Elena tiene ahora 37 años pero una vida tan dura que se tiene que contar despacio. Casi desde el principio y el principio fue a los 13. Lo suyo fue un cigarro, una cerveza... y el resto vino solo: "Ni siquiera fui yo la que eligió tomarse esa primera cerveza. Pero fue automático porque después de esa primera, mi cuerpo me pedía más. Y a los 15 años ya había consumido todo tipo de drogas que estaban de moda en la época: éxtasis, speed, cocaína… En cuestión de dos años había probado todo. Por suerte, heroína no porque no estaba de moda entonces y me pude librar".
Cuenta su historia sin romper el hilo. Sabe que el desarrollo es muy importante. Su experiencia puede salvar vidas. "En aquella época la información era mínima. Te decían que las drogas eran malas pero no sabías lo que te podía pasar con los años ni las consecuencias que podría acarrearte". Y eso que ella, en toda su bajada a los infiernos, se siente afortunada.
Era hija de unos padres que la querían, en una familia de clase media bien situada, "nada de desestructurada ni esas cosas que dicen" y que la apoyaron cuando lo fue necesitando. Pero ni eso la ha librado de la condena en la que ha vivido desde los 13 años hasta hace dos, otro principio, cuando decidió que ya no podía seguir así. "Entonces busqué en internet y encontré la clínica Triora, un lugar en el que hablaban de enfermedad, no de vicio, y que te tratan en tres direcciones: física, psicológica y también espiritual, y yo necesitaba entender ese vacío que sentía".
Sus primeras veces recuerdan a las primeras veces de mucha gente. "Tenía 13 años cuando la dueña de la hamburguesería donde fui con mi amiga nos preguntó si queríamos beber cerveza. Ahora eso sería impensable". La primera droga fue el tabaco: "Esa sí la elegí yo, era para hacerme la guay, porque siempre había sido una persona que había pasado desapercibida". Pero el alcohol y sobre todo la cocaína fueron robándole por dentro su presente y de algún modo su futuro.
"Tenía una vida planeada para hacer una carrera pero me dejé los estudios en el último año de instituto y me puse a trabajar". A los 18 años ya las peleas en casa eran inaguantables y se fue a vivir con su novio, "un traficante", sonríe al decirlo con el amargo recuerdo en la boca de quien sabe perfectamente el tamaño del error incluso mientras lo está cometiendo: "Los siete años con él fueron un auténtico infierno porque era un maltratador. Dependes de una persona que se cree superior a ti y con derecho sobre ti y ahí fue cuando aprendí que el mundo del consumo es un mundo muy oscuro donde la mujer siempre está en desventaja. Cuando estás en adicción y en ese mundo tan oscuro te encuentras con situaciones muy duras de violencia".
Ella "sólo" ha sufrido malos tratos por parte de su expareja. Y ese "sólo" resuena a un milagro para ella y a un drama para cualquier mujer que no haya cruzado ese umbral. "Conozco a muchas compañeras que han tenido que prostituirse para poder costearse el consumo. He visto muchas situaciones delante de mí, de chicas diciéndole directamente a un hombre: 'Si me invitas a una raya me voy contigo'. Y alguna amiga mía también, que a día de hoy, lo puede seguir haciendo y siento mucha pena de verlo".
Laura Yáñez, psicóloga de la clínica Triora, un centro especializado en el tratamiento de adicciones, aclara que el camino hacia el consumo de un hombre y de una mujer es el mismo, pero este factor de la violencia que hay en este "mundo" complica muchas veces la recuperación de las pacientes.
"Ese tipo de perfil de mujeres que son capaces de dejarlo todo, incluido el autocuidado, para conseguir el consumo son pacientes que tienen un pronóstico complicado a la hora de la recuperación. Es más dura porque no es sólo renunciar al consumo sino también a ese supuesto trato de favor que consiguen a través de la prostitución. Son relaciones de dependencia", aclara.
El patrón de la mujer consumidora en España es muy variado. En esta clínica especializada de Alicante hablan de tres tipos de pacientes femeninas: "Están las más jóvenes que son adictas a las drogas, tienen pareja y viven con unos hábitos muy tóxicos. Luego está la mujer de mediana edad que lleva sufriendo en los últimos años esos problemas de abuso de sustancias, relaciones, etc. y quiere parar. Y por último la paciente mayor de 50 años que viene arrastrada por la familia en su mayoría y con un fuerte consumo de alcohol y/o ansiolíticos".
Expertos y psicólogos advierten de que el confinamiento ha incrementado las adicciones pero en pacientes que aún no estaban en tratamiento porque en muchas clínicas, como en Triora, se ha mantenido el seguimiento online. "Sí hemos vistos que ha aumentado el consumo de alcohol, porque era la droga legal más accesible para todos, pero también las adicciones a través de las nuevas tecnologías: el juego, apuestas, videojuegos... Nos estamos encontrando mucho con adicciones comportamentales".
La caída
Elena llegó a Triora sola y sin que nadie lo supiera salvo su prima, que la llevó en el coche, y el lugar donde trabajaba. "Cuido a dos niñas desde que tenían 6 meses y 2 años. Y quise ser honesta con mis jefes y les conté mi adicción y que iba a entrar en un centro. Cuando salí, volví a mi trabajo".
Sólo hay dos momentos en los que Elena se rompe al contar su historia y hablar de su trabajo es uno de ellos. "Me dieron un voto de confianza muy grande porque eran muy chiquitinas las niñas y decirle a unos padres a los que tú estás cuidando a sus hijas que tienes un problema de adicción y que tienes que ir un tiempo a rehabilitarte a un centro para mí fue superduro. Es verdad que yo con las niñas nunca fui en malas condiciones. Sí que pude ir alguna vez de resaca que no es ir bien… pero el amor que recibía de ellas era increíble".
Laura Yáñez asegura que es una actitud muy típica de las mujeres que acaban en rehabilitación: "Llegan más tarde a la clínica, les cuesta más pedir ayuda, por las cargas familiares, que parece que no acaban de tener tiempo para parar y no hacen partícipes a la familia de esta decisión".
Elena ingresó y no se lo contó a su padre. Ella sólo quería que él se sintiera orgulloso. Y de hecho, es cuando habla de la conversación con él cuando se vuelve a romper. "Nos avergonzamos porque sabemos que no lo estamos haciendo bien. Mi padre empezó a ver que estaba diferente y me dijo: 'no sé lo que estás haciendo, pero sigue haciéndolo porque vas muy bien'. Y ahí me atreví a contárselo".
Todos los expertos explican que el proceso de rehabilitación de un adicto es de por vida, que tiene que estar en constante recuperación. "La ventaja que ofrece la clínica es que podemos hacer reuniones siempre y llamarlos cuando lo necesitemos". De hecho, Elena reclama que haya más reuniones sólo de mujeres, como algunas que han celebrado en el centro, porque "todas hemos sufrido en mayor o menor medida malos tratos y es muy necesario en recuperación la unión con las chicas, para apoyarnos más y acabar con estos estigmas".
3.000 euros en consumo
Elena intentó desde el principio tener una vida independiente pese al consumo pero regentar un negocio que te proporcione dinero cuando se es adicto no siempre es positivo. "Monté un negocio de estética y aquello fue horroroso porque había dinero todos los días en la caja. Y cuando se te despierta el bichito, en cualquier momento cogía el dinero y a consumir. Luego, obviamente, me faltaba y mis padres tenían que cubrirme".
Hablando de la vertiente económica que tiene la adicción, aclara que es muy variable el dinero que te gastas en las drogas porque depende de la época en la que te encuentres: "Yo no he sido una consumidora de las que no paran y aún así, en épocas más o menos controladas, gastaba 800 euros mensuales. Pero eso no quita que en una sola noche que se me fuera de las manos me gastara hasta 300 euros. Tengo compañeros que han podido gastar 3.000 o 5.000 euros en una sola noche".
Los últimos tres años de su vida como adicta fueron muy destructivos. "Había pasado situaciones más complicadas, como la muerte de mi madre, pero vas sumando años, tienes cada vez menos autoestima y el hecho de que mis amigas empezaran a hacer su vida, me llevó a obsesionarme con que quería cambiar, dejar las drogas, encontrar una pareja, tener hijos… y eso hacía que cada vez consumiera más".
La paradoja es que con las drogas siempre se empieza por consumos sociales y se acaba haciéndolo en la más deprimente soledad. "La evolución hace que cada vez sea más solitario y pierdes habilidades sociales y te haces una burbuja, te encierras en tu mundo y entré en una espiral que apartaba de mí todo lo que quería en mi vida". En ese momento, casi como Pedro, Elena sufrió un desmayo después tres días de consumo sin parar que la llevó al hospital. "Casi muero. Me di cuenta de que había tocado fondo y que si quería parar esto, la única forma era sanando esa parte espiritual que se me había quedado vacía".
En Triora descubrió algo que parece obvio en algunos círculos pero que no está tan admitido: que era una enferma. "Yo no sabía que era una enfermedad. La gente que te rodea lo que te dice es que eres una viciosa y te lo crees. Y te preguntas qué te pasa, por qué mis amigos se pueden tomar tres cervezas e irse a su casa y yo no, yo tengo que seguir hasta que caigo redonda al suelo".
Además, esta enfermedad se alimenta de otras carencias e inseguridades: "El consumo es la punta del iceberg, que es lo que despunta y que vemos porque ya empieza a afectar a nivel económico, social y personal. Pero debajo hay problemas de autoestima, de inseguridades, faltas, duelos no resueltos... hay de todo y en eso consiste el tratamiento", aclara la experta en estas adicciones.
"Yo llegué a creer que había gente que nacía para unas cosas y gente que nacía para otras y que a mí me había tocado eso y que era para siempre. Llegué a aceptar que era lo que había venido a hacer a este mundo: drogarme y que no había otra solución", resume Elena.
Ahora lleva dos años limpia pero sabe que el tratamiento para su enfermedad es de por vida. No prueba el alcohol y ha dejado de fumar. Eso sí, no puede ir a los sitios de toda la vida ni estar con las mismas amistades de sus años de adicción pero el esfuerzo merece la pena.
"Si no paras sólo te quedan tres caminos: cárcel, hospital y muerte. El entender qué me pasaba fue el principio de la libertad y a partir de ahí trabajo, trabajo y trabajo". Ella cuenta su historia por si le puede servir a alguien para evitar esos infiernos sin ser completamente consciente de que vale por sí misma la medalla de la lucha a quienes habiendo caído tan bajo son capaces de levantarse por su propio pie.