Samira Brigüech recuerda perfectamente aquel mediodía: sólo tenía veinte años y estaba muy nerviosa. Iba a una entrevista de trabajo y, como quería pensar bien en sus respuestas y presentarse con tiempo, había llegado casi cuatro horas antes, así que decidió sentarse a esperar en la terraza del bar de al lado.
"Hacer tiempo" es una expresión muy madrileña, como si alguna forma de tiempo amable pudiera fabricarse por muy mal que vayan las cosas, mientras uno se toma una bebida en una silla de las que cada noche se apilan en columnas. Todos hemos hecho tiempo y todos nos hemos preguntado quién será la chica de la mesa de al lado y qué le ocurre o qué estará esperando con nerviosismo.
Cuesta creerlo, pero aquel mediodía, un camarero bonachón con miles de horas de bar le había traído a Samira “una Coca-Cola con dos boquerones”, relata, “y, cuando terminé de comérmelos, me preguntó si me traía más. Recuerdo que le respondí que sí, siempre y cuando fueran con la Coca-Cola, porque no podía permitirme gastar nada”. Esta pregunta se repitió tres o cuatro veces, y tras una pequeña conversación sobre sus nervios para la entrevista y sobre la región del Rif en el norte de África, pudo comer y llegar al encuentro “con el estómago más o menos lleno”.
Por esos azares del destino que a veces resultan literarios, el dueño de la cooperativa donde iban a entrevistarla era el hermano del dueño de aquel bar y él mismo estaba sirviendo las mesas aquella mañana. Como pudo saber Samira, seis meses después, el teléfono se descolgó en la cooperativa antes de que ella llegara, con una recomendación: “Hermano, tienes que contratarla, porque lo necesita y se va a esforzar”.
En muy pocos días, Samira Brigüech manejaba muy bien la máquina de escribir y en algunos meses la contabilidad y los albaranes. Aún hoy, la empresaria y presidenta de la Fundación Adelias, que lucha contra la pobreza infantil, cuando tiene un mal día, piensa en eso que denomina “sentimiento de utilidad: la vida de uno siempre tiene sentido si eres útil a los demás”.
Un origen humilde
Nacida en el seno de una familia muy humilde en Melilla, el relato de su infancia es duro pero luminoso. “Yo tuve enormes problemas de aprendizaje, sufrí un fracaso escolar tremendo y era un bicho raro en todas partes”.
Recuerda cómo le fascinaba la televisión como ventana a otras imágenes que no veía alrededor. “El analfabetismo obliga a vivir en un submundo que muchos no pueden ni imaginar, cuando no puedes leer ni escribir hay mucha parte emocional de esa limitación y vives en un submundo de mucha oscuridad e ignorancia”. De esta época de primera juventud recuerda especialmente los anuncios de televisión, en los que aparecían “mujeres que iban bien vestidas y trabajaban”.
“Dejé al novio con el que supuestamente debía casarme, me fugué de casa y llegué a Madrid, con veinte años, sin dinero y así empezó la gran aventura de mi vida”, explica con una sonrisa seria. “Claro que el cuento de hadas tardó un poco en cumplirse. Yo había estudiado con mucho esfuerzo una formación breve de enfermería, pero no hablaba idiomas y no sabía usar un ordenador. En Madrid intenté trabajar de camarera o recepcionista, pero me discriminaban por el acento que tenía, me decían que era demasiado fuerte. Así empecé con trabajos de limpieza de noche, muy mal remunerados y abusivos”.
Sin aljibes, fosos, fuertes ni cuevas, Madrid era una ciudad dura en la que, para conseguir un puesto de trabajo, había que demostrar que sabías sobre un tema. “La realidad”, explica, “es que para triunfar en algo tienes que saber de algo (ríe) y además tienes que tener don de gentes, haber vivido ciertas cosas… Así que como no conocía a nadie en Madrid y no tenía nada de eso, estuve dos años intentando sobrevivir como podía en una pensión en la calle Fuencarral, con trabajos muy precarios. Piensa que Madrid está mucho más preparado ahora, puedes buscar trabajo por Internet y hay incluso lugares específicos en los que se ayuda a los jóvenes, pero en aquel momento no”.
La entrevista que fue un sí
“Siempre te encuentras gente buena, pero hasta estos se reían, claro, ¿cómo que vienes aquí sola y a trabajar?, cállate, ¿qué eres? ¡Una chica de Melilla!”, me decían. Un día vio en un periódico un anuncio de búsqueda de asistentes para trabajar en una cooperativa de las afueras de una ciudad que comenzaba a despegar por el desarrollo inmobiliario del extrarradio y, tras cuatro horas de espera, una única Coca-Cola y varias tapas de pescaíto, aquella entrevista fue un sí.
En un par de años, “yo dominaba el argot del mundo de los negocios”, todo lo que sucede en una empresa. “Bueno, me refiero a establecer acuerdos, facturar, conseguir cobrar esas facturas…”. Mientras tanto, durante esos años aprendió por sí misma en sus ratos libres “inglés y francés para poder añadirlo al currículum y por eso me ofrecieron un puesto de coordinadora en otra empresa”.
Recuerda el día que un cliente de aquella nueva empresa le explicó que el trabajo que ella realizaba se llamaba consultoría: “Tú tienes ciertos conocimientos, hablas idiomas, puedes crear tu propia empresa y llamarte consultora”. “¿Yo? ¿E irme sin el finiquito ni nada?”. Aquel hombre, Salvador Medina, que llegó a ser vicepresidente del Banco Santander y al que Brigüech llama “primer mentor”, no era sino alguien que sabía ver el potencial y alentaba el liderazgo, en este caso, de una mujer.
Samira & Sineb
“Yo no me veía capacitada ni nada, pero me puse a trabajar a destajo con el objetivo de vender más caro mi tiempo. Conseguí ahorrar 9.000 euros, dejé el trabajo y me establecí por mi cuenta. En el centro, le alquilé el salón a un señor y ahí monté una oficina. Cuando tenía que elegir el nombre, llamé a mi madre por teléfono, que me apoyaba muy intensamente, para preguntarle. Recuerdo que me respondió: ‘Hija mía cómo te voy a ayudar yo, si soy analfabeta y no sé escribir ni mi nombre’. Así que decidí llamarlo con su nombre y el mío, Samira & Sineb. Luego me contaron que mi madre iba por el pueblo súper orgullosa enseñando la tarjeta de visita y contando a todos los vecinos que su hija, ¡ella sola! había creado una empresa en Madrid y se la había dedicado”.
¿Qué sucedió con aquella empresa? La empresa Samira & Sineb “fue como un tiro rápidamente. Yo me inventé literalmente todos los servicios, con dos vectores, el marketing y la tecnología. Me fui a la librería Crisol, me tiré ahí cuatro o cinco días leyendo libros americanos y me inventé mis propios servicios: hoy en día los tenemos muy asimilados, pero en esa época no se hacían encuestas de clientes, no había metodologías para medir satisfacción y se volvieron locas las empresas (ríe)”.
Con “ninguna competencia”, Brigüech explica que ella fue la primera en tener un correo electrónico “en cuanto existió la posibilidad” y en innovar en todo lo posible. Algunas empresas no confiaban en una estructura como la suya, de tres personas, pero otras fueron apostando y le dieron la oportunidad de demostrar su valía. “Yo desplegaba materia gris, no tenía gran presupuesto, pero lo que iba ganando lo invertía en más libros. A veces lo pienso, que hoy en día puedes aprender de todo viendo vídeos de YouTube, lo difícil que era entonces encontrar el libro adecuado”.
El crecimiento de su proyecto fue exponencial. “Recuerdo que contraté a 10, luego a 20, después a 50 personas, hasta casi 100… Me fue muy bien”. Reconoce que falló “en la parte de liderazgo porque no sabía manejar personas, eran muchísimas de repente, pero fue un aprendizaje muy bueno: me inventaba mis propias encuestas anónimas sobre mi liderazgo y me salía empatía 0, trabajo en equipo 1…”.
Lo que buscaba Samira en esta época, en sus propias palabras, era “ese reconocimiento social por todo lo que había sufrido, ganar mucho dinero para ayudar a mi familia, pero poco a poco iba necesitando también que la gente me valorara y me quisiera”.
La Fundación Adelias
La empresa se diversificó y en poco tiempo “llegué a un punto muy bueno de devolver parte de esa bonanza. En 2007 surgió la oportunidad de crear una fundación, ahí todavía estaba saboreando mi éxito y prosperidad económica y la de mi familia, porque todo el mundo fue a la universidad, tenían vacaciones… Ten en cuenta que yo volví con las manos llenas, compartir con los tuyos es triunfar también”.
Por otro lado, había comenzado con una pareja un proyecto personal. “La naturaleza no me dio hijos, pero la vida sí: adopté a mis dos primeros hijos y decidí hacer una gran donación para dar las gracias a la vida por la suerte que estaba teniendo. Llamé a mi madre y le dije: ‘mamá, busca en Nador’, que está a doce kilómetros de Melilla, al otro lado de Massif de Gourougou, ‘ a quien podamos hacer una gran donación’. Me recomendó a través de un conocido interesarme por el hospital pequeño de esa ciudad”.
“Poco a poco iba necesitando también que la gente me valorara y me quisiera”
Para hacer esta gran donación, preconizando quizá su fundación a punto de nacer, “yo no avisé a nadie, y fui allí para que mis hijos vieran el lugar y recordaran el momento en que damos gracias a la vida y recordamos que hay que hacer cosas por los que no tienen nada, especialmente por los pequeños. Cuando llegamos, había una epidemia de meningitis, había 45 niños que habían bebido de un pozo infectado y que no tenían medicación específica, en una sala antigua de este hospital”.
Samira continúa con su historia. “Yo iba desde España a hacer un donativo con mis hijos en plan un poco superficial, sinceramente lo pienso ahora, quería hacer el bien, pero no pensaba que me iba a encontrar un marrón de esta magnitud”. Después de ver una habitación de niños abandonados que estaban siendo cuidados en condiciones precarias, se prometió a sí misma que iba a hacer lo posible para ayudarles.
Al regresar a España telefoneó a un farmacéutico conocido que le dijo: “Samira, yo te puedo dar antibióticos, pero no de uso hospitalario y mucho menos para 45 niños”. Entonces entendió que se necesitaba una identidad legal. “¿Ser una ONG? Fue la primera vez en mi vida que se me pasó por la cabeza esta idea. Si te das cuenta, no se me ocurre a mí, se le ocurre a otra persona, como la de ser consultora, a veces sólo hay que escuchar bien”.
Brigüech recuerda su primer contacto con Jesús, de Farmacéuticos Sin Fronteras y cómo su secretaria en 48 horas consiguió arreglarlo todo con aquella aportación para que llegara lo que hiciera falta para esos niños. “Me di cuenta de la fuerza que tienen el dinero y la honradez cuando se suman, y decidí crear una fundación para luchar contra la pobreza infantil”. Así nació la Fundación Adelias.
Samira había comprado anteriormente un edificio de viviendas, “pero lo vendí y metí el dinero en la fundación. Luego empecé con amigos y demás contactos a pedir ayuda para aumentar los proyectos que hacíamos. Pronto te das cuenta de que puedes hacer muchas cosas con un poco de apoyo: ¿Y si construimos un hospital? ¿Y un horfanato? ¿Un colegio? ¿Y si luchamos contra la brecha digital aquí en España?”.
Enseguida obtuvo el apoyo de las mayores asociaciones de nuestro país, como Sanitas o Fundación La Caixa… “La verdad es que soy una empresaria que pone su propio dinero, tiempo, contactos y alma entera en una iniciativa humanitaria que lo que pretende es ayudar, cuanto más, mejor”.
Pregunta: A sabiendas de que crees que las mejores ideas son a veces de otros y hay que aprovecharlas, ¿cuándo se sabe que una idea es realmente una buena idea?
Respuesta: Soy una persona humilde, creo que esa es la clave. Tengo una autoestima alta, pero no tengo ego, no me creo nada. Cuando ves que una idea te está dando es un plus, se me enciende algo, y la mente se abre. Suelo decir mucho “me lo quedo, te lo compro”.
P: ¿Crees en la intuición?
R: No creo que sea nada místico. Por ejemplo, me dijeron que para llevar antibióticos a otro país necesitas una identidad legal, ser una ONG, si quieres algo tienes que tener la mente abierta e incorporar lo nuevo.
P: ¿De dónde el nombre de la Fundación Adelias?
R: Es el nombre de mis hijos Adel, Elías y Salma, la pequeña, mi gran inspiración.
“Me di cuenta de la fuerza que tienen el dinero y la honradez cuando se suman”
P: ¿Cuál crees que ha sido la clave de tu éxito personal?
R: Mi madre, en su modestia, cuando me eligieron para representar a España en un programa becado en la Casa Blanca, me dijo: “La vida te ha traído muchas cosas buenas porque estás haciendo el bien, luchando por ti pero también por los demás. Recuerda, disfruta de tu trozo de pan, pero asegúrate de que los que están alrededor tengan trozo de pan”. Puede que yo haya sido generosa, pero es que no entiendo lo contrario.
P: ¿Es el marketing necesario para las ONG?
R: Depende del caso. Nosotros somos una ONG modesta y discreta. Pero hemos conseguido hacer cosas extraordinarias en un país como Marruecos.
P: ¿Te sigues considerando ambiciosa? ¿Cómo repartes tu tiempo?
R: Sí, pero ahora soy ambiciosa pero de otra manera. Ahora, el 70% del tiempo es para mis negocios, la productora audiovisual, la agencia marketing 360, mi propio espacio y las actividades en otros países. El 30% es para la Fundación.
Ahora ponemos en marcha en colaboración con el Gobierno marroquí el nuevo centro de menores de Nador, donde estamos gestionando y coordinando para que funcione todo bien. También tenemos allí un proyecto de acción social rural, de alfabetización de niños y mujeres. “Yo no te puedo ayudar porque soy analfabeta”, decía mi madre, hay que evitar que las madres tengan que decir eso. Vuelvo a insistir sobre el hecho de que el analfabetismo te impide cosas como mirar la hora o saber si viene una borrasca.
P: ¿En España llevas a cabo un proyecto también para la infancia?
R: Sí, aquí tenemos uno contra la brecha digital, que empezamos hace dos años. Cuenta con el apoyo de RTVE y de muchas empresas grandes que nos ayudan a seguir luchando contra esta brecha sobre todo en infantil y juvenil.
P: Tú misma eres un rol model, pero ¿hay alguna otra mujer que te inspire?
R: A mí me inspiran mujeres como la ex primera dama de Estados Unidos, Michelle Obama o Penélope Cruz, que hace un papel brutal internacionalmente y es digna de aplauso. Es buena actriz, es comprometida, es discreta, aguanta las críticas y sigue peleando y ayudando más de lo que sabemos. Es de esa gente brillante que está por encima del interés personal.
P: ¿Qué haces en tu tiempo libre?
R: [sonríe] Aparte de mis hijos, que intento ser una madre presente, me gusta viajar, aunque ahora viaje menos, pero me gustan mucho el campo y la naturaleza. Y soy devoradora de novelas negras y de películas sobre investigación policial o terrorismo. También es importante encontrar tiempo semanal para hacer deporte.
P: ¿Alguna idea preconcebida que hayas reescrito en tu trayectoria vital?
R: A la gente le sorprende una cosa muy básica de la que siempre hablo: yo creo en compartir el conocimiento. A algunas personas le cuesta mucho, "es que he estado dos años haciendo un máster y no voy a explicarlo ahora en dos tardes", o "a ver si me van a quitar el puesto", pero es que no funciona así. Este año, con una persona joven de mi equipo, contándole mi propia biografía le decía: "Haz lo que seas capaz para compartir tu conocimiento y tu talento, porque enriqueces lo que hay alrededor y en cierta manera te liberas de lo que sabes".
P: Es una época de reinvención profesional obligada para muchas personas, ¿qué les dirías, tú que has necesitado aprender como autodidacta?
R: Así es, vivimos el tiempo del re-re-Skilling. Toca reinventarse, pero si he roto algunas barreras, ha sido por mi tesón, y explico una muy reciente: yo hace dos años no estaba en el negocio de la producción audiovisual y no sabía cómo funcionaba el streaming, pero ahora sí. Si he conseguido hacer algunas cosas ha sido por el convencimiento de que uno puede aprender y, sabiendo más cosas, cambiar su vida.