Hoy, 1 de octubre se cumplen 90 años de la histórica votación en las Cortes Constituyentes de la II República que dio forma legal al derecho del voto de las mujeres, una fecha clave para reivindicar la tenaz y distinguida figura de la abogada y política feminista Clara Campoamor (1988-1972).
El aniversario del voto femenino en España se ha convertido en un hito por el tesón en favor de los derechos de las mujeres de Clara Campoamor, quien ocupaba en el Congreso un escaño por el Partido Radical de Alejandro Lerroux y defendió con uñas y dientes el sufragismo para que se materializara en la Constitución de 1931.
El Diario de Sesiones de la Cámara da cuenta de lo que ocurrió en el hemiciclo en un intenso y apasionado debate donde la diputada madrileña se lleva el protagonismo gracias a su dialéctica y su capacidad para atraer a su terreno a los discrepantes, teniendo en cuenta que ni siquiera contó con el respaldo de su propio partido.
Réplicas a Victoria Kent
Pero si aquella jornada parlamentaria ha pasado a la historia ha sido por sus réplicas a Victoria Kent, otra feminista, sin embargo, partidaria de aplazar el voto para las mujeres al entender que aún no estaban preparadas políticamente para ejercerlo y sospechar que votarían influidas por la Iglesia.
Hace tiempo que el nombre de Clara Campoamor forma parte de la vida cotidiana del Parlamento, y hay salas con su nombre tanto en el Congreso como en el Senado, instituciones que estos días ponen su empeño en dar a conocer su relevancia como artífice de un logro que no se alcanzó fácilmente.
Así lo atestigua el resultado de la votación del artículo 36 de la Constitución de 1931 sobre el sufragio femenino.
Hubo 40 votos de diferencia, y el precepto donde se decía que los ciudadanos “de uno y otro sexo” tendrán “los mismos derechos electorales conforme determinen las leyes” salió adelante por 161 síes frente a 140 noes, muchos del propio Partido Radical por el que Clara Campoamor se había presentado a las elecciones.
Eso sí, no acudieron a votar 188 diputados, un número muy significativo que suponía nada menos que un 60% de ausencias en aquella trascendental votación.
“¡Viva la República de las mujeres!”
Explica muy detalladamente el Diario de Sesiones que el resultado fue “acogido con aplausos en unos lados de la Cámara y con protestas en otros”, con apreciaciones que permiten vislumbrar el caldeado ambiente que el hemiciclo vivió aquella jornada.
Un diputado no identificado exclamó “¡Viva la República de las mujeres!” mientras se formaba tal alboroto que otras manifestaciones, añade, “no se oyen claramente por el ruido que hay en el salón”.
Varios diputados explican el sentido de sus votos, pero continúan las protestas y “frases que no es posible entender” -apunta el diario- sin que cesen los rumores, aunque también los aplausos, de modo que “durante varios minutos las manifestaciones contradictorias de los señores diputados son extremadamente ruidosas”.
Una agitada reacción final que culminó con uno de los debates más recodados del parlamentarismo español del siglo XX, cuya esencia se manifiesta en el choque entre Victoria Kent y Clara Campoamor, únicas voces femeninas de la sesión, discrepantes ambas en la táctica aunque coincidentes en el objetivo final.
“Creo que el voto femenino debe aplazarse (…) que no es el momento de otorgar el voto a la mujer española. Lo dice una mujer que, en el momento crítico de decirlo, renuncia a un ideal”, asevera Kent.
A continuación lamenta una falta de movilización de las mujeres, posiblemente por falta de conciencia política, hacia los principales problemas de la España de aquel tiempo y agrega que no se trata de una cuestión de falta de “capacidad” de las féminas, sino de “oportunidad para la República”; y asevera que “por hoy es peligroso conceder el voto a la mujer”.
Una mujer, un voto
Clara Campoamor pide la palabra para contestarle a ella y también a otros diputados que habían mostrado su frontal rechazo al voto femenino a partir de consideraciones mucho más tajantes que las de Kent, hasta aludir incluso al “histerismo” característico de las mujeres como razón de peso.
A todos procura Campoamor contestar, con una oratoria brillante no exenta del recurso a datos y con reflexiones de gran calado. Les espeta: “En vuestras conciencias repercute que es un problema de ética, de pura ética reconocer a la mujer, ser humano, todos sus derechos”.
Sobre la supuesta falta de formación de las mujeres recuerda que desde comienzos de siglo el analfabetismo disminuyó mucho menos entre los hombres que entre las mujeres: “No es, pues, desde el punto de vista de la ignorancia desde el que se puede negar a la mujer la entrada en la obtención de este derecho”, proclama.
A los diputados que invocaban una supuesta incapacidad congénita de la mujer les explica que “somos producto de dos seres; no hay incapacidad posible de vosotros a mí, ni de mí a vosotros”.
Y a todos les emplaza a dar un paso que ve no solo necesario por razones de ética, derechos e igualdad, sino para salvaguardar una incipiente II República sobre la que se cernían dudas y amenazas.
“Yo, señores diputados, me siento ciudadana antes que mujer, y considero que sería un profundo error político dejar a la mujer al margen de ese derecho, a la mujer que espera y confía en vosotros”, sostiene la diputada, que sin cejar en su empeño les vuelve a pedir que no cometan “ese error político de gravísimas consecuencias”.
Caminar dentro de la libertad
Para rematar, el Diario de Sesiones recoge las siguientes palabras: “Salváis a la República, ayudáis a la República atrayéndoos y sumándoos esa fuerza que espera ansiosa el momento de su redención”, otro de los flancos por los que trata de convencer a los detractores de la reforma.
Antes de terminar su intervención, Clara Campoamor pronuncia su famosa cita de Alexander von Humboldt cuando subraya que “la única manera de madurarse para el ejercicio de la libertad y de hacerla accesible a todos, es caminar dentro de ella”.
Una libertad que ella misma había recorrido desde siempre y pese a las grandes dificultades que tuvo que superar desde pequeña, cuando perdió a su padre a los 10 años y tuvo que dejar los estudios para ayudar económicamente a su madre, costurera de profesión.
Logró aprobar oposiciones, ejerció como profesora de mecanografía y como abogada tras licenciarse en Derecho. Fue la segunda mujer en entrar en el Colegio de Abogados de Madrid después de Victoria Kent y a partir de ahí construyó una brillante trayectoria que culminó con su decisivo papel en la Constitución de 1931.
Sin embargo, en las elecciones de 1933 no obtuvo escaño y al año siguiente dejó el Partido Radical, inicio de un paulatino apartamiento de la política que se convirtió en exilio a raíz de la Guerra Civil, sin poder regresar nunca a España al estar procesada por pertenecer a la masonería. Campoamor murió en Suiza en 1972.