Una probable fecha de claudicación de las humanidades en su lucha de gigantes contra las ciencias es el 6 de abril de 1922. Ese día, en París, en la sede de la Société française de philosophie, se registró un choque dialéctico a la postre decisivo entre el mayor físico del siglo XX, Albert Einstein, y su homólogo en el campo de la filosofía, Henri Bergson. El sujeto del debate fue el tiempo y afloraron dos premisas irreconciliables: el Nobel de Literatura galo felicitó al científico por su teoría de la relatividad, pero le reprochó que ignorase los aspectos intuitivos del tiempo. Este último criticó a un hombre que se negaba a conceder a la ciencia la potestad de revelar el tiempo del universo.
"La ciencia, obviamente, ha tenido mucho más prestigio en el mundo moderno a partir de este debate, sobre todo ahora cuando si quieres saber del tiempo no vas a leer a un poeta o un filósofo", valora Jimena Canales, doctora en Historia de las Ciencias por la Universidad de Harvard y autora de El físico y el filósofo (Arpa), un iluminador y estupendo ensayo que reconstruye al detalle ese enfrentamiento "verdaderamente histórico" entre dos de los intelectuales más influyentes del siglo pasado y sus consecuencias.
A simple vista puede parecer obvio el resultado de aquella batalla de titanes —a Einstein lo conoce todo el mundo en la actualidad mientras que Bergson ha caído prácticamente en el olvido fuera de los círculos académicos—, pero Canales demuestra en su obra las repercusiones incendiarias que tuvo el breve encuentro entre ambos y sus revolucionarias ideas sobre el concepto moderno del tiempo. "Mi libro es la historia de cómo se pasaron el bastón entre filosofía y teología, cómo las disciplinas que hablaban sobre el tiempo hasta ese momento, incluso el arte y la poesía, mutaron hacia la ciencia", explica la investigadora.
Jimena Canales (Ciudad de México, 1973) es una de las historiadoras de la ciencia más destacadas del momento. Doctora por la Universidad de Harvard, su pasión por esta disciplina le viene desde muy pequeña, desde su infancia en Monterrey rodeada de grandes industrias dedicadas a la producción de vidrio, acero o cemento. "A mucha gente se le hace raro ver a una mujer mexicana tan interesada en la ciencia, pero en mi escuela, en vez de llevarnos a museos, las excursiones consistían en ir a fábricas", desgrana la investigadora.
Desde Boston, en una entrevista con MagasIN a través de una videoconferencia, Canales señala que se le hizo "muy lógico" seguir los derroteros de esa disciplina debido al contexto en el que creció: "Fui al Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, fundado para promover y crear gente especializada para estas industrias, y ahí empezó mi fascinación. Después de eso, pensé: 'Hay muchos científicos pero pocos historiadores de la ciencia'. Entonces me resultó más interesante empezar a estudiarla como tema en vez de ser otro practicante".
Ahora, su tarea como investigadora se centra en mejorar la comprensión que tenemos sobre la ciencia y la tecnología en relación con las artes y las humanidades. "No es un trabajo de divulgación de la ciencia sino que se trata de aprovechar una perspectiva distante, histórica, para ver cómo se forma el conocimiento… Creo que es algo muy importante sobre todo en un momento como el actual donde todos tenemos dudas y quisiéramos saber más de medicinas, de los virus", asegura.
Cambiar la historia
Colaboradora en algunas de las publicaciones especializadas más prestigiosas del mundo, Jimena Canales también ha impartido clases de Historia de las Ciencias en la Universidad de Illinois y ha sido profesora visitante en otros centros destacados como la Universidad de Princeton o el Instituto Max Planck de Historia de la Ciencia de Berlín. Acaba de publicar en inglés su tercer libro Bedeviled: A Shadow History of Demons in Science, que indaga cuatro siglos de descubrimientos en los que los pensadores recurrieron a la imaginación y a los demonios para mejorar la comprensión de la naturaleza y está siendo bastante aplaudido.
Con El físico y el filósofo, traducido por la editorial Arpa al español, Canales se erigió en una de las voces de referencia de su campo de investigación. Y eso que el periplo del libro no fue sencillo. "Antes de su publicación tuve muchas dificultades con mis colegas de investigación", desvela Canales. "Algunos me acusaron de haber inventado un debate que no existía simplemente porque no habían prestado atención a ese debate. Y claro, llega una persona a decir que en realidad fue uno de los debates más importantes del siglo a nivel intelectual y no me creían. Algunos me acusaron de haberme inventado los datos, cuestión que fue muy difícil para mí".
De hecho, la primera editorial que había accedido a publicar el ensayo se echó para atrás después de recibir un informe anónimo. "He puesto mucha bibliografía porque me tenía que defender de calumnias", dice la historiadora. Esas críticas desaparecieron cuando la investigación salió de la imprenta. El trabajo de Canales es impecable y está perfectamente documentado.
Preguntada por otros obstáculos a los que ha tenido que enfrentarse a lo largo de su carrera en Estados Unidos, la investigadora asegura que "como mujer mexicana ha sido muy difícil abrirme hueco en este territorio donde no hay muchas historiadoras de la ciencia". "Es curioso porque cuando mandamos el trabajo sin nombre, el peer review anónimo, donde la gente no sabe tu identidad, muchas veces asumen que soy francesa —creo que por cómo uso el lenguaje y el tema— y la respuesta es generalmente diferente a cuando he sido mexicana", lamenta.
—¿Por qué le cuesta tanto a las mujeres llegar y destacar en las carreras científicas?
—Es nuestra historia, así ha sido en el pasado y es difícil cambiarlo. Mi libro no es sobre mujeres. Es sobre dos hombres y cuando escribo de la ciencia del siglo XIX y principios del XX frecuentemente me preguntan que dónde están las mujeres. Tengo que decir que había pocas, y las pocas ahí están. Yo no hago historia de rescate, y creo que no es necesario hacerlo para escribir un libro que habla sobre cuestiones de género. Fue muy interesante para mí ver cómo Bergson se asociaba con cuestiones femeninas, y cómo las humanidades se han feminizado mientras la ciencia seguía estando asociada con un trabajo masculino.
Dentro del debate de Einstein y Bergson se comentaba que Bergson aceptaba lectoras mujeres y Einstein tenía muy pocas. La división de género que caracteriza el siglo XX tiene ecos en este debate y eso lo escribo explícitamente; es mi condición como mujer que me hizo ver este aspecto de la historia.
—¿Y cómo ve la situación de la mujer en el campo del estudio de la historia?
—Ha mejorado mucho la academia en los últimos años, tenemos un espacio mucho más amplio que en generaciones previas. Por ejemplo, di clases durante casi diez años en Harvard y la generación de mujeres por encima de mí casi ninguna tenía familia. En la mía, muchas de mis colegas quieren tener hijos.
Una de las cosas que suena muy pretenciosa de decir como historiadora pero que, lo siento, es cierto, es que para escribir la historia hay que cambiar la historia. Mi punto de vista como mujer mexicana hispana me dio oportunidad de ver este momento histórico desde un punto de vista diferente. Pero fue muy difícil escribir un libro donde revalúo el debate y pongo a Bergson como una persona que se debe escuchar y releer, y que no simplemente debe ser relegado por esta cuestión donde supuestamente no entendió la física de la relatividad.