. "Los hombres son más reacios a pedir ayuda", afirma la organización.
Las sociólogas explican la razón de que, en casos de soledad, sean las mujeres las que recurran más a estos programas. "Estudios evidencian que las mujeres mayores suelen rodearse de una mayor cantidad de recursos sociales y de cercanía a los que acudir cuando llegan a la vejez, en comparación a los hombres", cuenta la agente de innovación, Vanessa Zorrilla. Esto lo explica la socióloga, Sara Porras, como un "déficit" en las formas de expresión de las emociones de los hombres. "Esto se da en cualquier etapa de su vida; lo que ocurre en la vejez es que, al ser una etapa donde se es más vulnerable, tiene efectos más adversos".
La Caixa: 'Siempre acompañados'
La Fundación La Caixa cuenta con un programa desde 2014 que tiene por objetivo "combatir los efectos de la soledad que padecen muchas personas mayores" a través del "empoderamiento". Es decir, haciéndolas sentir parte de la sociedad.
Su metodología se basa en la intervención que integra el entorno comunitario y campañas para la sensibilización. Su foco de actuación no solo está en España, en las zonas de Cataluña y Andalucía, sobre todo; también en Portugal, tanto en Oporto como en Lisboa. Exactamente, en total 15 ciudades.
En el programa 'Siempre acompañados', más de 300 voluntarios y 500 profesionales atienden a unas 2.000 personas mayores en situación de soledad, según sus últimas cifras. De ellas, un 82,2% son mujeres y un 17,8% son hombres.
Han conseguido tanto establecer redes comunitarias para dar respuesta a las necesidades de las personas en estas situaciones, como sembrar una semilla para que en los distintos ámbitos profesionales, como centros de salud o de servicios sociales, se ponga más el foco en este problema. Mensajes como "la soledad no se ve, se siente" o acciones como la publicación de un glosario sobre palabras y expresiones que promueven el edadismo -discriminación por razón de edad- son algunas de las actividades que han llevado a cabo.
Aunque su principal avance es conseguir devolver las ilusiones y las ganas a las personas que han participado en el programa. Pero todavía se les presentan retos como romper el tabú de hablar de la propia soledad.
Y es que, como se puede leer en el folleto de este programa, "a veces, el primer paso puede ser algo tan sencillo como hablar". Sentirse vulnerable o poco útil son emociones que pueden fomentar esos sentimientos de soledad en estas edades, tal y como describe la fundación. Hablar con alguien, poder compartir una vivencia, una ilusión, es una experiencia enriquecedora tanto para el mayor como para quién lo atiende. Como dice Paula, "yo todos los días aprendo muchas cosas con Carmen, no solo la enseño cosas yo".
Carmen, de hecho, vive con una ilusión: conocer a Almudena Cid, la conocida exgimnasta rítmica de 43 años que ha participado en cuatro Juegos Olímpicos. "Me gustaría poder compartir una conversación con ella", reconoce. De gimnasta a gimnasta porque, como le dice Paula al explicar que ella lo "fue"; "no lo fuiste, lo eres".
*Inés Gilabert, autora del reportaje, es alumna de la primera promoción 2023-2024 del Máster de Periodismo de EL ESPAÑOL/UCJC.