¿Y si las mujeres dejamos de depilarnos para siempre tras el encierro?: vuelve la polémica
El encierro nos ha hecho repensar nuestros hábitos -también los depilatorios-: ¿realmente lo hacíamos por nosotras mismas? Aquí un repaso a la historia del vello femenino, acusado por el machismo de "sucio" y "antierótico".
14 mayo, 2020 02:10Noticias relacionadas
La última damnificada por el imperativo de la depilación ha sido Nata Lee, la exitosa modelo y dj rusa que arrasa en Instagram. Hace unos días, subió una foto a su red social con la parte de arriba del bikini y la cremallera del pantalón de tiro alto desabrochado: podía intuirse su vello público. Los miles de comentarios machistas no se hicieron esperar: numerosos hombres le recriminaban ser “antihigiénica”, la instaban a “depilarse” e incluso la insultaban, diciendo que “daba asco” o que “qué lástima que una mujer tan bonita sea tan sucia”.
Lo cierto es que durante esta cuarentena la cuestión de la depilación ha vuelvo a surgir, especialmente de puertas para adentro -porque el debate feminista viene de largo-. Muchas mujeres se han preguntado: ¿para quién me depilo? ¿Realmente era para mí o para gustar a otros? ¿He sufrido tirones de cera y he pagado por recibirlos por verme más “guapa”, por sentirme más “cómoda”, o, en el fondo, lo hacía por no salirme de la norma, por no escandalizar a los beatos de las axilas llanas? Dos meses de confinamiento han puesto sobre la mesa esa realidad: ¿qué hago con mis vellos ahora que nadie los ve?
Partimos de la base de que es una polémica sexista, porque al hombre nadie le afea el vello: de hecho, a menudo se relaciona con virilidad, con masculinidad imperante, con hombría. Es cierto que desde el boom de la metrosexualidad -ahí David Beckam a la cabeza con su torso de niño y sus cremas-, los caballeros empezaron a plantearse la opción de la depilación, pero sigue siendo eso: una opción meramente, no una imposición.
La metrosexualidad
El término “metrosexual” -composición lingüística entre “metropolitano” y “sexual”- apareció por primera vez en el artículo Here Come the Mirror Men, acuñado por el periodista de moda Mark Simpson, en el año 1994 y en el periódico británico The Independent. Se refería entonces a “la naciente cultura de consumo en el hombre heterosexual urbano, caracterizándose por un estilo de vida lujoso y apreciación del aseo masculino y la cultura física”, algo que el autor describía como “propio de la cultura gay”. De nuevo, esa apreciación recaía en machismo: como si el hombre homosexual se hubiese “afeminado” por depilarse; como si la ausencia de pelo estuviese indisolublemente asociada al colectivo gay.
Poco a poco, con la apertura de miras, fue desligándose la “depilación” de cualquier opción sexual masculina. No así con las mujeres: cuando no se depilan, no sólo se las llama “lesbianas” -aquí en sentido peyorativo, como si fuese un insulto-, sino que se incurre en una cuestión de clase -es “pobre”, o “chabacana”-, de etnia -parece una “indígena”- o de ideología: es una “roja”, una “podemita” o una “feminazi”.
La depilación no es, nunca ha sido, meramente una posibilidad más para las mujeres. Sigue resultando transgresor o rupturista porque aún, el no depilarse, late en forma de símbolo político. De militancia contra los cánones de belleza establecidos, contra lo que “se supone que una mujer tiene que ser”: delgada, delicada, silenciosa, presumida… en definitiva, sumisa. Atenta a los deseos del otro.
El mito de la belleza
Lo cuenta la autora estadounidense Naomi Wolf en El mito de la belleza, su gran best-seller encuadrado en la tercera ola feminista: ahí habla del canon como un imperativo sociocultural que esclaviza a las mujeres y como un contraataque al feminismo. No es casualidad, dice Wolf, que al mismo tiempo que las mujeres crecían en igualdad y libertad, justo cuando empezaban a romper la barrera de las estructuras del poder, los desórdenes alimenticios se multiplicaran y la cirugía plástica se volviera la especialidad médica de más rápido crecimiento.
Hay muchas de sus sentencias que son perfectamente aplicables a la cuestión de la depilación: "El 'mito de la belleza' está en realidad prescribiendo el comportamiento y no la apariencia”, apunta la autora. ”Una cultura obsesionada con la delgadez femenina no está obsesionada con la belleza de las mujeres, está obsesionada con la obediencia de éstas. La dieta es el sedante político más potente en la historia de las mujeres: una población tranquilamente loca es una población dócil”.
También se refiere a las industrias que se alimentan de esta autoexigencia, como la cirugía plástica -o, en el caso que nos ocupa, además de los centros de depilación, la cantidad de productos que nos decoloran el vello, o lo extirpan, y todo el dinero que mueven-. Así, Wolf señala que "el mercado de los cirujanos es imaginario, ya que no hay nada malo con las caras o cuerpos de los mujeres que el cambio social no vaya a curar; los cirujanos dependen para sus ingresos de deformar la autopercepción femenina y multiplicar el odio a sí mismas de las mujeres”. Aplicable también al boom de la depilación láser.
Por no hablar de las modas que inculca la pornografía, una industria que mueve millones y que ha subrayado la genitalidad sin vello -por cierto, según interpretaciones feministas, como forma de erotizar a la 'niña' por encima de la 'mujer' y de sexualizar perversa y pedófilamente a la 'cría', a la 'púber', como señalan las Towanda Rebels en su libro Hola guerrera-. Si hasta la Transición el vello púbico era síntoma de que el hombre estaba ante una mujer madura y desarrollada, ahora se celebra lo contrario: juguetear con los límites legales de la edad de la chica con la que se tiene sexo. Cuanto más joven, mejor.
Mujeres exitosas con vello
Recuerden la no tan lejana reyerta inaugurada por Jesús López, un concejal del PP de Barajas de Melo (Cuenca): “Espero que si esta tipa es vicepresidenta del Gobierno de España se afeite los pelos del sobaco cuando nos represente”, dijo en julio de 2019, en referencia a Irene Montero. Lo cierto es que antes lo habían hecho mujeres tan exitosas como Barbra Streisand, Penélope Cruz, Beyoncé, Julia Roberts, Britney Spears, Drew Barrymore, Sophia Loren, Lady Gaga, Patti Smith o Madonna. Ojo a la propia Amaia de OT, una de las artistas más jóvenes y mediáticas que también ha lucido su vello tranquilamente.
Todas ellas han sido referentes no sólo de la rebelión contra el canon, sino de la legítima opción, que es a lo que aspiran las mujeres: a poder elegir con libertad, y por ellas mismas, si prefieren -o no- dejarse vello durante la cuarentena o el resto de sus vidas. Sin que nadie las machaque ni las insulte, sin ver cuestionada su ideología, su atractivo o su higiene. Simplemente, siendo respetadas como seres humanos vivos: a los que les crece, claro, el pelo.