El último libro de la brillante filósofa feminista Ana de Miguel es, ya desde su título, toda una declaración de intenciones, una manera de abrir fuego y de agitar las conciencias sexistas -que aún son legión-: su Ética para Celia (Ediciones B) aspira la universalidad igual que lo hizo la Ética para Nicómaco del mismísimo Aristóteles, aunque este último cayese en el colchón blando que el patriarcado lleva amasando siglos y sonase, de entrada, interpelante hacia toda la humanidad yendo abiertamente dedicado a un hijo, a un hombre. “La idea es que las filósofas nos quitemos los complejos y tengamos autoridad para igualarnos a Aristóteles, ni más ni menos”, explica la autora a este periódico.
“Cuando lees Ética a Nicómaco ves que en el fondo se dirige a hombres, a chicos, a la mitad de la humanidad, porque en ese momento además las mujeres no éramos consideradas sujetos morales. Estábamos encerradas en el gineceo. Mi libro sí es para chicos y para chicas conscientemente: es una petición a los hombres para que de una vez adopten la posición moral de ponerse en el lugar de las mujeres”, sostiene. Recuerda De Miguel que uno de los grandes mandatos de la ética es “ponte en el lugar del otro”, pero que, curiosamente, eso es algo que los hombres nunca han hecho con las mujeres.
Cita a Concepción Arenal cuando decía que un caballero puede comportarse como un sinvergüenza, como un canalla, que, con tal de que lo haga con una mujer, no pierde ni un ápice de su moralidad. “Hay un elogio del ‘tipo infame’, hay una idealización del canalla con las mujeres: es un hombre al que se le ha dado puntos de reconocimiento”, resopla la experta. “Estamos hablando de hombres que en el siglo XIX o principios del XX se acostaban con una joven, la dejaban embarazada y luego desaparecían, encarnando la llamada ‘teoría del seductor’ o del ‘coleccionista de mujeres’. Llevamos siglos escuchando historias de mujeres destruidas por hombres y casi hemos asumido que es su simpática naturaleza”.
Empatía y androcentrismo
Menciona la película Filomena, donde “unas monjas de Irlanda acogían a estas chicas embarazadas y les quitaban los hijos y los daban en adopción en contra de su voluntad”: “Era una crítica bestial a la institución religiosa, claro, pero acaban haciendo un retrato del hombre como de un ser maravilloso. Se va de rositas. A los hombres no se les ha responsabilizado jamás de lo que le han hecho a las mujeres. Pensemos en la violación, que es la aniquilación del reconocimiento de la mujer. Si los chicos de verdad adoptasen la posición moral de ponerse en el lugar de la mujer, la violación no existiría”, expresa.
“Porque si un chico se pone en el lugar de una chica que está inconsciente, tirada en el suelo, lo que haría sería lo que haríamos las mujeres si fuese al contrario: ofrecerle al chico nuestra ayuda. Sabemos de ese caso tan famoso que ocurrió hace unos años en Boston, en una universidad de élite, en el que un chico vio así a una chica tirada junto a unos cubos de basura y lo que hizo fue bajarse el pantalón y violarla. Otros chicos suecos lo pillaron y lo llevaron a la comisaría. Célebre fue cuando el padre del violador lanzó una carta a la opinión pública donde decía: ¿por diez minutos va a ir mi hijo a la cárcel? Una cárcel donde le iban a violar a él, claro. ¡Y eso a todo el mundo le conmovió! Porque nos pusimos en el lugar de él, pero nadie se puso en el lugar de ella”, relata De Miguel.
Lo que Ana propone a los hombres es que se pongan en el lugar de las mujeres, no sólo en el lugar de su deseo. “Tenemos que romper ese androcentrismo. Y la idea de que lo que les sucede a los hombres está unido a la historia de la humanidad, pero lo que nos sucede a las mujeres son, simplemente, cosas de mujeres. Siempre hemos estado excluidas de la historia, de los derechos. El problema no es sólo que nos excluyan, sino que al excluirnos todo se percibe mal: todo es un gran error o una gran hipocresía”, lanza.
“Y es importante también que las mujeres comprendan que los hombres nos han anulado como personas a lo largo de toda la historia. Para ellos el ser Platón, el ser Da Vinci, el hacer el teorema de Pitágoras, para ellos ser Newton. Para ellos el subirse en nuestros hombros y anularnos para desarrollar sus capacidades estéticas, filosóficas, científicas, culturales, ¡de aventuras! Lo han hecho todo a nuestra costa”, esboza.
“Tenemos que volver todos a nuestro tamaño. Que se bajen ya de nuestros hombros. Que nosotras recuperemos nuestra altura. La filosofía se ha construido en base a esta doble verdad: con un sentido de la vida para los hombres y otro sentido de la vida para las mujeres”, esgrime la experta. “Es cierto que hemos logrado mucho progreso, pero muy poco progreso moral. La desigualdad sigue siendo tremenda”.
Filósofas ninguneadas
Le comento a Ana de Miguel que me parece, cuanto menos, curioso, que mientras que el pensamiento o la filosofía -así, con palabras grandes-, ha sido patrimonio de los hombres, en la vida cotidiana somos las mujeres las que recibimos el clásico comentario de que le damos “demasiadas vueltas a las cosas”, de que “nos hacemos demasiadas preguntas”, de que nos “rayamos” demasiado. Es como en la cocina: en la vida diaria han sido las mujeres las grandes cocineras -gratuitas- de sus casas, pero en cuanto la cuestión se profesionaliza, se premia o se vuelve un oficio de prestigio, los hombres han sido los cocineros mejor pagados.
“Eso es así”, sonríe, con amargura. “Pero además haría una distinción aquí. Las mujeres filósofas, en general, han sido ninguneadas, pero a algunas como a Hannah Arendt se les ha dado más autoridad y respeto por parte de los compañeros filósofos hombres que a otras como Simone de Beauvoir. El club de chicos siempre admite a una mujer o a dos, de toda la vida, pero parece que no hubiera otra filósofa más que Arendt. El problema es que ellos diferencian a la mujer filósofa de la mujer filósofa que cuando piensa, piensa en la exclusión de las mujeres y piensa en las consecuencias de esa exclusión para toda la humanidad: por eso les gusta menos De Beauvoir”.
Seres "cuidables"
Indica De Miguel que no es sólo que los seres humanos seamos políticos o sociables por naturaleza, es que antes de nada somos “cuidables”. Si no nos cuida alguien de pequeños, nos morimos y no llegamos a ser nada más. Cita a Celia Amorós cuando subraya que los humanos no somos una seta que se ha criado por reproducción espontánea. “La filosofía no ha contemplado los cuidados, y eso ya genera un concepto erróneo a la hora de pensar quiénes somos y qué le debemos a la sociedad. Le debemos cuidados. Tenemos una deuda de partida. Somos interdependientes. La idea de la autonomía parte del varón que se pregunta por qué debe él hacer nada por la sociedad: bueno, porque tú no has dejado de recibir de ella. Si no te gusta, vete a una isla o a una cueva”.
El deseo y el amor
¿Desde qué momento se nos educa a las mujeres para que luchemos por ser deseadas? “Desde siempre. Desde el momento en el que a una niña le ponen los pendientes: es toda una declaración, lo que Amalia Valcárcel llama la ‘ley del agrado’. Esa ley nos rige a las mujeres, igual que la gravedad rige a los planetas. Es el imperativo de ‘intentarás agradar a todos los que te rodean’”. Pero, ¿no es, en el fondo, para hombres y mujeres, un gran anhelo ser queridos? ¿Cómo buscamos el amor cada uno de nosotros? “No soy especialista en esta cuestión pero si he leído mucho a la gran Nancy Chodorow, psicoanalista, y sé que al niño la madre acostumbra a mandarle siempre el mensaje de ‘tú tienes que volar’, ‘tú no puedes ser como yo’’”
“A la niña no, la niña encuentra su esencia en el reconocimiento de los demás, en gustar, en ser amada, por eso le es muy difícil romper con todo y seguir la llamada de la vocación y de la individualidad. Ni siquiera ha podido escuchar su voz, porque su voz estaba muy apagada, y las feministas fueron mujeres que sí escucharon su voz y fueron capaces de sufrir para romper la ley del agrado”, indica. “Quizás les hemos enseñado muchas cosas a nuestros hijos pero hemos olvidado explicarles por qué les hemos traído a este mundo y cuál es el sentido de la vida”.