Anabel Domínguez (Gelves, Sevilla, 1993) siempre supo que con los años tendría que utilizar una silla de ruedas debido a la distrofia muscular de cintura que le diagnosticaron con seis años, después de tres años de pruebas. Aunque durante años no quiso aceptar esa realidad, ahora pasea feliz con su scooter y comparte con el mundo que una discapacidad no tiene por qué ser un impedimento para tener una vida plena.
Bajo el nombre de 'No soy lo que ves' en las redes sociales, Anabel muestra su día a día y realiza tiktoks en los que ironiza sobre comentarios que muchas veces tiene que soportar de desconocidos. La sevillana acumula más de 14.500 seguidores de Instagram y 116.000 likes en TikTok. "En la pandemia la radio de mi pueblo me ofreció un espacio para hablar de discapacidad y era en directo todos los lunes a las once de la mañana. Como mucha gente no lo podía escuchar en ese momento decidí llevarlo a Instagram, para que se quede todo ahí y la gente pueda verlo. El nombre del programa era No soy lo que ves, de ahí el nombre en las redes sociales", explica a MagasIN.
Otra razón para empezar a crear contenido en las redes centrado en la discapacidad fue inspirar a otras personas que puedan estar pasando por lo mismo, tal y como a ella le habría gustado de pequeña. "A mí me habría encantado encontrar a alguien como yo en las redes sociales, algún referente, porque lo veía todo negro".
La distrofia muscular es una enfermedad degenerativa que provoca una debilidad progresiva y pérdida de la masa muscular, y que actualmente no tiene cura. En el caso de Anabel, la enfermedad no empezó a dar la cara hasta su adolescencia, con 15 o 16 años. Sin embargo, ella sabía que era algo inevitable y durante años vivió con una gran angustia, deseando que el tiempo parase. "Yo psicológicamente estaba frita y soñaba todos los días con relojes de arena que no tenían arena dentro. Para mí era una obsesión que el tiempo no pasara. Miraba el reloj y pasaba un minuto y decía: ahora mismo mis músculos están pudriéndose. Estaba obcecada con lo inevitable, porque no puedes evitar que el tiempo pase".
Admite que incluso se quiso quitar la vida en dos ocasiones. "Menos mal que mi madre estaba ahí y me ha pillado en todas. Por supuesto, he tenido que ir a especialistas que me han ayudado a salir de ahí porque cuando alguien se intenta quitar la vida eso ya no es una charla con tu madre, ahí necesitas un profesional".
Cuando todavía estaba en el instituto empezó a notar esos temidos primeros síntomas, como que cada vez le costaba más salir a dar paseos con sus amigas. "Yo es que he llegado a mi casa que parecía que había ido a una maratón. Me sentaba en el sofá y a las tres horas tenía agujetas, que es algo muy raro. También me lo noté, por ejemplo, un día que me propuse dar la vuelta al instituto y cuando terminé de darla me entró un mareo y unas ganas de vomitar... Ahí como que me empecé a dar cuenta de que tenía la enfermedad encima".
Anabel lo mira ahora todo con una perspectiva más optimista y explica que esta enfermedad es muy progresiva y "me ha permitido irme despidiendo de cosas que sé que por ejemplo mañana no podré hacer". "He estado mucho tiempo andando del brazo hasta que he usado la silla de ruedas, unos cuatro o cinco años; me ha llevado bastantes años hasta que me han tenido que empezar a ayudar para levantarme el sofá... O sea, que todo ha sido muy progresivo y me ha permitido irme dando cuenta y procesando la información".
Llegada a Madrid
Años más tarde llegó un punto de inflexión en su vida: su estancia en Madrid. Después de estudiar Publicidad y Relaciones Públicas en Sevilla, se mudó a la capital en 2017 para realizar un máster en Dirección Creativa. Debido a las largas distancias de la ciudad, decidió que era el momento de empezar a utilizar la scooter en la calle. El paso que tanto había temido dar, finalmente, no fue tan malo como esperaba.
"La primera vez que fui al supermercado fue como el primer golpe de realidad como: no llego a la mitad de las cosas, cómo voy a hacer esto. También el tema del transporte, que en Madrid hay mucho transporte pero la verdad es que accesible del todo no es, y ahí sí que me veía un poco coartada. Tenía que salir 2 horas antes para ir a trabajar y dos horas antes al máster, pero verdaderamente me fui adaptando con total normalidad. Lo asumí como que era mi realidad y que nada de eso iba a cambiar, solamente podía cambiar mi actitud".
Contar también con sus amigos del máster que "no me juzgaron por mi silla ni me preguntaron en ningún momento", también le ayudó a liberarse del miedo a usar la silla. Y es que Anabel ya se ha acostumbrado a las miradas constantes cuando pasea en su scooter, e incluso a que le pregunten desconocidos. Por suerte, eso en Madrid, una ciudad grande y con mucha diversidad donde para bien o para mal se puede pasar desapercibido, era poco habitual, lo que le dio mucha más confianza.
"Siempre me ha gustado ser el centro de todas las atenciones", bromea, "pero es verdad que desde que utilicé la silla tengo mis días y depende mucho del contexto. En Madrid me he encontrado con muy poca gente que se haya asustado al verme o que se haya acercado a preguntar, pero por ejemplo, en Andalucía es salir a la calle y que te mire absolutamente todo el mundo, que te pregunten o que se te acerque gente a santiguarte y a decirte que le das pena".
"En ese sentido me vino genial Madrid porque fue como una liberación de una situación que tenía en mente desde hacía mucho tiempo, como algo que me reprimía. Si hubiese empezado a utilizar la scooter aquí en Andalucía te aseguro que mi aceptación hubiese sido de otra forma", relata.
Que nadie sienta pena
Además de usar sus redes sociales como altavoz de la discapacidad, también da charlas en la Fundación Luna de Huelva, ciudad en la que vive actualmente. Allí habla con mujeres jóvenes que están pasando por un proceso de "no aceptación" de su discapacidad. Una de las cosas que Anabel les deja claras es que lo primero que deben de hacer para lograr sus objetivos, es no sentir lástima de sí mismas.
Muchas veces se sorprenden por que ella lograra trabajar de lo suyo, dentro del Departamento Creativo en una multinacional, cuando vivía en Madrid. "Me dicen: es que no sé cómo has ejercido tu profesión, cómo tus compañeros te han tratado como a una más... Yo he tenido siempre los estudios necesarios, los idiomas necesarios, las aptitudes necesarias para estar en un puesto de trabajo. A mí nadie me ha mirado diferente a mis compañeros porque no soy diferente y nunca me he sentido diferente. En el momento en que dudas de ti misma se va a percibir y yo nunca me lo he permitido".
"Es más, en mi trabajo me dieron la opción de poder llegar 15-20 minutos más tarde porque si no me funcionaba la rampa del primer autobús, aunque el siguiente pasase a los 7 minutos ya llegaba 10 minutos tarde, pero yo nunca quise esos minutos de gracia. Me levantaba más de dos horas antes y ese era mi problema. No permito que nadie sienta lástima por mí".
Incluso en los momentos en que más dudaba de sí misma y más temía la enfermedad, Anabel ha forjado su "fuerza interna" para vivir lo máximo, aunque sea desde una silla de ruedas, tal y como la educaron sus padres. Porque, como dice a las mujeres de Fundación Luna: "La vida no espera".