Siempre me ha encantado la expresión "hasta el moño". No sé si por el cambio de letra que me obligaban a hacer de pequeña para no resultar soez, según el criterio imperante [recomiendo leer la opinión de Lorena G. Maldonado sobre "su coño"], o porque me transportaba directamente a la imagen de mi abuela, y de miles de abuelas de España, que trabajaban 28 horas al día sin que se les moviera ni un pelo del moño... Un moño lleno de esfuerzo, de dignidad y de mucha sororidad aunque no se hubiera inventado aún la palabra.
Ahora la encuentro de lo más gráfica para responder a quienes se arrogan la inteligencia de determinar por qué las mujeres ascendemos en el trabajo y llegamos a puestos de liderazgo (como mi abuela decía, dime de lo que presumes.... )
Y no les hago spoiler si le advierto que ELLOS siguen diciendo lo mismo que hace un siglo (¡qué poca imaginación y qué limitados con el sexo seguimos siendo!): sólo se puede ascender por puta o por sumisa.
Un diputado del PP se permitió el pasado lunes, en una comisión del Congreso, esa sede en la que descansa la voluntad del pueblo, decirle a toda una inminente vicepresidenta del Gobierno y ministra de Trabajo que en su partido sólo ascienden las mujeres "si se agarran fuerte a la coleta".
En este caso concreto, un diputado que el único mérito [laboral] que se le conoce hasta ahora es conseguir que en una noche de fiesta y colegueo otro señor, sin coleta eso sí, lo metiera en una lista tras otra, le parece poco que Yolanda Díaz sea la ministra de Trabajo que más acuerdos ha conseguido entre sindicatos y patronal en la mayor crisis que ha sufrido nuestro país.
Le debe parecer poco mérito que haya subido el salario mínimo interprofesional o que paliara con los ERTE la dramática situación de miles de trabajadores que se quedaron encerrados en casa y sin poder trabajar.
A lo mejor es que a este diputado lo de trabajar no le debe parecer un gran mérito.
Pero el problema no es que este miembro del Partido Popular insultara en mitad de una comisión en el Congreso a la próxima vicepresidenta. Lo realmente grave es que lo trajera escrito de casa, que no le sonara raro mientras lo escribía, mientras lo leía o mientras lo decía... Y, sobre todo, que no haya presentado ya su dimisión ante el escándalo que deberían suponer estas palabras tanto en los medios de comunicación como en el hemiciclo.
Si seguimos tolerando como si nada estas "licencias" (machismo en estado puro) con mujeres que ocupan puestos de responsabilidad, que tienen poder, ¿qué no ocurrirá con las mujeres de la calle cuando no hay cámaras ni micrófonos abiertos? ¿Qué tendrán que soportar? ¿No parece ahora mucho más creíble que una de cada dos mujeres en España haya sufrido algún tipo de violencia machista?
Hemos tenido que aguantar que a Irene Montero se le haya preguntado por qué es lo que siente cuando se acuesta con su pareja. Que a Yolanda Díaz si se ha agarrado bien a una coleta. A Leyre Pajín (PSOE) sobre sus morritos. De Soraya Sáez de Santamaría (PP) se habló de su "chochito de oro". A María Dolores de Cospedal (PP) la llamaron "chacha"...
Menos mal que algunas (ejemplos escasos y digno de estudio) tienen suerte y Ana Botella, alcaldesa de Madrid, se libró de tener que escuchar que ella había llegado a ser número 2 de la lista de Alberto Ruiz-Gallardón porque se había agarrado bien al bigote. Nadie en las filas de su partido ni en la oposición la increpó por su vida sexual ni hablaron del masculinizado elemento velloso como parte de su mérito.
Cuestión de suerte Ana, porque el resto nos pasamos la vida mentando a nuestro moño cada vez que oímos estas barbaridades.