Entrevista

Olga Ruiz, directora de TELVA, sobre su primera novela: “Hay gente que intentará buscar un ajuste de cuentas aquí: no existe”

“Una redacción es como una sociedad en pequeño: hay amistades y enemistades, envidias y compañerismo”

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Olga Ruiz va siempre con unas tijeras, recortando. Tiene un pequeño jardín en casa y cada día se detiene a observar los cambios. Este año, por ejemplo, las flores del magnolio han brotado ya. Ha aprendido a predecirlo. El jardín está sin domesticar en algunas partes, así que cuando el lirio salvaje color nazareno asoma por un lado, ella ya sabe que los castaños irán detrás. Así, pendiente de los ciclos de la moda y de la naturaleza, que coinciden perfectamente, de lo que hay y lo que viene, recortando tallos y podando textos —la edición en papel sigue bajo las extensiones exactas de las maquetas—lleva toda la vida.

Tal es su devoción por los parterres, que se imagina dentro de veinte años haciendo un recorrido por los parques y jardines más bonitos del mundo. “Los jardineros son como filósofos, de algún modo preparan la sociedad para el futuro”, dice, citando rápidamente a dos: un aristócrata italiano, Umberto Pasti, que escribió el libro “Jardines: los verdaderos y los otros” y Fernando Caruncho. ¿Para qué sirve un jardín? Para hablar del paso del tiempo, por ejemplo. Olga Ruiz cita a otro italiano, esta vez a un cantante melódico, Umberto Tozzi.

— Sé perfectamente cuándo fui consciente de que el tiempo volaba. ¿Te acuerdas de aquella canción Te-a-a-amo [la tararea]? Yo iba en mi coche cantándola, y de repente dijeron en la radio que hacía veinte años del estreno de ese tema. Cuando de las cosas hace veinte años, ¡jolín! ¡Pues ahora de casi todo hace ya más de veinte años! Es un verso de Gil de Biedma.

Olga Ruiz es una mujer muy conocida en los medios y en la moda desde hace décadas: la directora de la revista Telva tiene un currículum corto, pero afilado: es licenciada en ciencias de la información y ha dirigido —o coordinado— las revistas Vogue, Elle y Marie Claire antes de Telva. De su primera novela, una mirada a las redacciones femeninas de los años 60, Beatriz Miranda ha dicho que es “imprescindible, como una camisa blanca”, Lourdes Garzón que es “sofisticada y trepidante” y Carmen Posadas que hace “soñar y viajar”.

En la portada, seis mujeres vestidas de colores vivos charlan sobre una imagen de Madrid en blanco y negro, es “una historia de mujeres en un mundo de hombres”. “Estas mujeres tienen ganas de comerse el mundo, en una sociedad que no había despertado aún —España en 1967— pero estaba a punto”, explica. “Había mujeres que rompían las reglas en esa sociedad, que no aceptaban el hecho que de casarse implicara volver al hogar para ganar un premio de natalidad. No querían que se las relegara a papeles como la educación de los hijos, la moda y la belleza, la decoración y la cocina. Y yo he querido que todas ellas vivieran aventuras. Nadie sabe a qué sabe la libertad, hasta que la experimenta. Ni la renuncia ni la deslealtad son cosas que una deba permitir”. De fondo a la vida de esa redacción, Olga Ruiz ha colocado los acontecimientos que iban floreciendo, como la ley de prensa, un hospital de campaña en Vietnam, y personajes tan coloridos como Alberto Closas, Carmen Sevilla, Omar Sharif o Sara Montiel…

Traje de Roberto Verino, sandalias de Latouche, pendientes de PDPAOLA y anillo de UNOde50

Directora de revista

Las directoras de revista son tradicionalmente muy carismáticas, tal como su protagonista, Mercedes Salvatierra…

A mí me encantaría trabajar con ella: aunque sería una jefa con la que me pelearía mucho. Inventé este personaje que en el fondo es aspiracional. Lo que he intentado ha sido distanciarme lo más posible de la realidad, de Telva específicamente. Habrá mucha gente que intentará buscar un ajuste de cuentas aquí: no existe. O algún homenaje, con algún motivo. Tampoco. Al fin y al cabo soy sólo eso, la directora de un medio de comunicación.

¿No tenía a ninguna mujer en la mente?

Sí que es verdad que tenía un poco de fondo a Josefina Carabias, la madre de Carmen Rigalt, una leyenda del periodismo. Frente a la forma de ejercer el periodismo de los hombres, ella lo mismo cubría la independencia de Argelia que entrevistaba a Largo Caballero. ¡En los años 30 se coló de camarera en el hotel Palace para hacer una crónica super ingeniosa! Yo empecé a trabajar a finales de los ochenta en redacciones femeninas y he tenido fundamentalmente jefas a las que he admirado mucho. A Ana Rosa Semprún, Joana Bonet, Lourdes Garzón. Con Lourdes me he peleado mucho por ejemplo. Y la adoro. En mi época de Elle estuve con mujeres como Pepa Bueno, Leticia Gil de Biedma,… todas ellas increíbles y con una ambición enorme. Las mujeres de nuestro país descubrieron con ellas por ejemplo que la sexualidad existía y había gente como Elena Arnedo que explicaba que el oficio de ginecóloga no era sólo para traer hijos al mundo. Mi pasión por el periodismo como impulsor de los cambios sociales y el feminismo y la llegada de la mujer al trabajo están en el libro, desde luego, pero también el divertirnos, el no tomarnos todo tan en serio me parece importante. Y los periodistas no tendemos mucho a eso…

¿Los periodistas nos lo tomamos todo demasiado en serio?

Sí. A mí encanta el oficio del periodismo y creo que hay que defender el rigor y buscar la excelencia en la forma de contar las historias, pero no estamos descubriendo una vacuna. He querido describir a los periodistas hombres de esa época, donde se hablaba de una manera tan testosterónica y el miembro viril era una palabra de cada cinco, se fumaba mucho y se bebía whisky. El periodismo de estas mujeres era diferente y muy necesario.

¿Hemos tenido siempre un cierto complejo nacional con los medios extranjeros?

Es cierto. Eran una referencia. Cuando, a finales de los ochenta, llegaron a España todas las cabeceras internacionales, lo que se leía era el Elle francés, más que las anglosajonas, porque lo que se estudiaba en el cole era el francés, y era lo que estaba cerca, allí podías viajar… Pero nunca he pensado que en las revistas extranjeras se hiciera mejor periodismo que en las españolas. Ellos tenían a Leibovitz, nosotros a Polakov. Telva era un referente de modernidad desde que nació.

En las primeras páginas incluye ya un traje de Cristobal Balenciaga de crepe de seda azul, un collar desmontable de esmeraldas, un tocado que impide besarse, una fragancia de Guerlain, un caftán bordado en oro, un collar de perlas ‘de tantas vueltas que parecía una armadura’, un vestido de color lavanda de raso natural, acompañado de unos guantes largos y unos zapatos de tacón plano, abiertos por detrás y sujetos con una pequeña tira…

[ríe] Sí. La moda está, inevitablemente.

Están en la novela Pedro Rodríguez, Elio Berhanyer, Pertegaz, Beatriz Ledesma —la primera española en lucir el polémico biquini—, Mary Quant, Biba…

Mi ojo está educado para la moda, no soy una experta, como las estilistas o las directoras de moda, pero al trabajar durante toda mi vida en este sector he desarrollado el ojo, eso sí. El vestido que llevas te sitúa en una clase social, lo que elijas ponerte determina la forma en la que quieres que los demás te vean, es una cosa muy sofisticada e importante. Construyes tu identidad de esa forma.

Ha conocido personalmente a las personas más importantes del mundo de la moda…

Conocí a Elio, me acuerdo que coincidí con él en unos premios Príncipe de Asturias, qué elegante era. Vi trabajar a Karl Lagerfeld en su casa en París, y nos hizo una sesión de fotos para Vogue. Era el hombre mayor más joven que he visto en mi vida, con sus listas de Spotify y entre foto y foto se subía arriba, descansaba y bajaba. De nueve de la mañana a las doce de la noche, trabajamos, y nos llevamos la producción de moda terminada y editada. He conocido personalmente a las personas más importantes de la moda, y he tenido el privilegio de estar muchas veces en primera fila, es cierto.

Sus mujeres analizan la portada lanzando la revista contra el suelo…

Sí, eso lo he vivido. Hay que ponerla a una distancia, o en el suelo. Desafortunadamente, los kioskos están desapareciendo. En ellos, las revistas las tenían en la parte baja o colgadas con pinzas. De siempre, una portada hay que verla así. Hay muchas cosas que están cambiando con el digital, y otras que se están perdiendo.

¿Qué se está perdiendo?

Los consejos de redacción. Las conversaciones cruzadas. Una redacción es como la vida, como una sociedad en pequeño, hay amistades y enemistades, envidias y compañerismo. Se están perdiendo muchas cosas porque no tenemos tiempo. En esos consejos de redacción te emocionabas por conseguir una historia para tu medio y cuando volvías, hacías un resumen y era como un mérito de todos. Eso creaba vínculos…

¿Recuerda algún resumen divertido que hiciera usted?

Recuerdo que se me durmió en una entrevista un escritor peruano, Bryce Echequine. Un tío muy ingenioso, me contó mucha parte de sus memorias tan increíbles, sus anécdotas, una muy buena sobre Elena Benarroch. Pero quizás le aburrí con tantas preguntas y se quedó dormido en mitad de la entrevista. Me dio un ataque de risa y no sabía qué hacer.

Conjunto de Tintoretto, salones de Latouche y pendientes de PDPAOLA

¿Y alguien que se inventara todo en una entrevista?

Entrevisté a Sara Montiel. Llevaba puesta una camiseta blanca y todas sus joyas. Me enseñó el pecho, que tenía increíble, con más de sesenta años, sin sujetador. Me lo pasé tan bien en aquella casa abigarrada. Me divirtió tanto. Algunas veces cuando ves que un personaje se está inventando todo, es divertido. En realidad, ¿qué es totalmente cierto? La memoria es muy mentirosa, todos los recuerdos los pasas por tu propia elucubración. Qué más da que mientan un poco.

Hoy en día, eso ha cambiado…

Nadie se salva con las redes sociales: son indiscretas, pero sobre todo visibilizan los horrores. Y esa es una de las maravillas de las redes sociales. Que los malos no se quedan indemnes.

Algunas veces se ha acusado de banalidad a la prensa de estilo de vida… Usted escribe que en la época de su novela “la mayoría de las mujeres españolas no pueden encargarse un traje en Givenchy o Berhanyer, no pueden tomar un lenguado al vermut en Maxim’s, ni asistir a una fiesta en Casablanca, ni entrar en los palacios de los príncipes de la dinastía alauita, pero sí pueden pagar diez pesetas y tener acceso a esos lugares a través de nuestros reportajes y entrevistas”

Es que Telva y otros medios fueron una ventana al mundo desde los años 60. Acusar de banalidad a las revistas femeninas es estar poco informado. Denota prejuicios, pero sobre todo desconocimiento, porque las revistas femeninas no sólo han escrito sobre moda y belleza, sino que han construido la modernidad. Eran como un mecanismo corrector porque las mujeres no aparecían en los periódicos, y así se visibilizaban. Ahora hay otros mecanismos, antes los hombres copaban todo. Es no saber que en ellas han escrito las primeras espadas de la literatura. Es no conocer a mujeres como aquellas que viajaron a Irak en la primera Guerra del Golfo, para visitar qué ocurría en las casas, con los niños. Es no haber leído, en nuestro país, algunos de los mejores reportajes y entrevistas a los políticos y artistas, muy buenas historias, desde un punto de vista reposado. Esos comentarios tiene que ver con ese machismo imperante. Y, ojo, si únicamente habláramos de moda, tampoco estaríamos hablando de algo menor, en términos de industria, puestos de trabajo e importancia social.

¿Cuáles son para usted elementos de una buena historia?

Las buenas historias están ahí al lado, sólo hay que abrir los ojos. Primero, es importante que sea nueva, que nadie la haya contado desde ese punto de vista. Segundo, que sea emocionante. Que te sepa a poco, que quieras leer más. No tiene que ser un escándalo político. El otro día entrevistaban a Koldo y la historia estaba genial contada, hecha en un merendero en Benidorm, con ese fondo… una genialidad. Claro que cuando destapas algo es muy emocionante, pero no hay que olvidar que siempre que se descubre algo es porque a alguien le interesa que se destape, siempre existe de fondo una traición o alguien que quiere descargarse de algo. Pero una buena historia puede ser tan solo un nuevo punto de vista, en la novela cuento que Mercedes se viste con las ropas de una mujer musulmana y hace un camino desde el mar hasta el bazar para entender qué es la invisibilidad, eso puede ser una buena historia. Mirar diferente.

Los prejuicios y los peros

¿Qué opina de la categoría que se utiliza a veces de ‘novela femenina’?

No existe la literatura femenina. Existen lectores y lectoras para un libro. Si existen, no dependen del cuerpo ni del género de quien lo escribe. Hay muchos escritores hombres que escriben para mujeres y viceversa.

No es, entonces, su novela, sólo para un tipo de lectura…

Una amiga me dijo ‘la gente pensará que estás escribiendo una novela cuqui’. Pero nada que ver. Hablo también de temas como la violencia de género, la llegada de la píldora anticonceptiva o el aborto, entre otros.

En cierta forma, toda la novela se da la vuelta: hay fragmentos que pueden entenderse como un homenaje o con cierta ironía.

Pues me estás abriendo los ojos. Los sesenta eran un mundo muy curioso, en ebullición. Entre las clases altas del franquismo había de todo, gente que había estudiado fuera, que se había formado en las mejores universidades del mundo y que tenían amigos en todas las embajadas y cancillerías. Hay que salirse de los prejuicios.

¿A qué prejuicios se refiere?

El otro día me decían en una entrevista que esta clase de aristocracia liberal que yo describo no existía. Pues sí. No todo eran ‘Los Santos inocentes’. En los años 60 no había libertad, pero había muchas cosas fascinantes que contar. Había muchas cosas terribles, pero había en España gente muy viajada y muy liberal, con una mirada más abierta. El otro día me contaban los dueños del Chicote lo divertido que allí ocurría: lo que pasaba, se quedaba entre el Chicote y el Cock. Por ejemplo, las folclóricas eran las mujeres más viajadas de Europa: Concha Piquer iba con sus baúles de piezas alucinantes por el mundo, una mujer sola, y tenía a su marido e hija cuidando de la casa.

Americana de Alba Conde, vaqueros de ESPRIT, salones de Ángel Alarcón y pendientes de PDPAOLA

¿Admite alguna referencia literaria en la novela?

Me entusiasman los cuentos de Dorothy Parker y me encanta cómo dialogaba. Tengo un libro descuadernado ya de leerlo, “La soledad de las parejas”. La primera frase la he cogido de Edith Wharton, de “La edad de la inocencia”. Ken Follet dijo en una entrevista que él trabajaba durante más de un año haciendo documentación y desarrollo de personajes. Seguro que es una forma de trabajar maravillosa. Yo tenía unos personajes principales que terminaron siendo secundarios y al revés.

Utiliza un vocabulario de alta gama que en ocasiones es complicadísimo, no sé lo que son los ‘quenelles’ ni el ’sisho’…

[Ríe] ¡Porque son de esa época! Hace años que no se usan… La cocina no me gusta particularmente. Me gusta la gastronomía. Es mi marido quien cocina genial.

Y expresiones del Madrid más elitista, como el “de toda la vida”…

Sí [sonríe].

Cita también un diálogo de la película “Un hombre y una mujer”, que es el mismo que ha elegido en Chanel esta temporada para su promoción con Penélope Cruz y Brad Pitt.

Cuando lo vi pensé ‘qué casualidad’. Pero me siguen gustando mucho más Anouk Aimée y Jean-Louis Trintignant, tengo que decirlo.

Hay una descripción de un anillo, ¡que ocupa un párrafo enorme! “Un gran ópalo australiano cortado en cabochon, con una profusión de azules y verdes […]”.

Para ese anillo de la protagonista me inspiré en una gran exposición de Cartier en Madrid. No quería que ella tuviera una de esas piedras preciosas tan grandes, puras y costosas… vi el ópalo allí y contemplé un universo en una piedra. Es una piedra que compró con el amor de su vida, ella no quiso abandonar su profesión por él.

Camisa de Woman El Corte Inglés y pantalones de Mirto

¿Ha recortado finalmente mucho del libro?

Tenía mucho material. Mi marido me ha ayudado mucho con la documentación. Si no, hubiera tardado en vez de tres años, seis. Él me buscaba venenos, por ejemplo. O cómo era la playa de Benidorm, si había un Cristo encima de una loma. O con qué herramientas trabajaba un apicultor en los años sesenta…

Como las hojas del jardín…

Eso es. Mira, yo no soy una persona de la reflexión, me muevo más por intuición. Observo e intuyo. Me encanta la gente que sabe hacer novelas de reflexión, intimistas. Yo no sé hacer eso. A mí me gusta leer historias en las que ocurran cosas. Me acuerdo de una frase de Sara Montiel que me dijo ‘me ha brotado una nueva Sara’. Me parecía una frase genial. A mí el libro me ha brotado.