El presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, ha calificado a las miles de mujeres filipinas que salen fuera de sus fronteras a trabajar, casi al 100% como empleadas del hogar y cuidadoras, que son "heroínas" para el país porque envían reservas de dólares.
Sin embargo, su realidad dista mucho de ser la de una heroína. De hecho, muchas de estas trabajadoras relatan que han vivido un auténtico calvario sirviendo en casas de países extranjeros con jornadas de 20 horas diarias, intentos de violaciones, castigos, humillaciones, sin que apenas le den de comer... Y recuerdan a Joanna Demafelis, una joven filipina de 29 años, que fue asesinada por sus "señores" en Kuwait, y que acabaron encontrando su cadáver en un congelador de una casa abandonada años después.
Este esclavismo en pleno siglo XXI es casi materia de estudio en las escuelas que han surgido en el país donde preparan a las chicas para ser cuidadoras o empleadas del hogar pero también para saber cómo defenderse de un "señor" acosadora o de una "señora" abusadora.
El documental 'Overseas', de la cineasta francesa nacida en Corea del Sur, Sung-A Yoon, que se puede ver en Filmin distribuido por DocsBarcelona, se cuela en una de esas escuelas de Filipinas donde las chicas, algunas con experiencia de trabajo ya en el extranjero, desvelan el sufrimiento que supone un contrato que les impide volver a su país en años, dejando a sus hijos en casa de abuelos y familiares para ir a cuidar la familia de otros. Y también cómo las preparan para todos los supuestos que se le pueden presentar en esa peligrosa aventura fuera de su país.
En una escena del documental, una de las alumnas limpia el baño mientras que la profesora actúa de "señora" y le grita que es una vergüenza, que lo ha hecho fatal, la llama holgazana y la empuja para que siga limpiando.
"Esto es algo que pasa realmente en el extranjero", les dice la maestra, quien les aconseja que sea la bronca que sea, "nunca lloréis delante de vuestros jefes" porque es símbolo de debilidad. "Y los filipinos no somos débiles", bromea.
Mientras les enseñan a colocar una mesa medida al centímetro, a servir menú que conste de tres platos y a rellenar la copa y el vaso, también les dan trucos para saber reaccionar si uno de los "señores" intenta violarlas y cómo evitar situaciones de acoso.
"En Oriente Medio, nunca entréis en la habitación del señor con él dentro. Limpiad el resto de habitaciones y esperad a que salga", aconsejan en una de las clases basándose en la experiencia de muchas de las chicas.
De hecho, Wela, una de las protagonistas del documental, explica que los seis meses que sirvió en Arabia Saudí se terminaron por el "hermano de su jefe", insinúa. Y otro de los relatos ofrece más detalles sobre este sufrimiento: "Lo padres y los hermanos de la señora me tocaban los pechos y me daban palmadas en el culo. Yo sólo quería que acabara mi contrato", relata. "Un día el hermano de la señora intentó violarme en el baño....".
En la escuela hay una clase especial, junto a la de cómo lavar a niños o cambiar a personas mayores sin moverlas de la cama, para defenderse de una posible violación. Utilizar el perfume en los ojos del atacante, retorcerle un tobillo, una patada en los testículos, empujarlo, seguirle el juego para escapar... y si pasa lo peor, no ir a la policía del país donde estén sino a la agencia o a la embajada filipina, si hay opción.
Son sus dos únicos amigos cuando han cruzado la frontera y no sólo para estos casos extremos. En estas clases también se les alecciona para lean sus contratos y protesten en la agencia si las matan de hambre o no les dan una habitación para ellas.
"Yo dormía en la cocina, no tenía un cuarto para mí", narra una de las chicas. "Yo en el sótano, sobre unas escaleras estaba mi cama y debajo, un armario", asegura otra compañera.
175.000 mujeres al año
Se calcula que cada año, más de 175.000 mujeres filipinas se marchan al extranjero como trabajadoras, la mayoría en el servicio doméstico, donde obtienen, incluso, más recursos que los hombres en otro tipo de trabajos, lo que ahonda en la necesidad que tienen en estos empleos.
Muchas van a China, Malasia y a los países del Golfo Pérsico, donde se las trata prácticamente como esclavas. De hecho, se estima que dos millones de filipinos trabajan en Kuwait, Qatar, Baréin, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, la mayoría son mujeres.
No sólo se quedan en Asia, España e Italia son los países europeos en los que más mujeres filipinas hay en el servicio doméstico y estados de América con mucha tradición de empleadas del hogar, como Brasil, también cuenta con una comunidad muy importante, que ya han denunciado numerosos abusos.
Pero el drama de estas TFE (trabajadora filipina en el extranjeros) no se produce sólo en el hogar donde viven años y años sin que las dejen regresar a su país, sino también cuando vuelven. Una de las chicas cuenta cómo mandó dinero a una de las tías de sus hijos para que los cuidaran y ahorrara y cuando volvió, no tenía nada. Ella se lo había gastado.
"Hay que pensar bien a quien le mandáis el dinero", recomienda la profesora.
Otra, entre lágrimas, explica a sus compañeras que dejó a su hija de tres años con su madre y cuando volvió, la llamaba tía. "Yo estaba más gorda, pálida, cambiada, y no me reconocía con la de la foto", asegura en el documental con la resignación de quien no puede más que aceptar su destino.
Todas estas mujeres tienen sueños. Quieren ser arquitectas, abrir un restaurante... pero sobre todo tienen el peso de una familia que ve en ellas la única forma de sobrevivir. Dejan a sus hijos pequeños para cuidar los hijos de otros. Sus casas, para limpiar otras casas. Su país para vivir, a veces, auténticos infiernos.
Y el estrés es tal que la profesora les da una última lección para que la aprendan urgentemente: el suicidio es una consecuencia del estrés para muchos de los filipinos fuera del país, hay que aprender a lidiar con esa frustración.