Su madre era campesina; su padre, vendedor ambulante. Nació en el precariado, Gabrielle Chanel: nació sin estrella. Tanto que fue mal inscrita en el registro civil, bajo el apellido “Chasnel”. Una broma de mal gusto para empezar la vida. Nadie se molestó en cambiarlo: su madre estaba exhausta tras el parto y su padre andaba por ahí, por los mercados del mundo. Más tarde las monjas que la cuidaron la bautizarían como “Bonheur” -“Felicidad”-, aunque la suya fue una vida de amarguras trufada de mieles, esa dualidad esquizofrénica de las niñas talentosas que prometen tener éxito pero que a menudo fantasean con la muerte.
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Su padre se casó con su madre por dinero, tras dejarla embarazada -prácticamente, la familia de ella lo extorsionó-, y, cuando la esposa murió prematuramente por las hostias del trabajo perro, la tuberculosis y la insalubridad de sus partos, él dejó a sus hijos repartidos por varios orfanatos. Aunque Coco renegaría de sus orígenes -se inventó bastantes trolas sobre una presunta infancia burguesa-, fue en ese centro religioso donde aprendió a bordar a mano y a coser, lo que, en su caso, no la acabaría relegando a ser una sumisa ama de casa sino una diseñadora ecuménica.
Trabajó como ayudante de sastre, ahorró en el cabaret local cantando tonadillas y, tras muchos baches económicos y varios sueños de gloria frustrados, se arrimó al ala del ricachón Étienne Balsan, oficial de caballería y heredero textil francés. Ahí asomó por fin la cabeza a la vida de lujo a la que aspiraba, empezó a epatar en las grandes fiestas con su belleza y su gracia y a mover contactos, hasta quedar fascinada por un colega -también millonario, cómo no- de Étienne, Arthur Edward ‘Boy’ Capel, quien también le financió los albores del negocio y las primeras tiendas, amén de instalarla en París.
Lo cierto es que acabó amándole con locura y se dejó inspirar por su exquisitez creativamente, a pesar de que él jamás dejó de irse de picos pardos con unas y con otras. Nueve años de amor. De amor oficial, claro, porque luego él se casó con una aristócrata inglesa y ellos siguieron siendo amantes, incombustibles. La tragedia vino con su muerte en un accidente de coche. Ahí murió también, por vez primera, Coco Chanel. Fue por su luto que diseñó el llamado “pequeño vestido negro” que enseguida se convertiría en una prenda de moda sencilla, elegante y cómoda que todas las mujeres gozaban de usar.
Comodidad y elegancia
Ella apostaba por el confort, por la razón llevada al atuendo. Por el pantalón, por el jersey, por la chaqueta deportiva, por el tricot; a la vez que jugaba a lo loco con el sombrero vanguardista y el collar. Fue una diseñadora práctica y glamourosa a la vez, con lo difícil que es eso. Teorizó sobre la elegancia, que es una cualidad del espíritu. Dejó boquiabiertos a todos, también a sus múltiples amantes que acabaron siendo amigos, como el poeta Pierre Reverdy, el diseñador Paul Iribe o el duque Demetrio Románov.
Lo mismo financiaba Coco un periódico antirrepublicano y ultranacionalista que una revista radical izquierdista. Consumía morfina diariamente. Era una enorme adicta, una brillante sarcástica, una agudísima destructora. Se codeó con las élites británicas. Ella siempre necesitó amor, desde niña, pero acabó amasando un ego feroz que la protegía del mundo y construyendo un personaje temible, independiente y letal. Cuando le preguntaron por qué no había contraído matrimonio con el duque, por ejemplo, respondió: “Ha habido muchas duquesas de Westminster. Chanel hay una sola”.
Arremetió contra Hollywood, que tildó de ser “la capital del mal gusto, vulgar”. Trabajó para el cine con sus diseños y empezó a caer su reputación, siendo ridiculizada por la crítica. Con la II Guerra Mundial, cerró todas sus tiendas excepto la boutique de la rue Cambon. Ahí salió a la luz que su severa educación religiosa mamada en el convento la habían convertido en antisemita y homófoba.
Coqueteo nazi
Se juntó con los grandes generales nazis, residió en el Ritz durante la ocupación alemana y salió con el oficial Hans Gunther von Dincklage. Sus contactos le permitieron mantener el imperio casi a flote, especialmente gracias a su perfume Chanel nº 5. No obstante, esa afiliación la perseguiría para siempre y dañaría irremisiblemente su nombre y su imagen: lógico.
Cómo se fue la cosa de madre que terminó siendo acusada de ser agente nazi y denominada en los archivos como “facilitadora”. Tenía un número de espía. Fue investigada e interrogada, sin éxito. La liberaron a las tres horas. Más tarde se diría que Churchill había intercedido por ella. Un enigma, esta Chanel.
Otros la acusaban directamente de no mojarse, de ser una mercenaria, de juntarse siempre con el poder -dándole igual quién lo ostentara-. Se la tenía por una hembra inteligentísima, una máquina de hacer dinero, un as en los negocios y un ser medio malévolo, malhumorado, autoritario y oscuro. No sale viva, Coco, de su propia leyenda.
Contra la minifalda y el relleno
Esa guerra y su actitud en ella fue su segunda muerte civil. Dio igual que se enfrentase, después de la guerra, a Dior o Balenciaga, a toda esa “estética ilógica” de los diseñadores hombres; dio igual que arremetiese contra las “fajas en la cintura o los sujetadores con relleno”. Su feminismo ya no le valió de nada en Francia, aunque en EEUU y Reino Unido siguieron apoyándola.
Otros compraron su trabajo porque casi resultaba una transgresión seguir avalándola: en Vogue, por ejemplo, la bautizaron como “la gran revolucionaria” o “la rebelde solitaria de la moda”. Ella seguía escupiendo contra la minifalda. Despreciaba las rodillas femeninas: decía que eran feas. Murió a los 87 años de un ataque al corazón en el hotel Ritz -su casa durante treinta años-, sola y aún trabajando, exhausta y enferma por su artrosis y su adicción a la morfina. Aquí algunas de sus frases más emblemáticas:
1. “Durante mi infancia solo ansié ser amada. Todos los días pensaba en cómo quitarme la vida; aunque, en el fondo, ya estaba muerta. Solo el orgullo me salvó”.
2. “Si estás triste, ponte más pintalabios y ataca”.
3. “La libertad siempre es elegante”.
4. “No hay mujeres feas, sino mujeres vagas”.
5. “Una mujer que se corta el pelo anuncia que está a punto de cambiar de hombre”.
6. “Una mujer tiene la edad que se merece”.
7. “Sé cualquier cosa, excepto cutre”.
8. “La arrogancia está en todo lo que hago. Está en mis gestos, en la dureza de mi voz, en el brillo de mi mirada, en mi rostro vigoroso, atormentado”.
9. “Una mujer sin perfume es una mujer sin futuro (…) El perfume anuncia la llegada de una mujer y alarga su marcha”.
10. “La elegancia implica renuncia”.
11. “Yo puse de moda el negro. El negro arrasa con todo lo que hay a su alrededor (…) “Las mujeres piensan en todos los colores excepto la ausencia de los mismos. El negro lo tiene todo. Y también el blanco. Su belleza es absoluta. Representan la perfecta armonía”.
12. “Vístete hoy como si fueras a conocer a tu peor enemigo”.
13. “Si no está en las calles, no es moda. La moda tiene que ver con las ideas, con la forma en que vivimos, con lo que está sucediendo”.
14. “La moda pasa, el estilo permanece (…) La moda reivindica el derecho individual de valorar lo efímero”.
15. “El lujo debe ser cómodo, de lo contrario, no es lujo”.
16. “No sé por qué las mujeres se interesan por tener aquello que tienen los hombres, cuando una de las cosas que las mujeres tienen es a los hombres (…) Si sabes que los hombres son como niños, ya lo sabes todo (…) Las mujeres siempre han sido las fuertes. Los hombres las buscan como una almohada sobre la que apoyar su cabeza. Siempre anhelan a la madre que los tenían como niños”.
17. “La coquetería es el triunfo del espíritu sobre los sentidos”.
18. “Hay tiempo para trabajar, y hay tiempo para amar. A partir de ahí, no hay tiempo para nada más”.
19. “No me importa lo que pienses de mí. Yo no pienso en ti en absoluto”.
20. “Una mujer no tiene que ser bella, tiene que creérselo”.
21. “Sólo vives una vez. Haz que sea divertido”.