En el caso del asesinato de Lourdes Maldonado: matando periodistas no matan la verdad
La periodista mexicana Lourdes Maldonado López, que investigaba al exgobernador Jaime Bonilla, ha sido asesinada a tiros esta madrugada.
Esta madrugada, a punto de irme a dormir después de escribir, recibí un mensaje en mi teléfono. Nuestra colega Lourdes Maldonado López, periodista mexicana con más de 35 años de carrera como reportera de investigación en Tijuana, recibió un balazo en la cabeza cuando estaba dentro de su coche a las afueras de su casa. Hay un golpe de dolor que conozco demasiado bien, es como un puñetazo seco directo al estómago, perder el aire y hacer el esfuerzo para preguntar ¿cómo? ¿Dónde? ¿Estaba sola? ¿Había testigos? Las lágrimas se llenan de espanto y por eso no salen durante las primeras horas.
Viene a mi mente la mañana en que recibí la llamada para avisarme de que acababan de asesinar a balazos a mi amigo Javier Valdez, periodista de Sinaloa, a las afueras del periódico, y la llamada cuando me avisaron de que mi querida maestra reportera Miroslava Breach cayó muerta en el portal de su casa tiroteada por un sicario. Recuerdo con precisión fotográfica en dónde estaba y lo que hacía cuando supe de cada uno de los asesinatos de amigas, amigos, compañeros de batallas.
Meses antes de que asesinaran a la reportera Regina Martínez, visité Veracruz y nos sentamos a hablar; tenía miedo, insomnio, había perdido el hambre y las ganas de trabajar. Las amenazas le comían el corazón, pero algún editor le dijo que no “jugara a hacerse la Lydia Cacho”, es decir, que no hiciera mucho ruido porque cuando de verdad te van a matar nunca te avisan. Regina investigaba la corrupción del gobernador de Veracruz y casos de vínculos de miembros del ejército mexicano coludidos con la delincuencia organizada y la corrupción política; le avisaron y la asesinaron en su casa.
Me he sentado frente al ordenador, de nuevo escribo un texto mientras el llanto no cesa; por mi ventana miro el cielo de Madrid y me invade una sensación confusa: estoy viva porque hui a tiempo de los sicarios y a la vez me siento culpable de haber sobrevivido, de no estar allá dando la batalla con mis colegas en el país de la muerte –que es también el país de la belleza, la cultura y la bondad–.
"El vídeo de aquella mañana en que Lourdes pidió ayuda al presidente López Obrador habla por sí mismo"
Pero hoy México es el país de las 90 mil personas desaparecidas, es el país donde el Estado de derecho es inexistente porque los líderes políticos de todos los partidos, incluyendo el presidente actual, se han negado sistemáticamente a desmantelar las redes de corrupción y opacidad al interior del sistema de justicia, al interior de los cuerpos policíacos; han protegido a los militares que mataron a Regina y a los que trafican armas drogas y personas, que no son muchos, pero son lo suficientemente poderosos para salir impunes.
La emoción no nubla la razón, entiendo perfectamente cómo funciona el aparato de Estado y sus vínculos con el crimen organizado, comprendo y hemos documentado cómo los presidentes imponen y protegen a fiscales generales que avalan la impunidad y son piezas fundamentales para mantener inamovible la cifra oficial de 98% de impunidad en todos los casos de violencia llevados ante las autoridades.
México es ese país en el que lo mismo un campesino defensor de la tierra, que una reportera como Lourdes, se atreven a ir frente a un presidente para pedirle que interceda porque un gobernador, o senador o alcalde les ha amenazado de muerte. Y tanta gente intenta infructuosamente pedir ayuda a los poderosos porque hemos comprendido hace tiempo que la separación entre los poderes que mandata la Constitución es una fantasía, que en México la Justicia expedita es para los amigos del poder; al resto de la población le queda el interminable viacrucis de pasar años en juicios amañados donde el dinero gana siempre la partida.
El vídeo de aquella mañana en que Lourdes pidió ayuda al presidente López Obrador en marzo de 2019 habla por sí mismo, le dijo que temía por su vida, que el exgobernador Jaime Bonilla, perteneciente al partido del presidente, la tenía amenazada. Se expresó mal y es lógico, tenía miedo.
Han pasado apenas unas horas de su asesinato, sin embargo, no puedo dejar de pensar en la última conversación que sostuve con Lourdes: ella había ganado un pleito judicial con un medio propiedad del exgobernador, el juez había ordenado que se le entregaran todos los documentos fiscales a Lourdes, los libros contables, registros bancarios... Bonilla había utilizado todas las argucias propias de los políticos que no quieren que se sepa cómo manejan medios de comunicación y finanzas opacas. Lourdes estaba convencida de que, involuntariamente, ella se había metido en una trama de blanqueo de dinero público y pondría en riesgo a hombres de poder que no estaban en su radar.
Hoy un funeral más que incitará a la autocensura, esa hija del miedo sembrado por la impunidad. Y nuevamente nosotras, las colegas y organizaciones civiles investigaremos lo que las autoridades ocultan, haremos la tarea de revelar quién, cómo y por qué ha sido asesinada otra mujer reportera en el país que intenta matar la verdad matando periodistas.