Conchi llega a la cita con peluca, como Laura. Marta opta por el pañuelo. De las tres, sólo Conchi tiene la valentía de quitarse su "condena" y enseñar la cabeza sin ni un sólo pelo: "Me he tatuado los puntos del fonículo para verme como rapada. Me da más seguridad que la bombilla sola". Son tres mujeres calvas pero advierten a MagasIN: "Hay muchas más que lo sufren en soledad y con vergüenza".
La alopecia femenina es un armario muy grande de donde salen muy pocas mujeres. No hay un tratamiento claro ni sensibilidad en la sanidad pública ni en la sociedad, salvo raras excepciones, para estas pacientes pero sobre todo no hay referentes femeninos en la vida pública que se atrevan a ir por la calle o a su trabajo con la cabeza calva.
Por eso, fue una revolución en EEUU, y también en España, que la congresista demócrata, Ayanna Pressley, se atreviera en enero a colgar un vídeo en Twitter anunciando que era calva y que, a partir de ese momento, se liberaba de la condena de llevar una peluca: "Quiero ser libre, libre de la vergüenza... Esta soy yo", aseguraba.
Su testimonio se convirtió en viral en el mes de febrero. Su imagen calva en los Caucus de Iowa o en el Congreso de EEUU ha sido un foco de atención los primeros días pero una normalización que, según cuentan otras mujeres calvas, puede salvar muchas vidas.
"En España tiene que llegar un momento en el que haya representantes femeninas calvas en las pasarelas, en la moda, en la política, en la vida pública...", reclama Conchi, que lleva dos años sin ni un sólo pelo en la cabeza.
Mientras se atreven a salir del armario, un documental de Sandra Román, Mujeres Calvas, trata de visibilizar un infierno que viven muchas mujeres sin poder hablar ni siquiera con sus amigos o familiares, sufriendo todo tipo de discriminaciones y sobre todo escondiéndose en la vergüenza.
"Yo empecé con placas a los siete años y sufrí mobbing por un defecto físico en la escuela. Llevaba peluca y me la intentaban quitar en el recreo y me perseguían hasta mi casa", explica Laura, enfermera de 34 y con alopecia areata universal.
Marta tiene 49 años y es calva desde hace ocho años. Ella está en ese umbral de quien quiere salir de una zona oscura pero no se atreve todavía. Un pañuelo guarda su secreto pero el espejo se ha convertido en su peor enemigo y espera que sus compañeras la ayuden a salir calva a la calle.
"Con 42 años tuve un cambio laboral y lo perdí todo: cejas, pestañas... He estado con tratamiento pero los he abandonado, no quiero envenenarme más. Y por desgracia con 49 años tengo que empezar a asumir que no voy a tener pelo", esgrime en el primer paso de los que le quedan por dar en "esta carrera de fondo en la que no hay meta".
De hecho, las tres insisten en que son mujeres calvas: "Si queremos normalizar la imagen de una mujer calva y que la sociedad la acepte hay que empezar por el lenguaje e insistir en que calva no sea una palabra despectiva", explica Conchi, una de las promotoras de la recién creada Asociación de Alopecia de la Comunidad de Madrid que busca ayudar a superar las limitaciones que impone esta condición.
Sin tratamiento específico
La primera traba que se encuentran la mayoría de estas mujeres es la falta de empatía en su centro de salud y la falta de una medicación específica. "Algunas tenemos la suerte de estar en el Hospital Ramón y Cajal donde el equipo de dermatólogos entiende que necesitamos apoyo psicológico porque además de no tener pelo tampoco teníamos autoestima", relata Marta.
Conchi advierte de que no en todos los centros de la Comunidad de Madrid se hace terapia. "En mi hospital no te dan ese apoyo. Yo decidí no tratarme y mi dermatóloga me tuvo que dar el alta. Cuando salí del hospital tenía una sensación de vértigo increíble. Por eso surgió la asociación".
Ni siquiera hay un tratamiento específico para la alopecia areata."En ningún prospecto de ningún medicamento pone que es para la alopecia. Te dan medicinas de dermatitis atópica o bajas por ansiedad o tu médico de cabecera ni siquiera lo valora como un problema. El día que me quité la peluca, el mío alucinó", denuncia Laura.
Si la sanidad no está preparada del todo, la sociedad menos. "El pelo está tan hipersexualizado que a mí se me fue con el pelo no ya la feminidad sino las ganas de vivir hace 8 años. Es terrible. No te apetece conocer a nadie, piensas que se ha muerto tu vida", admite Marta.
Laura se toma con un humor agridulce los desplantes que ha tenido que vivir: "Yo estaba soltera cuando me pilló la alopecia y llevaba un postizo. Cuando quedaba con chicos lo contaba en la primera cita, no fuera ser que se pusieran fogosos y como me engancharan del pelo... Ahí sí que me muero si se hubieran quedado con el pelo en la mano. La mayoría no me llamaba más".
Marta sonríe pero se lamenta: "Yo no quiero conocer a nadie. Puedo ser muy entretenida, ir a cenar, lo que quieras... pero me quito el pañuelo y la que colapso soy yo. Siempre digo que enseño las tetas sin problemas, en la playa; ahora el pelo, bajo ningún concepto".
Para Conchi, sin embargo, su marido ha sido la llave para salir a la calle con su calva: "A mí me ha pasado con 51 años. Ya tenía a mi familia y a mi marido y la verdad es que yo no me aceptaba. No me miraba en el espejo ni quería que me viese pero él me aceptó y me dijo que estaba guapa así". Y sonríe con una cabeza rapada que le aporta hasta un toque moderno, despreocupado, feliz, sentada en la mesa de una cafetería.
"Precisamente es lo que muchas mujeres han descubierto", explica Sandra Román, "que cuando deciden salir a la calle calvas la experiencia es muy buena: se divierten igual, ligan igual... Es lo que tú desprendes".
Estereotipos
Ninguna de ellas ha sufrido discriminación laboral por ser calva, "sobre todo porque yo voy con la peluca, que si no, no lo sé", advierte Laura. Pero sí son conscientes de que se necesita mucho apoyo para enfrentarse a la enfermedad, sobre todo al principio. "Yo he sentido un miedo justificado y he tenido que explicarme de manera exagerada para hacerles entender que no estaba loca, que iba al psicólogo porque estaba calva", añade Marta.
La mayoría de la gente ni siquiera se ha planteado el drama que viven estas mujeres y eso que la alopecia es una enfermedad que puede sufrir cualquier fémina y a cualquier edad. "La familia y los amigos no te entienden. No hablas de esto porque no quieres que te miren con pena o que te digan bueno mujer, de esto no te mueres o es solo pelo... ¡No es solo pelo, es mi vida!", insiste Marta.
Los estereotipos sociales que marcan a fuego qué es una mujer y cómo tiene que serlo hacen que muchas chicas que tienen alopecia eviten mostrarse tal y como son. Y Conchi pone el dedo en la carga emocional que la calvicie supone por el mero hecho de ser mujer: "Los hombres no pierden ni un ápice de masculinidad por ser calvos, pero nosotras sí".
La peluca ha sido desde siempre el refugio de todas las calvas que no querían enseñar su cabeza, pero también ha sido una condena, el precio a pagar para poder ver una imagen en el espejo con la que te sientas tú misma. Y no sólo emocionalmente hablando.
"No es sólo la autoestima es que llevar peluca o gorro te condiciona también a la hora de hacer muchas cosas, como pilates, correr... ". Abre la lista Marta pero Laura y Conchi se unen a la enumeración de escenas cotidianas en las que les tiemblan las piernas sólo de pensar que las vayan a ver sin pelo o que la alternativa es "llevar un gorro de lana a 45 grados": "La playa, la piscina, una boda, un día de mucho viento, un parque de atracciones...". "A un parque de atracciones no voy nunca", aseguran entre risas frustradas.
"Tienes que sacrificar la comodidad por verte bien", advierte Laura. Y no sólo la comodidad. En la asociación quieren llegar a acuerdos con tiendas de pelucas, lugares de microblading, de tatuajes, porque aseguran que cualquier alternativa para verse mejor es carísima.
"Mi peluca cuesta 6.500 euros y me puede durar entre cuatro o cinco años. Tuve que elegir entre comprarme otro coche, que también me hacía falta, o la peluca. Y esta vez me la he podido pagar pero nadie me ha subvencionado nada nunca", denuncia Laura.
La maldición del espejo
Uno de los peores momentos para una mujer calva es el del espejo. Se enfrentan cada mañana y no todas lo aceptan. "En algunas tiendas de pelucas incluso tienen unas cortinillas delante del espejo para que no te veas hasta que te hayas puesto la peluca. Porque hay gente que no se mira", asegura Laura.
Rapar a las mujeres ha sido, a lo largo de la historia, una forma de castigo que pretendía siempre atentar contra su feminidad, arrebatársela. Y es precisamente lo que no quieren estas mujeres que les pase con su enfermedad: "Los nazis ya sabían lo que esto significaba cuando rapaban las cabezas a los prisioneros para despersonalizarlos y decirles que no valían nada", dice Laura. "Y a las mujeres de izquierdas en las cárceles franquistas", añaden Marta y Conchi. "Y hasta en Juego de Tronos, se castiga a Cersei cortándole el pelo", concluye Sandra.
La lista de agravios puede ser enorme, pero en este caso, la culpa no vale porque es una enfermedad autoinmune contra la que no se puede hacer nada y es para siempre. "El día a día es ducharte y ver qué parece que has salido de un campo de concentración. Entre que estoy delgada, que no tengo pelo... pienso, ¿por qué no me corto las venas? Luego me maquillo, me pongo la peluca y me visto y parece que no ha pasado nada", narra Laura.
Sin embargo, nada desaparece, la calva está siempre ahí y es lo que hay que aceptar. "Tuve la mala fortuna de que cuando me hice el pasaporte, el DNI y el carné de conducir no me llegó la peluca a tiempo y me tuve que sacar la foto como dice la ley, sin nada, sin gorro ni pañuelo. Es un chiste entrar en cualquier país por cómo miran mi foto. Hasta en un aeropuerto me hicieron quitarme el pañuelo delante de todos y después no había consuelo para subirme al avión. Fue humillante", relata Marta dando cuenta de otros momentos cotidianos en los que ser mujer calva es para ellas un infierno.
"Muchas tienen miedo a los aeropuertos porque algunas veces las pinzas de las pelucas pueden pitar en la zona de seguridad y les resulta estresante". Y es ni siquiera el gorro, el pañuelo o la peluca son un buen escondite en algunos lugares, confirma Sandra.
"Te dicen que es una enfermedad de la que no mueres, que no es para tanto y que te vayas a trabajar, con un gorrito que estás muy mona. Sé que no me voy a morir de esto pero yo necesito asumirlo y superarlo", advierte Conchi, y eso que ella tiene la valentía de mostrarse tal y como es.
Para sentirse libre, como decía la congresista demócrata en su salida del armario de la alopecia, sólo queda decir al mundo que la belleza también es calva y que hay que normalizar todas las opciones. "Igual que ahora vemos a mujeres de talla grande en una pasarela, también se tiene que poder ver a mujeres calvas", pide Sandra.
Sin embargo, la mujer sigue siendo presa de muchos prejuicios estéticos y muchos prejuicios sociales, que a veces son peores. "Falta información de este tema. Si buscas en Internet sólo encuentras tratamientos carísimos o crecepelos pero no testimonios ni estudios serios sobre la alopecia femenina. Y hay que dejar claro que no se les cae el pelo porque seamos unas estresadas o unas histéricas. Es una enfermedad. Igual que cuando ves a un hombre calvo por la calle y no piensas que está estresadísimo. Hay que romper estereotipos".
Y hay que poder hablar. Salir a la calle como una quiera. Sentirse bien por cómo es, no por cómo la ven. "Una carrera de fondo", decía Marta, en la que la meta tiene que ser la felicidad de lo diferente. "Pero hay muchísimas mujeres que no quieren hablar. Hay muchas mujeres que se encuentran tan mal, tan mal que no quieren oír ni hablar del tema", añade Marta.
El problema es que callar y seguir en el armario no les va a devolver el pelo, por eso las mujeres calvas quieren hacerse ver y oír porque existen y no sólo debajo de una peluca.