Karin Konkle es estadounidense y reside en España desde 1992: trabaja como profesora de artes marciales y de autodefensa para mujeres desde el año 2001. Lleva más de treinta años practicando aikido y tal chi y también es licenciada en Estudios de Género por la Universidad de Columbia, en Nueva York. Ahora publica Autodefensa feminista para todo el mundo (Larousse), un libro donde enseña las claves que también vuelca en sus clases y talleres, herramientas de liberación para protegernos solas, para poner límites al agresor -primero verbales: lo ideal es no llegar a las manos, aunque a veces no quede más remedio-, para pedir ayuda, para mantener la cabeza fría y poder actuar sin morirnos de miedo.
Hay un mundo de pánico oscuro en la idea de volver a casa solas, de que nos asalten por la calle, de que nos viole un desconocido o de que nos agreda nuestra propia pareja problemática y violenta. Los terrores siempre adquieren una nueva forma. La experta cuenta que a partir del caso mediático de La Manada, son cada vez más mujeres las que acuden a su taller y buscan su ayuda. “Como el sistema legal les ha fallado y ha habido un cambio de conciencia, muchas han tomado una decisión: ‘Ya me defiendo yo’”, esboza.
Nadie mejor que ella conoce lo que se experimenta en una situación de violencia así. “Yo viví una agresión. Ya hacía artes marciales desde adolescente, y el primer año de universidad empecé a salir con un chico”, cuenta a este periódico. “Vi que era posesivo y muy celoso. Me seguía, me amenazaba, tuve problemas con él… y me agredió. Aunque yo hacía artes marciales, en el momento me bloqueé y no supe reaccionar. No hice nada”, suspira. Es el gran síntoma de que estas agresiones no son sólo cuestión de fuerza o de recursos físicos, sino que son cuestión de poder. El poder que él ostentaba -sólo por el hecho de ser hombre- la opacó, la neutralizó.
Continúa: “Pasó el tiempo, me licencié en Estudios de Género y me vine a vivir aquí, a España. Entonces me plantearon que crease un taller de autodefensa para que no le pasase a más mujeres lo que me había pasado a mí. A partir de ahí, fue una bola de nieve. Creé distintos niveles, atendí a gente mayor y a gente joven… fui perfeccionando distintos aspectos”.
Primero, comunicación
Lo que Karin enseña es a “mantener la calma o gestionar la adrenalina en este tipo de situaciones, cómo evaluar la situación, cómo analizar dentro de las relaciones la posibilidad de violencia o de desigualdad -o en la calle-, cómo gestionar la comunicación y poner límites y, cuando hablamos de autodefensa… cómo pegar, cómo gestionar una pelea”. Se trata de una preparación física a la vez que psicológica. Además, en este libro no nos muestra sólo como defendernos a nosotras mismas, sino cómo intervenir en una situación de violencia ajena para socorrer a la víctima y que el drama no llegue a mayores.
“Hay muchas partes de esa situación que puedes gestionar hablando. La manera más segura de gestionar o resolver un conflicto o un posible agresión es poniendo resistencia verbal, sin llegar a las manos”. Gracias al aikido instruye acerca de cómo mantener la calma. “Yo misma conseguí frenar mi propensión a bloquearme. Si hubiese sabido todo lo que sé hoy, mi agresión no hubiera llegado. No hubiera sucedido. Sí identifiqué el arquetipo del agresor, yo sabía que era una persona problemática… por eso dejé la relación. No me convenía su actitud. Pero más adelante aprendí mejor a poner límites y a gestionar”, recuerda, siempre subrayando que jamás se culpa a la víctima.
¿Son suficientes las leyes?
Sostiene que “la mayoría de las agresiones que viven las mujeres vienen de personas conocidas, tanto los asesinatos o los intentos de asesinato como la agresión física o sexual”. “Entre tres y cuatro agresiones de cinco que padecen las mujeres vienen de gente conocida. En los hombres es menor: 1 de cada 3 agresiones les viene por una persona relativamente conocida”. ¿Qué hay del trabajo del Estado contra la violencia machista? ¿Qué hay de las leyes? ¿Son realmente insuficientes? “Las leyes sólo han puesto parches en otras leyes muy antiguas y eso dificulta que realmente nos protejan”, opina.
“Es difícil defenderse dentro de esta estructura. Hasta los ochenta no podías tener una cuenta a tu nombre si estabas casada. Es complicado… pero las leyes no son lo más crítico a la hora de cambiar la situación de la violencia de género, sino la educación. Tenemos que abordar las desigualdades que existen y que entender y alterar las relaciones de poder entre hombres y mujeres”, comenta. Y apunta algo importante: “¿Por qué las mujeres tenemos tanto miedo de ir solas por la calle, si quienes sufren más agresiones en la calle son los chicos adolescentes, y ellos no tienen ese miedo? Porque crecemos en un clima de pánico”, lanza.
Educadas en el miedo
“Nos han educado en el miedo, desde nuestros padres a las películas de asesinos en serie. Hay más películas que asesinos. También influye mucho el clima de miedo que se produce cuando recibimos agresiones verbales por la calle, cuando nos siguen, cuando nos rozan o nos tocan el culo. Todo esto, que no parece tan grave, genera un clima de miedo porque tú no sabes dónde va a acabar esa situación. 9 de cada 10 mujeres tienen experiencias de este tipo, no sólo una vez, sino repetidas veces a lo largo de sus vidas”, denuncia.
“En general, los hombres sufren más agresiones que las mujeres, claro, pero a manos de otros hombres. Y desde el año 2000 hasta ahora se han reducido a la mitad las agresiones que ellos padecen, sin embargo, las nuestras se han mantenido muy parecidas, no ha habido ningún cambio significativo”.
Ella recomienda, de entrada, la posición física “de guardia, de protección”, y “si hay tiempo, gritar, gritar para pedir ayuda mientras te estás defendiendo”: “Es una posición que se ilustra en el libro con una mano delante y otra detrás, con las manos levantadas delante del cuerpo. Y si a partir de ese momento no me ha escuchado o no me ha hecho caso cuando le he pedido que se vaya, primero pegarle directa a la barbilla y luego empujarle y salir corriendo”.
¿Ir armadas?
Invita a “gritar todo el rato”: “La herramienta más importante es gritar, porque es más fácil que venga alguien a ayudarte y eso te ayuda a no bloquearte mentalmente y a canalizar y miedo y tu rabí en un respuesta”, aunque, por supuesto, depende de la situación concreta en la que la mujer se encuentre -inclusive si es en su propia casa o en un lugar presuntamente seguro donde se desarrolla el conflicto con el agresor-. Da clases a niñas a partir de 13 años y “la mujer más mayor que ha trabajado conmigo tenía 83 años”.
¿Cree la experta que las mujeres deberíamos ir armadas, ya sea con un spray de pimienta o con un cútex? “No. No vayas nunca con un cuchillo porque no hay juez en el mundo que lo vaya a entender. Eso no nos sirve. El cuchillo el agresor te lo va a quitar y lo que vas a hacer es forcejear por él”, explica. “El spray es legal tenerlo pero no utilizarlo, si lo vas a utilizar tienes que tener muy claro por qué lo llevas. Mejor que llevar el spray de pimienta es tener un desodorante tipo spray o una laca de pelo, eso no tienes que justificarlo. O un paraguas de estos pequeños y contundentes para golpear sin acercarte, para mantener la distancia con el agresor”.