Si todo sale según el plan de desescalada, en julio podremos viajar entre provincias y empezar a disfrutar de las vacaciones de verano. Y este año, entre el cierre de fronteras, la incertidumbre de los viajes en avión y las dudas sobre cómo se podrá acudir a la playa, el turismo rural aparece como el protagonista.
“Efectivamente, creemos que puede haber mucha demanda. Ofrecemos ubicaciones rodeadas de naturaleza, en territorios saludables, que han estado más resguardados del virus y lejos de la masificación de la playa. El turismo rural reúne todos los requisitos para ser el gran elegido este verano”, dice Fernando Parra, presidente de la Asociación de Profesionales de Turismo Rural (Autural).
En las últimas semana, el sector ha empezado a notar cierto movimiento pero aún es pronto para sacar conclusiones. “La semana después de haber sido anunciada la fase de desescalada, tuvimos un 76% más de reservas”, cuenta Henar Gómez, responsable del portal Clubrural.
La mayoría “son reservas para agosto y con posibilidad de cancelación gratuita”, por lo que pueda pasar. Además, los viajeros están priorizando el alquiler de casas completas frente a habitaciones en alojamientos rurales. “La mayoría busca un sitio totalmente para ellos, sin tener que compartir”, dice Gómez.
Los propietarios esperan que los próximos meses ayuden a minimizar las pérdidas de los anteriores, pero quieren avanzar con cuidado y, sobre todo, con todas las garantías de seguridad. “Tenemos muchas ganas de trabajar y necesitamos hacerlo, pero no es más urgente abrir, que abrir de forma segura”, señala Parra.
Mayoría de mujeres
La mayoría de alojamientos rurales están en manos de mujeres, según los datos del Barómetro de Turismo Rural en España, de los primeros seis meses de 2020, que Clubrural publicará este junio. Ellas son las más emprendedoras y representan un 56,5% de los propietarios de los alojamientos rurales de España.
Es el caso de María García (41 años), propietaria de El Papú Colorau, una casa rural en Cangas de Onís, en Asturias. María es educadora social y tardó 12 años en levantar este proyecto, respetuoso con el entorno y socialmente comprometido. La casa se alquila íntegramente y está adaptada para personas con movilidad reducida. La ropa de cama y las cortinas han sido confeccionadas por una asociación que se dedica a la inserción laboral de mujeres en situaciones de violencia y desigualdad.
“Es el pueblo de mi familia materna. Aquí pasé todos los veranos y fines de semana de mi infancia. Cuando pensé en el proyecto sabía que quería que fuera aquí y quería ofrecer algo distinto a lo que ya había. Compramos una ruina y tardamos muchísimo en ponerla en pie tal y como queríamos”, cuenta.
Llevaban menos de un año abiertos cuando la crisis del coronavirus tiró por tierra todas las reservas. “Se nos paralizó todo. Teníamos ya reservada toda la Semana Santa, el puente de mayo, fines de semana de junio. Perdimos todo”, recuerda María.
Lo mismo pasó en la Quinta de Malu, una casa rural en Valeria, Cuenca, que vio como sus reservas desaparecían en febrero. “Trabajamos con muchos extranjeros, sobre todo belgas y alemanes y empezaron a cancelar todo ya ese mes”, cuenta la propietaria.
Valeria es un pueblo pequeño pero que cuenta con un importante yacimiento de ruinas romanas. Cuando Malu Zamora (50 años) pensó en invertir en un alojamiento de turismo rural pensó en el pueblo de su padre “pequeñito y poco explotado” pero con mucho que ofrecer al viajero. “Me encantó la casa. Era una casa protegida de 1691, con todo lo que eso conlleva a nivel de obra, pero me enamoré”.
Catorce años después de inaugurar la casa rural, esta periodista que se unió al sector del turismo rural para huir de la precariedad que vivían los medios de comunicación, espera que el verano ayude a reactivar el sector: “Yo quiero pensar que sí, que la gente mirará hacia el turismo rural como una alternativa viable, sobre todo las familias con niños. Espero que poco a poco podamos salir de esta crisis”.
Y si alguien sabe de crisis esa es Marian Gómez (48 años). En 2008, en plena crisis económica, inauguró A Pedreira, una casa rural en Pontevedra. “Si salimos adelante entonces, saldremos de esta también”, cuenta entre risas.
A Pedreira surgió después de que Marian abandonara su profesión de comercial en una empresa de aparatología de masajes para dedicarse a su sueño. “Por mi profesión viajaba muchísimo, y estaba harta de quedarme en hoteles fríos, impersonales, sin contacto con nadie. Siempre decía que me gustaría tener un sitio pequeño, con otro tipo de trato a la gente”.
Cuando vio esta antigua casona, Marian sabía que había encontrado su lugar. “Me enamoré y la verdad es que tomé la decisión guiada por el corazón. Pero luego me di cuenta de que estamos muy bien situados, cerca de playas, de Santiago, incluso de Portugal para el que quiera escaparse allí”, cuenta.
La casa, con un jardín de 9.000 metros cuadrados y piscina exterior es un proyecto centrado en el entorno y los productos locales. “Para las comidas y cenas trabajamos sólo con productos frescos locales: la carne, el pescado, los productos de la huerta”, explica. No tienen carta. El menú diario se decide según las preferencias de los huéspedes y los productos del día. “Por ahora me dejan decidir a mí”, dice.
Seguridad del viajero
Ninguna de las tres sabe cuando podrá abrir las puertas de nuevo. “Hasta junio no están permitidos viajes entre provincias. No tiene sentido abrir si nadie va a venir a verme. Las personas que viven aquí cerca no buscan alojamientos para quedarse”, constata Malu Zamora.
A la hora de volver a la actividad, lo que más preocupa a las propietarias es la seguridad y las medidas que tendrán que adoptar que, por ahora, son una incógnita. Las principales asociaciones del sector están elaborando un protocolo junto al Instituto de Calidad Turística Española que tendrá que aprobarse luego por el Ministerio de Sanidad. “Necesitamos un protocolo claro, con las medidas que tenemos que tomar, los espacios que necesitamos adaptar y las normas de obligado cumplimiento. Hasta que eso no esté regulado no podemos pensar en abrir”, avisa el presidente de Autural.
“Como propietaria no sé qué hacer, ni cómo puedo abrir, o qué condiciones tengo que cumplir”, dice Malu Zamora. Por ahora, ha pedido al ayuntamiento autorización para habilitar fuera una zona que permita que las comidas y las cenas no tengan que hacerse en un sitio cerrado, sino al aire libre. Luego habrá termómetros para medir la temperatura de los visitantes, mamparas de separación en zonas comunes y desinfectantes de manos.
A la espera de una directiva común, la mayoría de alojamientos ha empezado a elaborar sus propios protocolos y a pensar en maneras de adaptar sus espacios a la nueva realidad. “Haremos la entrega de llaves y enseñaremos la casa solo a dos personas y no a todo el grupo, como antes”, cuenta María de El Papú Colorau. “Haremos hincapié en la desinfección de todas las estancias, sobre todo de las zonas comunes, con cañones de ozono y no podrá entrar un grupo el mismo día que sale otro”.
Además, reducirán el menaje de cocina para poder sustituirlo con el cambio de huéspedes y utilizarán manteles y toallas de mano desechables. La decoración, cuidada al mínimo detalle, también se verá alterada: “Teníamos unas papeleras muy bonitas de mimbre que ya hemos sustituido por las normales de tapa, y los botecitos de jabón, muy monos, ya los cambiamos por desinfectante de manos”, dice riéndose.
En A Pedreira, Marian se plantea reducir la capacidad de 10 habitaciones “a ocho, o siete”. La recepción se ha cambiado a un espacio más grande para evitar aglomeraciones y está pensando en organizar las comidas y las cenas por turnos. Los paquetitos de bienvenida incluirán ahora unos guantes y una mascarilla y los desayunos se servirán en la habitación.
Protección al entorno
Además de los viajeros, el sector muestra preocupación por los que ya viven en la zona y que son, en su mayoría, población de riesgo. “El medio rural es frágil y con población mayor y queremos que las garantías sanitarias existan en las dos direcciones. Hay cierta inquietud porque no queremos tampoco poner en riesgo a la población mayor que vive en un entorno rural”, explica Parra.
“Muchos de los propietarios también son personas de riesgo que temen por su seguridad. Y ninguno quiere llevar el virus a sitios en los que no ha entrado”, añade Henar Gómez. Para ello, piden la colaboración de los viajeros, apelando a su responsabilidad para que, ante cualquier síntoma, no se desplacen a esos sitios. “El turista tiene que venir con sentido común y mantener las normas de seguridad hasta que toda esta tensión se vaya relajando”, dice Parra.
Las propietarias prometen ofrecer nuevas maneras de viajar y lejos de las masas. “Yo ya estoy trabajando en nuevas rutas, nuevas actividades, desarrollando contactos con restaurantes para que vengan a casa a traer la comida… Todo para que el viajero se sienta seguro”, cuenta María.
Todas están deseando empezar, y confían en que el turista español elija este año explorar los rincones desconocidos de su país, y apostar por el turismo rural. “Yo confío en que sí. Solo nos tenemos los unos a los otros y este es el momento de apostar por el turismo nacional, los pequeños comercios de barrio… tenemos que apoyarnos entre todos”, refiere María.
Pero, aunque las cifras en verano suban, son conscientes de que las pérdidas asumidas hasta día de hoy ya no se podrán recuperar. “Tenemos plazas limitadas y por mucha ocupación que tengamos de ahora en adelante no será suficiente para recuperar lo perdido”, señala Parra. “Siempre nos cogíamos algunos días de vacaciones en época baja pero este año no lo vamos a hacer”, destaca Marian. “Ha sido un palo muy grande”.
En A Pedreira, Marian ha conseguido crear el ambiente familiar que le faltaba en sus viajes. Ahora, en esa casona vacía de ruido y de gente, ella y las demás propietarias ya solo piensan en abrir sus puertas y tener sus alojamientos llenos de viajeros otra vez. “Esta es mi vida y tengo muchas ganas de volver a compartirla con los demás. Pronto estaremos en marcha y no podremos abrazarnos, pero al menos podremos saltar de alegría”. Y recuperar, poco a poco, la normalidad.