Cuando escribo este artículo pienso en cuántos lo hojearán murmurando: "Ya están las mujeres otra vez con la matraca de la violencia machista". Así pues, decido argumentar con la cabeza pero también con el corazón: apuntaré datos, referiré el respeto y dignidad que merecemos todas las personas sin distinción de género pero, también, compartiré el palmario destrozo emocional que para una mujer supone la violencia física o sexual.
Tres titulares para lo dicho podrían ser: el 70% de las mujeres y niñas que sufren violencia requiere atención psicológica; una de cada cuatro padece de por vida alguna discapacidad por la violencia sufrida; una violación multiplica por seis el riesgo de pensamientos suicidas. Corolario: seguimos necesitando conmemorar el 25-N para eliminar la violencia contra las mujeres y, lo que en ocasiones es peor, teniendo que justificarlo.
Así es que invito a los y las lectoras a que nos metamos en la piel de una víctima, pensemos, por ejemplo, en una pequeña que ha sido violada o abusada, pongámonos por momentos en los zapatos de ese padre o madre, en una de sus noches de insomnio observando el sueño inquieto de su niña. En España, tres de cada cuatro de las víctimas menores de edad lo son a manos de desalmados procedentes de su entorno familiar.
Ponerse en la piel de esas criaturas y en la de sus familias ayuda a comprender por qué hay que seguir uniendo fuerzas contra una vergüenza que desborda fronteras y se da en todos los hemisferios, todos los continentes, todos los países, todas las regiones, todas las clases sociales, todas las culturales.
Urge por ello sumar a este combate a los hombres buenos, que son la mayoría. Y reiterar una y otra vez que la conmemoración de este 25-N va a favor de ellos, que las denuncias de violencia machista no van contra los hombres en general, sino contra los indecentes en particular, esos que practican violencia contra las niñas y mujeres sin remordimiento alguno a sabiendas del destrozo que causan en sus presas. Solo los depredadores sexuales han de ser repudiados, enérgicamente y al unísono, por el resto de la humanidad.
Las denuncias de violencia machista no van contra los hombres en general, sino contra los indecentes
Confío en los hombres buenos que se han interesado por esta lectura y han llegado hasta este párrafo porque, si bien son la mayoría, necesitamos más de sus voces y compromiso. El respeto a la dignidad de las mujeres, su trato en igualdad es una causa justa que no les concierne únicamente a ellas, sino que interpela a toda la sociedad porque cimenta una convivencia solidaria y colaborativa.
En este punto sé que habrá lectores que saquen a colación la existencia de denuncias falsas. Toca admitir que las hay, pero que según los datos del Observatorio Contra la Violencia de Doméstica y de Género del CGPJ estas acusaciones fraudulentas se cuentan con 0 coma centesimales, por lo que no conviene desviar la atención de lo importante, que son los datos aplastantes, y alarmantes, de la violencia que se sigue cometiendo contra las mujeres: cuatro violaciones diarias en nuestro país (confinamiento aparte); decenas de mujeres asesinadas por violencia machista cada año; cientos de llamadas de socorro al 016 cada día. Violencia aún silenciada.
Según la reciente macroencuesta de la Delegación de Violencia de Género, tres de cada cuatro mujeres agredidas no buscan ayuda, solo una de cada diez acude a denunciar, un tercio de las víctimas son menores. Sobre todas ellas cae un manto de silencio: “Pobrecita” suele ser la respuesta social, así es que cuadran los datos cuando sabemos que la primera y la segunda de las razones por las cuales las mujeres agredidas no denuncian son por vergüenza a exponer y por temor a no ser creídas. La tercera causa es porque las víctimas son menores de edad.
Espeso manto de silencio acrecentado en el caso de la violencia dentro del hogar. “Pinta el mundo de naranja” nos urge cada mes de noviembre Naciones Unidas para la eliminación de la violencia contra las mujeres. Y, sin embargo, mucho me temo que esta vez la causa pinta más bien descolorida. La pandemia ha oscurecido a las víctimas de lo que antes se llamó violencia doméstica.
No es difícil imaginarlas más "domesticadas" que antes, en un confinamiento familiar doblemente forzoso para ellas. También así lo dicen los datos en España: este funesto 2020 comenzó con menos denuncias por maltrato, pero las llamadas de auxilio al 016 se doblaron en el primer mes de confinamiento. Petición de socorro en voz baja, sin dejar rastro. Esto explica que el año vaya a acabar con menos asesinatos machistas que el anterior y ello porque los maltratadores se han apaciguado teniendo a sus víctimas sometidas, encerradas.
Sobre todas ellas cae un manto de silencio: “Pobrecita” suele ser la respuesta social
Pienso en cualquiera de estas mujeres, me asomo a la vida de una de ellas. Intento también ponerme en sus zapatos. Apenas se oyen, no tienen tintín de taconeo. Resuena el mantra del tirano que le repite lo fea que está, el saco que defectos que es. Interioriza que tiene que mejorar, que la furia del maltrato tiene la lógica de su propia inutilidad, que no está a la altura de nada ni de nadie, porque solo sabe fallar. Y en su debilidad, siente que nada le pertenece, porque nada merece. En esa destrucción inducida por el maltratador, ella siente culpa y, lo que es peor, siente vergüenza, de haber fallado a todos. ¿Dónde ir a pedir ayuda?, ¿dónde a confesar que es un fraude? Acepta que la letra con sangre entra y el puño que la azota pretende corregirla, aunque se reprocha que ni por esas… Convencida de que lo suyo es una impostura, se siente definitivamente un ser humano fallido.
Terrible. La violencia física lleva como pareja al maltrato psicológico, y de ese laberinto la mayoría de las víctimas no son capaces de salir sin ayuda, lo que nos compete a todos, especialmente tras lo aprendido durante la pandemia. Por eso, que nadie se llame a engaño cuando conozcamos que este año finaliza con menos mujeres asesinadas, porque hay más violencia porque las mujeres maltratadas tienen menos libertad, hemos vuelto a los tiempos oscuros del silencio. Y no hay sociedad que se llame democrática que conviva con semejante indignidad.
*** Gloria Lomana es periodista y presidenta de 50&50 GL.