La decisión de algunos hospitales de Londres de aplicar lenguaje inclusivo en sus sedes y en su trato a los pacientes ha vuelto a estar acompañada por la polémica: sobre todo porque, como señalan desde el feminismo radical, parece que se invisibiliza a la mujer o los procesos biológicos tal y como los conocíamos. Todo ha arrancado cuando los hospitales universitarios de Brighton y Sussex se han convertido en los pioneros en el país en solicitar unos nuevos “conceptos adecuados” en los “servicios de maternidad”, que ahora, a fin de ser inclusivos, se rebautizarán como “servicios perinatales” -para que las personas trans se sientan también apoyadas y reflejadas en ese título-.
La era de palabras como “madre” o “leche materna” está tocando a su fin: ahora se pide que se empleen palabras como “personas gestantes”, “mujer biológica”, “padre biológico”, “hombre gestante” o “leche humana” o “leche del progenitor”. Lo que antes se llamaba “breast feading” -algo como “alimentar con el pecho” o “alimentar con la mama”- pasará a nombrarse como “chest feading” -una suerte de “alimentar con el torso”-.
Las intenciones son buenas, porque en principio se trata de incluir estas palabras en un marco que sirva para dirigirse a cada paciente de la forma en la que se sienta más cómodo: el problema es que, mientras se crean estos listados, se fundan a la vez unidades llamadas “de inclusión de género” donde pueden presentarse denuncias “si no se hace el uso correcto de estas palabras”.
Es una guerra lingüística: en América, son muchos los anuncios sobre compresas o támpax que no hablan ya de “mujeres”, sino de “personas que menstrúan”. Respecto a esta última acepción, recuerden el zafarrancho que se montó cuando la escritora J. K. Rowling compartió en Twitter un artículo de opinión -ajeno- llamado ‘Creando un mundo post-Covid-19 más igualitario para la gente que menstrúa’, e ironizó con que “esa gente que menstrúa solía tener un nombre”, en alusión a la palabra “mujer".
Expresiones como "persona gestante" también son recogidas por las leyes de Igualdad LGTBI y, según dicen sus defensoras -como Antonelli y Cambrollé, con las que hablamos en este artículo-, se limitan a "nombrar una realidad", la de los hombres trans que tienen útero y, por tanto, capacidad de parir. Negarles la denominación significa negar sus derechos -revisiones ginecológicas, seguimiento médico, incluso la decisión de abortar-. Ellas, en concreto, no apoyan que "la palabra madre sea fascista" ni que discrimine a nadie, como sí han deslizado otras activistas.
Las feministas radicales, por su parte, señalan que esta nueva terminología, lejos de ser "lenguaje inclusivo", es más bien un "neolenguaje" que acaba borrando a la mujer, porque al no nombrarla se eliminan o se invisibilizan las violencias específicas que sufre por el hecho de haber nacido mujer. Lo que no se nombra no existe: ya lo saben ustedes. Hasta la propia diferenciación entre "mujer cis" y "mujer trans" les parece excluyente, porque, según cuentan, la mujer pasa de ser la mitad de la población "a un subgrupo".